Los cambios comportan grandes crisis. La cuestión que se debe dilucidar es qué efectos tienen estos cambios en términos de prosperidad y justicia. Entonces será cuando podremos valorar hasta qué punto ha merecido la pena el ajetreo. La historia del mundo es, sobre todo, la explicación del conflicto. Los adelantos humanos son resultado de los descubrimientos científicos y tecnológicos pero, también, de las luchas sociales que han modificado el contexto político. También es cierto que algunas decisiones políticas pueden provocar conflictos y a la vez tener resultados trascendentales para la historia. ¿Quién puede negar, por ejemplo, los cambios y conflictos que provocó la revolución industrial? Pero es que antes de que avanzara impecable la industrialización, en la Inglaterra del siglo XVII se habían tomado medidas que la favorecían. Las leyes que decretaban el cierre de los campos abiertos y eliminaban prácticamente las tierras comunales fueron durísimas, pero su aplicación y expansión, por imitación, a otros lugares abrió la puerta —¡vaya ironía!— al capitalismo.
La revolución agraria es anterior a la revolución industrial. Sin la primera no se habría producido la segunda. Los cercados contribuyeron a la mejora de la productividad agrícola y al incremento de los excedentes alimentarios disponibles, lo que propició el aumento de capitales, esenciales para la financiación de las nuevas empresas industriales, y la llamada revolución demográfica. La aparición de mercados supralocales y el éxito de iniciativas empresariales ayudaron al desarrollo tecnológico, etc. Todo eso y mucho más, cambió el mundo, pero también provocó grandes reflexiones sobre la iniquidad y la relación entre prosperidad e igualdad. Jean Jacques Rousseau reflexionaba sobre los efectos sociales del cercado de los campos en su Discours sur lo origino te las fondements de la inégalité parmi las hommes, aparecido en 1755, y afirmaba tajante: “Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es de nadie”. El Discurso llegaba a la conclusión de que la propiedad privada, que el liberalismo nacido a raíz de la Ilustración defendería como un derecho inalienable, fue el origen de la desigualdad.
La línea que separa el pensamiento social entre las derechas y las izquierdas, por resumirlo muy rápido, es la idea de justicia social
La desigualdad provoca conflictos. Lo importante es resolverlos aplicando la justicia. Bueno, por lo menos esta es mi opinión, porque ya sé que hay otras formas de pensar. Otras ideologías. La línea que separa el pensamiento social entre las derechas y las izquierdas, por resumirlo muy rápido, es la idea de justicia social. La socialdemocracia nació, precisamente, para paliar los impactos negativos del desarrollo del capitalismo. Desde el momento en que un individuo necesitó la ayuda de otro para vivir, desde que esos individuos se dieron cuenta de que era útil para un solo hombre obtener las provisiones de dos, la lucha por la igualdad se convirtió en imprescindible. Había que regular la protección social sin volver necesariamente al mito del “buen salvaje” que se desprende del Emilio de Rousseau: aquel hombre idealizado que vive de forma feliz en la naturaleza.
En el conflicto entre los taxistas y las VTC no sé quién es quién en el nuevo relato sobre la relación entre prosperidad, bienestar y justicia social. Porque es evidente que la revolución tecnológica está alterando el mundo. Lo revoluciona y no siempre para bien. Pero como que soy un fan de las nuevas tecnologías y por naturaleza me gusta experimentar, la aparición de servicios como Uber y Cabify, gestionados desde aplicaciones móviles, me entusiasmó. Me facilita la vida, como años atrás me la facilitaron los radio-tases. Detrás de un cajero automático hay un empleado menos de banca, como Apple Pay y otras formas de pago electrónicos acabaran con los cajeros automáticos. El progreso es eso. Pero, insisto, lo importante es determinar las consecuencias sociales de estos cambios. Hay que atreverse a legislar. Las leyes británicas sobre los cercados fueron positivas para la economía mundial, como también fueron positivas las revueltas sociales para proteger los derechos de los trabajadores y asegurar la justicia social. La correcta combinación entre estas dos dinámicas tendría que ser la aspiración de quien se llama progresista y quiere gobernar una ciudad.