Si alguien les preguntara cuál era la ideología de Antoni Rovira i Virgili, autor del famoso Resumen de historia del catalanismo, ustedes ¿qué responderían? ¿Y si les preguntaran lo mismo con respecto a Lluís Nicolau d’Olwer, ministro de Economía del gobierno republicano de 1931? Sabrían decirme, también, ¿qué ideología defendían Jaume Bofill i Mates, Leandre Cervera, Manuel Raventós, Alexandre Plana, Manuel Galés, Martí Esteve o Ramon d’Abadal i de Vinyals, entre otros insignes republicanos? Tengo la impresión de que les costaría responder, porque la historiografía catalana ha prestado poca atención a la tradición liberal catalanista. No digo que haya sido toda la historiografía, porque el profesor Jordi Casassas, por ejemplo, dedicó su tesis doctoral a Bofill i Mates, a contracorriente de las muchas biografías que se publicaron en la misma época, los primeros años de la Transición, centradas en los líderes marxistas republicanos.
Los personajes que acabo de citar tienen en común que eran militantes de Acció Catalana, el partido que se fundó durante la llamada Conferencia Nacional Catalana, una asamblea política que los días 4 y 5 de junio de 1922 congregó en Barcelona a antiguos militantes de la Joventut Nacionalista, disidentes del partido del que dependían, la Lliga Regionalista; antiguos miembros de la Unió Federal Nacionalista Republicana, el partido donde militaron, por lo menos durante un buen puñado de años, Andreu Nin, Pompeu Fabra y Albert Bastardas i Sampere, entre otros muchos prohombres del republicanismo nacionalista catalán. También formaron parte de ese partido jóvenes intelectuales novecentistas, deseosos de disponer de un instrumento político que les permitiera, como diríamos ahora, ganar la hegemonía. Construir el marco mental para delimitar el terreno de juego respecto a otras ideologías.
Acció Catalana tuvo que afrontar un momento de radicalización de la política catalana por la derecha y por la izquierda. Por un lado, estaban las dificultades de la Lliga Regionalista, que se vio arrastrada por la crisis del régimen monárquico y su apoyo inicial a la dictadura de Primo de Rivera y, por la otra, la pujanza de un obrerismo cada vez más inclinado a la insurgencia. En abril de 1931, al proclamarse la Segunda República, el catalanismo se encontraba en plena reestructuración y Acció Catalana intentaba rehacerse después de la interrupción dictatorial y de su apuesta por quedar al margen de la confluencia republicana de izquierdas que dio pié a la creación de ERC en marzo de aquel mismo 1931. Acció Catalana, ya transformada en Acció Catalana Republicana después de la reunificación de las dos almas que se habían separado en 1928 y con la incorporación de nuevos afiliados, como Claudi Ametlla o Joaquim de Camps i Arboix, no va fructificó como opción y siempre fue un partido adosado a otro, a pesar de que en 1936, por ejemplo, estuviera representado en el Comité de Milicias Antifascistas de Catalunya por el sancugatense Tomàs Fàbregas i Valls, uno de los fundadores de Nosaltres Sols! en 1931.
El franquismo se cargó al catalanismo liberal y nadie lo reivindicó una vez muerto Franco
En 1984, la profesora Montserrat Baras publicó un detallado estudio sobre Acció Catalana, un partido con un sinfín de intelectuales y que fue un contenedor de voluntades muy diferentes. Manuel Carrasco i Formiguera también fue militante de este partido, hasta que el laicismo de sus promotores le empujó a ingresar en UDC, el partido de los democratacristianos catalanes que inicialmente estuvo muy influido por el sacerdote italiano Luigi Sturzo, secretario general de Acción Católica y después, entre 1919 y 1923, secretario político del Partido Popular Italiano, antecedente de la influyente DC italiana.
Raymond Aron escribió, refiriéndose a los años de la Guerra Fría, que los liberales tuvieron que nadar a contracorriente en un ambiente no liberal. No era la primera vez que esto pasaba, porque en los años 30 pasó una cosa parecida. El liberalismo, en cuanto corriente ideológica diferenciada del conservadurismo y del marxismo, siempre ha padecido la pinza impuesta por estos, llamémosles, extremos, especialmente cuando se han visto arrastrados por el nazismo-fascismo y el estalinismo. Los años 30 acabaron con el liberalismo catalán. Volvemos a formular las preguntas del principio, ¿qué ideología profesaban Francesc Macià o Lluís Companys, por ejemplo? Companys quizás ahora sería considerado un socialdemócrata, pero en ningún caso un marxista. No creo que ningún militante de ERC de 1931 hubiera demostrado afecto por un dictador comunista, que es lo que ha ocurrido estos días. Al contrario, ERC y las JER-EC sufrieron las consecuencias del siglo de los extremos, el convulso siglo XX.
El franquismo se cargó al catalanismo liberal y nadie lo reivindicó una vez muerto Franco. Solo aquella Esquerra Democràtica de Ramon Trias Fargas, que se alió con CDC sin mucho entusiasmo –ahora ya se puede decir en voz alta, ¿verdad?–, podría ser considerado el único intento serio de reconstruir lo que la Guerra Civil consiguió destruir: un catalanismo liberal, laico, librepensador y progresista. En Europa hay un montón de partidos que se inspiran en esa filosofía, que ahora incluiría, además, la defensa de políticas de sostenibilidad, medioambientales y sociales para asegurar la viabilidad de una de las grandes aportaciones de la Europa de posguerra, el estado del bienestar, único mecanismo que, hasta la crisis del 2008, había permitido que funcionase correctamente el ascensor social. Ahora se trata de rehacer lo que la crisis hundió y no caer en los mismos errores.
Jordi Pujol empezó reclamando para sí el modelo sueco y acabó en el campo del conservadurismo
Jordi Pujol empezó reclamando para sí el modelo sueco y acabó en el campo del conservadurismo. Hoy, su estrella se ha apagado por los múltiples errores que él mismo cometió y dejó que cometieran sus colaboradores y familiares. Es por eso que, en mi opinión, el PDECat tiene que soltar ese lastre y considerar su legado una más de las tradiciones que pueden inspirarlo, pero no puede ser la única. La frontera ya saben cuál es, lo acabo de explicar, pero un grupo que quiera evitar quedar atrapado entre la izquierda marxista, la que llora la muerte de Fidel Castro, y un conservadurismo que tiene sus raíces en el franquismo, solo sobrevivirá si supera el griterío independentista, que es importante, pero es circunstancial (por lo menos así lo espero, porque estoy seguro de que se ganará al Estado), y ofrece a los electores un relato creíble para la nueva Catalunya.
El reto de Marta Pascal y del nuevo grupo de dirigentes es ese, si es que los antiguos dirigentes (que no son tan viejos pero que se equivocaron mucho) no se lo impiden. Suya es la obligación de rehacer el liberalismo progresista –por lo que les recomiendo volver a leer a Anthony Giddens–, que hoy en Catalunya es una ideología huérfana de partido. ERC ha renunciado a ella y el PDECat todavía no ha llegado a adoptarla. Sin embrago, el espacio es amplio y fértil.