El gobierno español está quebrado. La crisis española es tan profunda, tan real y patética, que solo se disimula porque todos los partidos políticos españoles están dispuestos, si hiciese falta, a liquidar la autonomía catalana. El último en sumarse al carro fue el de Pablo Iglesias, porque las huestes de Errejón y Carmena ya lo hicieron con anterioridad. Todos reclaman acabar con el Govern Torra por la vía de la destitución, como hicieron con Puigdemont. Unos lo exigen a gritos, los otros con un quizás, pero unos y otros saben por qué lo piden: en las urnas no tienen nada que hacer si quieren vencer al independentismo. Puesto que el PSOE no ha sabido construir alianzas, al final Pedro Sánchez ha optado por convocar elecciones. Por propia voluntad o por la fuerza. Y aquí están otras nuevas elecciones. Recalco la existencia de esta crisis española porque los independentistas, a quienes les gusta marear la perdiz, a menudo no se dan cuenta de las oportunidades que les brinda una crisis de una dimensión tan grande, que se podría agravar con la inestabilidad económica que prevén los que entienden de ello.
Mientras la derecha neo-autonomista intenta reorganizarse con unos liderazgos más viejos que Matusalén y un discurso carcomido, que cien años de frustraciones han demostrado que ya es inútil, el independentismo tiene ahora una nueva oportunidad para demostrar su fuerza y convertirse en un movimiento realmente transversal. Unas elecciones son siempre una oportunidad para “refrendar” el apoyo del que se dispone en todo momento. Hasta que no se logre la victoria, todas las elecciones —a ser posible, pocas— deberían abordarse con este ánimo. No se trata de mascar el chicle del procés una y otra vez, sino de que los independentistas demuestren que no van a dar tregua hasta que el gobierno no se siente a negociar. No negaré que los partidos independentistas están divididos. Es algo evidente, que solo queda desmentido —¡y es una suerte!— por la existencia de una coalición gubernamental que “sobrevive” desde hace dos años. Jamás entendí por qué razón ERC y JxCat pueden gobernar juntos —y votar juntos en el Parlament para defender la obra del Govern— y, en cambio, no pueden concurrir coaligados a las elecciones. La política no es irracional, son algunos políticos los que la convierten en un manicomio. Convengamos que Tardà y compañía tienen razón —yo no lo creo, pero da igual—, y que JxCat representa la derecha independentista, ¿es que no sería una gran muestra de transversalidad que ERC, JxCat y el antiguo Front Republicà acordaran una lista unitaria? Transversal significa atravesar una línea de rectas. Transversal se traduce en intersección. Si la derecha y la izquierda se ponen de acuerdo y traspasan la recta que les separa para unirse por un punto, eso aseguraría la deseada transversalidad.
La racionalidad política y las “luchas compartidas” deberían servir para que los independentistas entendieran que lo más conveniente, lo más inteligente, lo menos sectario y mesiánico, y lo que tal vez obtendría un gran éxito, es que Carles Puigdemont y Oriol Junqueras encabezaran una lista unitaria
Ya oigo la réplica: todos los partidos españoles están dispuestos a aplicar el 155 y no por ello acuden en coalición a las elecciones. No, claro que, no les hace falta. Ellos tienen el Estado para que les cuide la hacienda. Sin embargo, quizás les convendría aprender de los alemanes, que llevan años gobernados por una coalición —evidentemente transversal— entre los socialdemócratas y los democristianos. Si Alemania resiste mejor que cualquier otro Estado de la UE a los vaivenes de la economía y la crisis institucional y de legitimidad que arrastra desde hace años, es precisamente por la existencia de este gobierno “de unidad nacional”. Una apuesta así algo tendrá que ver con que el gobierno alemán sea más o menos fuerte y estable. ¿Ustedes no piensan lo mismo? A pesar del castigo electoral que sufrió la SPD en las últimas elecciones, la coalición, lejos de romperse, se repitió. ¡Valentía, sí señor! En España, por el contrario, el tacticismo —disimulado con aspavientos ideológicos— es la norma. El blanco o el negro, un legado de la Inquisición.
Los políticos catalanes deberían parecerse más a los alemanes que a los españoles. Más aún cuando la sentencia del juicio podría darse a conocer, como quien dice, en plena campaña electoral. No le den más vueltas. La pregunta es: ¿estamos viviendo, sí o no, un momento de emergencia nacional, no solo por el deterioro de la economía, como los alemanes, sino porque la democracia en España —y por tanto en Catalunya— está disolviéndose como un azucarillo? ¿Es verdad o no que los poderes del Estado intentan liquidar el independentismo descabezándolo y arrinconándolo? La mayoría de la gente, el ciudadano sensato que dentro de unos días se verá obligado a elegir entre la “mamá” o el “papá”, sabe perfectísimamente que ese es el plan del PSOE, el PP e incluso de UP, y, no hace falta recordarlo, de los extremistas de Vox y Cs. Lo que este ciudadano reclama a los políticos es que demuestren buena predisposición, que recuperen el espíritu del 1-O, cuando todo el mundo protegió las urnas porque estaba convencido de que de esa forma defendía la democracia. La gente sabe, como diría el presidente Lluís Companys, que “todas las causas justas del mundo tienen sus defensores, y, en cambio, Catalunya solo nos tiene a nosotros”. Las frases lapidarias —y esta la encontré de un librillo de la Fundació Josep Irla— no deberían reproducirse en vano si uno mismo no está dispuesto a seguir el precepto.
Así pues, la racionalidad política y las “luchas compartidas”, por recurrir al eslogan de la campaña de Òmnium que reclamaba unidad, deberían servir para que los independentistas entendieran que lo más conveniente, lo más inteligente, lo menos sectario y mesiánico, y lo que tal vez obtendría un gran éxito, es que Carles Puigdemont y Oriol Junqueras encabezaran una lista unitaria, de amplia base republicana, que acudiese a las elecciones del 10-N con un programa de ruptura, de defensa de la autodeterminación, de la democracia y de los derechos humanos —que incluya la amnistía de los presos—, sin descuidar, claro está, la reclamación de los recursos y las infraestructuras que, de momento, mientras Catalunya pertenezca a España, necesita la autonomía realmente existente para asegurar el bienestar y el progreso social de los ciudadanos de Catalunya. ¡Seamos alemanes, cuando menos por una vez!