Los partidos unionistas se agrietan y por lo que parece van a pasarse toda la campaña electoral hablando de Catalunya, de la aplicación de un nuevo 155, de la ley de seguridad nacional, de TV3, de la lengua y de cualquier otra cosa que les sirva para no abordar la profunda crisis que padece España. Es una crisis de identidad, política, económica y, sobre todo, moral. Hay mucha inmoralidad en las posiciones políticas de todos los partidos, especialmente en los de la izquierda española, que han adoptado el discurso nacionalista —y no patriótico, como nos dicen— dirigido a aplastar a una parte de Catalunya simplemente porque reclama el derecho a decidir. Si 8 de cada 10 catalanes cree que el trato que reciben es injusto, esto significa que la conciliación orteguiana (la famosa “conllevancia”), que gusta tanto a la raquítica tercera vía catalana, ya no es posible. No era sincera en 1931, ni lo fue en 1978, con el famoso consenso, ni tampoco lo fue en 2006, que fue cuando quedó claro que Catalunya tenía el Estado en contra y que con sus acciones estaba hundiendo la economía catalana y, en consecuencia, la prosperidad y el bienestar de los catalanes. Ahora, además, los poderes del Estado, incluyendo la monarquía —una institución obsoleta y reaccionaria—, se proponen derrotar a Catalunya políticamente. Recetar más nacionalismo para curar los males de estos años, que es lo que anuncian los partidarios de “más España”, “más país”, “ahora España”, “España siempre” o “España, España, España”, solo contribuirá, en caso de que tuvieran suerte, a que se conviertan en una pústula crónica que irá creciendo y creciendo. 

“Los males desesperados solo se alivian con remedios desesperados, o no tienen remedio”. Esto es lo que afirma Claudio en la escena IV de Hamlet. El dicho ya es universal, como todas las sentencias que adquieren un sentido de prescripción, que mientras estaba pensando cómo iba a describir el momento actual la frase me vino a buscar, por así decirlo, mirando una serie a Netflix. Un delincuente, supuestamente ilustrado, usó el precepto shakesperiano, adjudicándoselo a Hipócrates —quien tiene muy buenos aforismos, pero este no—, para justificar que había decidido fugarse de la prisión. ¿Es realmente desesperado el momento político que estamos viviendo? Si tenemos en cuenta que es evidente que existe una perturbación de la vida pública debido a la pérdida de cualquier esperanza, y que el mal causado a las víctimas de la represión es irreparable, cuando menos de momento, y genera mucha impotencia, me atrevería a afirmar que sí, que estamos viviendo un periodo de desesperación que no se va a curar con soluciones fáciles. Querer negar que la política española está dominada por extremistas atribuyendo a la política catalana la culpa de la radicalización españolista es, sencillamente, un consuelo para los que han entrado en un callejón sin salida del que no saben escapar. El radicalismo españolista se manifiesta en todo. Contra el independentismo y contra la película de Amenábar. Cuando se debate sobre el Valle de los Caídos o cuando el gobierno español exige que catalanes, valencianos y mallorquines no se comuniquen con la lengua que los une para obligarles a hacerlo en castellano, que es un propósito tan absurdo como podría serlo que Donald Trump, dirigente del Imperio, reclamara a España que las comunicaciones con los estados latinoamericanos se realizaran en inglés. El Estado, y los partidos unionistas, esparcen mentiras para alimentar el odio entre los suyos con este radicalismo españolista. Y no me estoy refiriendo a la falsificación de la realidad catalana mediante las invenciones y proclamas de los fascistas con micrófono, lo que ya en sí mismo es grave y vulnera la deontología periodística, que debería ser tan importante como la hipocrática. Lo que digo es que resulta escandaloso que los políticos unionistas quieran hacer creer a sus votantes que la solución al conflicto español (porque es más español que catalán) pasa por reprimir todavía más a los independentistas o por apelar superlativamente al nacionalismo españolista.

Recetar más nacionalismo para curar los males de estos años, que es lo que anuncian los partidarios de “más España”, “más país”, “ahora España”, “España siempre” o “España, España, España”, solo contribuirá, en caso de que tuvieran suerte, a que se conviertan en una pústula crónica que irá creciendo y creciendo

Si no estoy equivocado, el eslogan de CiU en las elecciones estatales de 2011 era: “Más para Catalunya”, síntesis de lo que debía defender en Madrid el nacionalismo autonomista en el marco, sin duda, del constitucionalismo: más autogobierno, más ocupación y más actividad productiva. “Todo —leo en una entrevista con la jefa de campaña de aquel momento, la democristiana Marta Llorens— para practicar una mejor y mayor defensa de los catalanes y del país”. Ustedes ya han podido comprobar que el régimen del 78 se ha cargado la autonomía en un santiamén, porque el Estado siempre se ha reservado el “más España”, que significa más centralización del poder, a pesar de que la política del peix al cove le obligara a ceder momentáneamente lo que después siempre ha querido recuperar. El Estado de las autonomías, por lo menos en cuanto a las competencias de Catalunya, es cada vez más pequeño, hasta devenir una caricatura de lo que se acordó que debía ser durante la transición. Mientras en Madrid los partidos se radicalizan y cada vez son más españolistas, en Catalunya los neocatalanistas —que recuperan el regionalismo de 1901— reclaman volver al consenso de 1978, como si no hubiera quedado probado que aquel consenso con el tiempo fue convirtiéndose en una mordaza. Si el gobierno español no acepta el diálogo, la inestabilidad dominará la política española. Y si la solución que aporta el establishment es una gran coalición entre el PP y el PSOE, más que un remedio desesperado para España será su tumba.

Sería deseable que los políticos españoles entendieran correctamente el consejo de Shakespeare. El Estado acusa un mal desesperado, que no abre la puerta a la esperanza, precisamente. Y si los políticos españoles no saben encontrar un remedio, aunque sea “a la desesperada”, acudiendo a soluciones extraordinarias para lograr lo que no parece posible de otro modo, no van a poder salirse con la suya. Cuando se den a conocer las sentencias del procés, a los políticos españoles quizás les parecerá que han ganado. Que ese castigo severo, provocado por el éxtasi españolista, asustará al independentismo. La perversa lógica nacionalista solo ofrece soluciones como esa. Mientras tanto, el PSOE habrá dado el salto desde la “España plural”, inspirada por el maragallismo, y que Rodríguez-Zapatero que defendió por un tiempo, al “Más España” de Pedro Sánchez, aplicando un giro nacionalista a su ideología con el que enterará a la razón y al principio de libertad. El Estado ya debería haberse dado cuenta de que la simple represión contra el independentismo no le llevará a ninguna parte. El divorcio entre la Catalunya soberanista y la España nacionalista es tan violento, que los antiguos cónyuges dejarán de hablar durante años. Lo suyo sería encontrar un consiliario para seguir avanzando.