El día ya llegó. Los presidentes Torra y Sánchez se verán hoy en la Moncloa. No esperen mucho de este encuentro. Las expectativas que ha generado son una fabricación interesada de los medios de comunicación adictos a la tercera vía, de los tertulianos unionistas y del soberanismo que lloriquea. Y hay que recordar que este encuentro no ha sido la gran prioridad de Sánchez, pues antes que recibir a Torra optó por reunirse con el lehendakari Urkullu, a pesar de que la crisis catalana es el fenómeno más importante de los últimos tiempos en España. ¿O es que alguien cree de verdad que Mariano Rajoy perdió la moción de censura simplemente por la sentencia del caso Gürtel? O planteado a la inversa: ¿es que alguien cree que Pedro Sánchez habría llegado a la Moncloa sin “beneficiarse” de la crisis catalana?
La crisis catalana ha provocado un descosido en el Estado que les cuesta reparar. El partido conservador, el partido Alfa, como lo denominan los cursis, está destrozado y se quiere recuperar del batacazo escorándose cada vez más hacía la derecha y así atrapar a Cs, la derecha extrema española que se justifica por su nacionalismo radical. Cuando José María Aznar reclama refundar la derecha española está pensando en los porqués del éxito de Cs. Es su modelo. Y en este sentido, tanto da que gane Soraya Sáenz de Santamaría que Pablo Casado en las primarias del PP. Quién nos hubiera dicho, sin embargo, que quizás sea menos bestia la exvicepresidenta que el “niño” amamantado por Aznar. La cuestión es que el PP sufre una crisis profunda de la que saca provecho la extrema derecha. Por lo tanto, en el campo de la derecha, el radicalismo impera y lo que liga la mayonesa es el españolismo irredento de Sociedad Civil Catalana. La posible candidatura de Manuel Valls a la alcaldía de Barcelona solo se explica por eso. Al final, estoy seguro de que lo vamos a ver, si cuaja su candidatura, detrás del fracasado socialista francés se alinearan Cs, PP y PSC.
La crisis catalana ha provocado un descosido en el Estado que les cuesta reparar
Los que siempre están dispuestos a rendirse aseguran que el PSOE es menos agresivo que el PP. Y que por eso hay que dar una oportunidad a los socialistas. Podría ser que el PSOE fuera más sibilino, pero es tanto o más españolista que el PP. Mientras han dirigido los gobiernos españoles, y lo han hecho 21 de los 41 años que llevamos votando, los socialistas no han actuado de forma muy diferente a la derecha española en cuanto a la organización territorial. ¿O es que ya hemos olvidado los pactos (anti)autonómicos que condicionaron la evolución del estado de las autonomías cuando todavía no hacía ni tres años que se había aprobado la Constitución? ¿Es que nadie se acuerda de la comisión de expertos dirigida por el jurista García de Enterría que emitió un informe que sirvió de base para el pacto entre Leopoldo Calvo-Sotelo, entonces presidente del Gobierno, y Felipe González, líder del PSOE, de 31 de julio de 1981? ¿Es que no existió la LOAPA (Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico), aprobada el 30 de julio de 1982, a pesar de que el Tribunal Constitucional tumbara 14 de los 38 artículos de que constaba? ¿Y es que ya no recordamos que para salvar ese escollo, el 14 de octubre de 1983 se aprobó la Ley de Proceso Autonómico? ¿Qué pasó en 1992, cuando Felipe González todavía era el presidente del Gobierno y José María Aznar, líder de la oposición? Pues que se firmaron unos segundos pactos (anti)autonómicos “en un intento de igualar a las comunidades de vía lenta con las históricas”. Por ahí supura la herida, evidentemente.
Podría ser que el PSOE fuera más sibilino, pero es tanto o más españolista que el PP
El PSOE es el único protagonista de esos pactos (anti)autonómicos que sigue vivo. Los partidos de la derecha fueron cayendo, pero los socialistas siguen siendo los mismos. Forman parte del paisaje político español y no han dado su brazo a torcer en prácticamente nada. Hasta 1993, la relación entre Felipe González y Jordi Pujol fue de frialdad y tensión. Cuando el PSOE perdió la mayoría absoluta en el Congreso y los votos de CiU fueron claves para su investidura, la relación cambió. A la fuerza, habría que decir. Todo el mundo sabe —o tendría que saberlo si se quiere ser un observador honesto— que el pacto del Majestic del 28 de abril de 1996, que propició la investidura de Aznar, comportó más beneficios para la autonomía catalana que el pacto de la Moncloa entre Rodríguez Zapatero y Artur Mas, que yo mismo elogié en el artículo “Salvar los muebles” (El Temps, 31/1/2006). Los poderes profundos del Estado boicotearon la reforma del Estatuto, mientras que no impugnaron el fin del servicio militar, la supresión de los gobernadores civiles y la cesión del 15% de la recaudación del IRPF a las comunidades autónomas. El cepillado de Alfonso Guerra al Estatut también contribuyó al fracaso del último intento de reforma federal. No tuvo toda la culpa el Tribunal Constitucional. El pacto del Majestic le costó caro a CiU, porque lo acabaría pagando negativamente en las urnas, pero el fracaso del pacto con el PSOE de 2006 se cargó el federalismo de por vida.
¿Qué debemos esperar del encuentro entre Pedro Sánchez y Quim Torra? Nada
Con este historial, ¿qué debemos esperar del encuentro entre Pedro Sánchez y Quim Torra? Nada. El error del presidente catalán seria que intentara emular a Josep Tarradellas cuando en junio de 1977 se reunió con Adolfo Suárez en Moncloa y al salir del encuentro declaró, sin ser verdad, que la conversación había sido muy provechosa. Eso quizás satisfaría a los “nuevos” moderados, pero indignaría a los ciudadanos que se jugaron el pellejo defendiendo las urnas el 1-O. En estos momentos, astucias de ese tipo penalizan a quien las practica. Los ciudadanos quieren ser tratados como personas adultas y reclaman a los políticos que dejen de engañarlos. No es populismo. Es simplemente la manifestación de que la gente está harta de los partidismos y de las mentiras que salen por la boca de los políticos. El poder no es un atributo, que es lo que se creen los que tienen dinero, es una condición a la que se llega con el apoyo de la gente. El PSOE tiene un apoyo escaso, más débil incluso que el que pueda tener Torra, quien al fin y al cabo representa un mayoría parlamentaria soberanista menos Frankenstein que la que sostiene al líder socialista. Acudir a la Moncloa con actitud cabizbaja ya sería un error, salir de ella con una falsa euforia complicaría todavía más las cosas. Dar cuerda a quien te ha engañado repetidamente sería un error. A Torra le conviene recuperar el diagnóstico del president Carles Puigdemont cuando al salir de la Moncloa después de entrevistarse con Mariano Rajoy el 20 de abril de 2016 afirmó: “Mientras alguien piensa qué nos tiene que decir, nosotros seguiremos nuestro camino”. Hay que saber ejercer el poder y no solo representarlo.