Cada vez entiendo menos la política catalana. Creo que es un sentimiento compartido por mucha gente. Todo el mundo se está dando cuenta de que el rey va desnudo porque, y en eso debo darle la razón a Jaume Asens, es contradictorio que ERC y JxCat convoquen a la multitud para manifestarse en el aeropuerto de El Prat y que a la vez envíen a los Mossos d'Esquadra para recibirla a palos. Puesto que tengo confianza en mi amigo Oriol Izquierdo, compañero en muchas luchas y exdirector general, como yo, de la Generalitat de Catalunya, y por lo tanto con un alto sentido institucional, su artículo sobre la agresión que sufrió por parte de un mosso en el aeropuerto me vale antes que todas las explicaciones que pueda darme el conseller de turno o la portavoz del Govern. La policía española y la Guardia Civil crispan el ambiente, pero los Mossos también ayudan. Son sus cómplices.
Lo que me parece aún más ridículo es que los grupos de ERC y JxCat (con EH Bildu) en el Congreso hayan osado registrar una petición para que el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, comparezca ante la Diputación Permanente de la cámara baja y dé explicaciones de las palizas y maltratos de la policía en el aeropuerto. No es que yo no desee que este ministro, que tiene un sucio y nada lucido historial como juez, comparezca para “dar explicaciones en relación con el operativo policial y las cargas contra los manifestantes en el aeropuerto de El Prat en las que, presuntamente, se usó munición antidisturbios prohibida por el Parlament y que habrían causado graves daños físicos a algunos de los manifestantes”. Debe comparecer, naturalmente. Pero lo yo que quiero —y lo que quiere cualquier ciudadano con dos dedos de frente— es que comparezca en el Parlament de Catalunya el conseller Miquel Buch, a petición de los dos partidos del Gobierno —porque ERC es tan responsable como JxCat de las cargas del otro día, a pesar de los tuits traidores—, y dé explicaciones del porque de la brutalidad ejercida por los Mossos a los que dirige.
Los Mossos, dirigidos políticamente por supuestos independentistas, contribuyeron tanto como la Policía Nacional al intento gubernamental y mediático español de endosar a los manifestantes el relato de la violencia
La respuesta popular a la sentencia está siendo masiva y pacífica. Solo la policía, la “nuestra” y la de ellos, ha aplicado la violencia contra el derecho a manifestarse. Los Mossos, dirigidos políticamente por supuestos independentistas, contribuyeron tanto como la Policía Nacional al intento gubernamental y mediático español de endosar a los manifestantes el relato de la violencia. Eso es muy grave. Y no tiene justificación. Los viejos “convergentes”, que son los que dirigen el cotarro en Interior, no están a la altura del momento. Mientras ellos lanzan proclamas a favor de la independencia, quien se la está jugando en la calle es la gente. Los que pierden un ojo o un testículo, como explicaba mi amigo Oriol, son las personas que fueron maltratadas por la chulería de unos policías cuya intención era, desde el primer momento, vapulearlas, magullarlas e insultarlas. La policía respondió al pacifismo con violencia. Los responsables del Departament d'Interior o son inútiles o bien son tontos. O las dos cosas sumadas. Los que se escondan ante este grave error van a pasarlo mal. Basta de predicar una cosa y hacer la contraria. Por lo tanto, o explicaciones o dimisión, porque la causa de la independencia reclama gente discreta y a la vez valiente, con ideas y a la vez con sentido político, con determinación y a la vez prudente, pero, sobre todo, con honradez y dignidad a la vez. El conseller Quim Forn y el major Trapero consiguieron que los Mossos d'Esquadra fueran mimados por la población a raíz de la eficiente y eficaz resolución de los atentados del 17-A. A los poderes españoles se les atragantó esa impecable actuación y ya sabemos cuál ha sido la venganza. De momento, la injusta pena de prisión del conseller Forn. El conseller Miquel Buch, con la ayuda de los extremistas infiltrados en la BRIMO, ha destrozado aquella imagen y ha puesto a la policía en el lugar de costumbre. En el de la policía que reprime.
He empezado diciendo que no entiendo la política catalana. Lo que pasa es que quizás la entiendo —y la conozco— demasiado y por eso ya no comulgo con ruedas de molino. El otro día encontré una carta que Miguel de Unamuno envió a Joaquín Maurín el 4 de enero de 1918. Lancé por Twitter el fragmento que reproduciré a continuación porque pienso que es la síntesis más actual —y pronto se van a cumplir 102 años desde que fue escrita— sobre la deriva hacia los infiernos de la política y, en particular, de la política catalana: “Hay que encender el culto a la sinceridad y hasta a la indiscreción. Libertad es consciencia. Es libre el pueblo que conoce las razones de la ley por que se rige. El enemigo mayor de la libertad es, pues, el secreto; peor que la violencia. El despotismo —régimen de secreto— es peor que la tiranía —régimen de violencia. Mejor ser hombre que conoce la injusticia de la violencia que se le hace que animal domestico que ignora por que se le ceba y se le cuida con esmero. El peor esclavo es el contento con su esclavitud”. Los literatos del Govern deberían tomar buena nota de lo que se observa en este párrafo. Del significado profundo de la sinceridad aplicado a la política. Sinceridad no significa simpleza o imprudencia. Muchos de los que reclaman un retorno a la política, como si sólo ellos supieran practicarla, en realidad reclaman volver al secreto. A la normalidad de los pactos de sobremesa. A la comodidad de la “paguita y la casona”. Cuando Pedro Sánchez y el tripartito del 155 se ensañen de nuevo contra la Generalitat, ya habrá pasado el tiempo de pedir explicaciones a los que tienen vocación de esclavos. A los que no son dignos de la honorabilidad demostrada por los presos y por los manifestantes que los defienden.