Quien tiene un problema es Esquerra Republicana. Quedar primero en las elecciones puede ser una oportunidad, pero también un regalo envenenado. El 21-D, Junts per Catalunya ganó a ERC por poco más de diez mil votos y la alegría los empachó. Los negociadores para la formación del nuevo gobierno —que no deberían haberlo sido jamás, porque eran dos presos— acordaron un gobierno de coalición con los republicanos como si Junts hubiera perdido las elecciones. Las principales conselleries, las de un presupuesto más importante, los medios de comunicación públicos y no sé cuántas cosas más fueron a parar a manos de ERC. Desde entonces, los de Pere Aragonès son los dueños de la Generalitat. De hecho, aunque la presidencia la ostentaba nominalmente Junts, quien mandaba era ERC. Ya se ha visto. Desde el 30 de enero del 2018 y la no investidura de Carles Puigdemont, ERC ha impuesto su criterio y su ritmo mientras Junts hacía ascos a todo, con una impotencia desesperada.
Cuando llegó la pandemia, la patata caliente cayó del lado de los republicanos, porque Salut, Educació y Treball se convirtieron en el frente de combate contra la Covid-19. Los tres consejeros de ERC, Alba Vergés, Josep Bargalló y Chakir el Homrani —protagonista de una gestión tan mala de las residencias de ancianos que perdió la competencia—, demostraron que a los republicanos les falta banquillo. Los de Junts, que tampoco es que vayan muy sobrados, no fueron capaces de sacar rédito de dirigir el Departament d’Empresa i Coneixement, responsable de la gestión de la economía productiva. Ya se ha visto en las elecciones. La titular de la conselleria, Àngels Chacón, cesada por Torra, no ha rentabilizado su paso por el gobierno porque para la mayoría de los ciudadanos es una perfecta desconocida.
Las conversaciones para formar el nuevo gobierno siguen el guion habitual. Es como jugar al póquer, que es un juego de cartas de envite —ahora dicen que es un deporte— donde acostumbran a jugar cuatro personas. La emoción del juego consiste en jugar con las cartas escondidas y que el jugador puede apostar, no por lo que no ve, sino por lo que solo intuye. En el póquer gana el jugador que tiene la mejor combinación o bien quien consigue que los demás lo crean y los rivales se retiren. Es un juego de amenazas que, a veces, acaba con disturbios sonados, como pasaba en los westerns que yo veía cuando era niño. Poner cara de perro o burlarte del contrincante podía abrir las puertas al drama. Estamos en este punto ahora, con los medios de comunicación haciendo de correa de transmisión de cada negociador. Tienen tiempo hasta el 12 de marzo, que parece una fecha muy lejana, pero puesto que en política el tiempo es oro y la paciencia de los ciudadanos, especialmente la de los más jóvenes, es cada vez más escasa, estaría ben que no agotaran el plazo. Se está constatando cada noche en la calle, desde la detención de Pablo Hasél. La virulencia de las manifestaciones es síntoma de un mal muy profundo que el nuevo gobierno tendría que afrontar seriamente.
Llegar a un acuerdo será difícil, porque las estrategias son diametralmente opuestas: Junts y la CUP comparten una visión rupturista que choca con el pactismo de ERC, si bien la CUP y ERC se identifican ideológicamente al arrinconar a Junts
Negociar la formación de un gobierno tiene muchas fases. La primera es interna de cada partido, que no son precisamente una madriguera de compañerismo. Hay batallas internas que son más mortíferas que las externas. En ERC, los federalistas partidarios de romper con Junts y pactar un gobierno de izquierdas con el apoyo externo del PSOE son muy ruidosos, porque además tienen el apoyo de Arnaldo Otegi, mucho más preocupado por la gobernabilidad de España que no de desbancar al PNB del poder. En cambio hay otro sector de ERC, muy relacionado con los antiguos convergentes —hoy en Junts— por la vía de los negocios, que verían bien la reedición del pacto con Junts con el añadido de la CUP. Incluso el ideólogo del primer tripartito, Joan Manuel Tresserras, actualmente presidente de la Fundación Irla, es partidario del gobierno de coalición independentista. La posición de Junts es más compacta, porque los contrarios a relacionarse con la CUP ya se escindieron cuando intentaban ser la CUP de derechas. Han fracasado y en Junts la idea general es que debe formarse un gobierno nítidamente independentista que acuerde, en primer lugar, una hoja de ruta para toda la legislatura.
Llegar a este acuerdo será difícil, porque las estrategias son diametralmente opuestas: Junts y la CUP comparten una visión rupturista que choca con el pactismo de ERC, si bien la CUP y ERC se identifican ideológicamente al arrinconar a Junts, al estigmatizarla como una derecha que no es. Desde fuera se intenta incidir en la negociación y se producen paradojas, como por ejemplo que la patronal reclame la formación de un gobierno de izquierdas (ERC+ECP+PSC) para acabar con el independentismo. Solo por eso, para disgustar al hombre del frac de CiU y ahora Generalísimo de Foment, debería formarse un gobierno que realmente ponga en peligro el régimen del 78. En Madrid ya se ha podido constatar que un gobierno PSOE-UP ni siquiera es capaz de investigar a la monarquía corrupta. Imaginen ustedes la inoperancia de un gobierno autonómico integrado por los dos partidos de izquierda del sistema y por una ERC subordinaba a los intereses de Madrid. En la oposición, Junts per Catalunya podría sacar mucho rendimiento de esa paradoja.
Si se superan estas dos primeras fases de la negociación y se llega a la tercera, que es pactar el reparto de responsabilidades y cargos, las cosas tampoco serán fáciles. Supongo que Junts habrá aprendido del gran error cometido en 2017 y no se dejará engañar tan fácilmente. Para empezar, intentará retener la presidencia del Parlament ante los intentos de ERC de convertir la posición de la segunda autoridad de Catalunya en moneda de cambio con la CUP. No sería lógico ceder un cargo que corresponde al segundo mayor partido de la coalición. Si la CUP se quiere comprometer con la gobernabilidad, con la política práctica, donde tiene que sentarse es en la mesa del consell executiu, donde cada martes se toman decisiones que afectan a la orientación económica y social del país y generan unas actitudes políticas compartidas. En un librillo que recientemente ha publicado Jordi Matas, Guía para formar un gobierno de coalición (Ediciones UB), el antiguo síndico electoral del 1-O defiende que los gobiernos de coalición permiten hacer aflorar la esencia de la democracia. Ojalá tuviera razón. De momento, la experiencia vivida por nosotros no es realmente esa. “En un mundo inundado de información irrelevante —escribe Yuval Noah Harari en 21 lecciones para el siglo XXI (Debate)—, la claridad es el poder”. El poder solo se logrará de verdad en Catalunya cuando se convierta en un Estado independiente. El auténtico quid de la cuestión es si los independentistas quieren lograrlo o bien no saben salir del mítico tiroteo de la película O.K. Corral.