Quim Torra no es un fascista. Ni siquiera es un nacional-populista, que es el eufemismo que utiliza Pierre-André Taguieff para designar la extrema derecha actual, articulada a partir de los conflictos de la sociedad postindustrial, de las crisis económicas y del miedo al otro de segmentos de la población, dejando de lado las identificaciones clasistas. La propaganda unionista contra Torra no tiene sentido. Es obscena. Y cuanto más católicos son los articulistas, más obscena es. Unos le acusan de supremacista y otros —incluyendo una porción de soberanistas— de intelectual apolítico. En todo caso, un sospechoso habitual. “Los errores son insoportables cuando son irreparables”, dejó escrito George Steiner. Se dice que el unionismo ha puesto a trabajar un equipo de buitres para desacreditar al nuevo jefe del Govern. La “broma” sobre qué piensa realmente Torra durará una semana, si es que no se recurre a la manipulación. Ni un solo escrito de Torra habla de una sociedad catalana homogénea nacionalmente. Habla de derechos. Del derecho de la lengua y la cultura catalanas a existir en un mundo globalizado. Esta persecución de Torra es intelectualmente insustancial e insostenible, sobre todo si se compara con el fascismo de verdad, aquel que no nos ha abandonado nunca y que se puede escuchar en las radios y las TV españolas que reclaman bombardear Catalunya y en las que incluso se considera que Mariano Rajoy y Pedro Sánchez son unos traidores por no hacerlo. Los supuestos partidarios del diálogo, que abundan entre los equidistantes y el unionismo benévolo, deberían vigilar con quién se alían al atacar a Torra. Los que quieren volver al “catalanismo españolista” tradicional, sazonado de la retórica regeneracionista propia de los primeros años de la Restauración de 1876, deberían abstenerse de adoptar los argumentos de la extrema derecha española que en Catalunya lidera Inés Arrimadas. Por cierto, ¿qué nombre recibiría en los EE.UU. el grupo de diputados que no cantara el himno nacional del país en el Congreso? No tengan ninguna duda: antipatriota. Y es que Cs, a pesar de asegurar que se sienten tan catalanes como españoles, no reconocen como propios los símbolos nacionales de los catalanes. Ahora escuchan Els Segadors puestos en pie, pero no lo sienten suyo. Lo respetan como los jugadores franceses respetan el himno español antes de empezar un partido contra “La Roja”. ¿Quién es realmente supremacista?
Es absurdo identificar a Quim Torra con una ideología que no profesa. Sólo los inmorales pueden equiparar las preocupaciones de un “herderiano” con el nazismo. El nuevo jefe del Govern se refiere a los españoles en tercera persona porque, a pesar de respetarlos, no se siente español. ¿Eso lo convierte en xenófobo? No, de ninguna manera. El supremacismo consiste, precisamente, en imponerle a quien no quiere que se sienta español. Mario Vargas Llosa tiene la nacionalidad española pero va por el mundo diciendo que es un escritor peruano. Uno se siente lo que se siente y es lo que quiere ser. El independentismo en Catalunya ha sido, por regla general, un movimiento democrático de liberación nacional. Un espíritu demócrata que ha permitido que el secretario general de Estat Català en 1936, Joan Cornudella, acabase sentado en la bancada de los diputados socialistas del PSC (PSC-PSOE) en 1980, vía el PSC-R de Josep Verde Aldea, después de haber liderado el Front Nacional de Catalunya (FNC), el primer partido independentista catalán reconstruido bajo el franquismo. Este es un país que reivindica la memoria y en cambio sabe poca historia. Sobran diletantes y faltan profesionales. Lo digo porque, para seguir con el ejemplo anterior, de ese Estat Català de los años treinta del que parece que ahora cualquiera sabe lo que fue, salió el Estat Català-Partit Català Proletari, uno de los grupos fundadores del PSUC, el partido de los comunistas catalanes, precedente de ICV, y, por lo tanto, de En Comú Podem. Los excomunistas sí que deberían pedir perdón, y no lo hacen, por haber provocado la muerte de propios y extraños, ejecutadas en nombre de una ideología totalitaria. Xavier Domènech, que es historiador y profesor en la UAB, debería saberlo, como también habría podido saber, aunque tuvo que recordárselo Quim Torra, que Acció Catalana, el partido de la izquierda liberal que tanto admira el nuevo jefe del Govern, en 1936 formaba parte del Frente Popular. Y sin embargo, de esa misma Acció Catalana, en 1931 ya se habían escindido los seguidores de Manuel Carrasco i Formiguera, aquel democratacristiano que huyó de Catalunya en plena Guerra Civil porque le querían matar los de la FAI y al final fue Franco quien ordenó fusilarlo. Quim Torra se siente cómodo formando parte de esta tradición, que liga con la de Antoni Castellà y se aleja de la de Ramon Espadaler, que es incapaz de empatizar con el sufrimiento de las víctimas de la represión acurrucado en un escaño prestado por el PSC.
Ni un solo escrito de Torra habla de una sociedad catalana homogénea nacionalmente. Habla de derechos
Lo peor del mundo en el que viven los políticos es que está dominado por la falta de inteligencia. Es un universo lleno de gente sin ideas, sin visión. A veces sin ideales, donde un día se puede ser diputado de CiU y al día siguiente propugnar todo lo contrario simplemente porque te has casado con una señora de extrema derecha. La política hoy día está “gansteritzada” por una especie de animales reptantes e inhumanos, encaramados en lo más alto por el ansia de poder y no porque puedan exhibir algún mérito en concreto. Y así nos va. Estoy muy alejado, creo yo, de lo que piensa el nuevo jefe del Govern, pero me niego a añadirme al linchamiento que comparten unionistas y envidiosos. He leído algunos de sus ensayos, que me han divertido bastante, es especial por una prosa que imita el lenguaje de los periodistas de los años treinta que él admira. Algunos articulistas jóvenes de hoy en día escriben como Torra, aunque ellos hayan sido los primeros en machacarlo. Quim Torra es un hombre culto que se toma las críticas con deportividad pero no creo que perdone mucho. Quien demostró que es un iletrado, aunque a veces nos regale un haiku o versillos de todo tipo, fue Miquel Iceta, que en su discurso del día de la investidura “confundió” —por decir algo— que Torra hablara de una “raza socialista” —en el sentido de tipo o especie— para atacar a otro tipo de socialistas para demostrar la predisposición xenófoba del candidato a la presidencia. Los socialistas ya utilizaron esta estratagema etnicista cuando José Montilla fue investido president de la Generalitat. No pudieron salirse con la suya puesto que el nacionalismo catalán es de naturaleza cívica, y por lo tanto integrador, como saben todos los especialistas. El independentismo es tan o más mestizo que este PSC dominado por burócratas que jamás han cobrado una nómina en una empresa privada. Por lo menos el nuevo jefe del Govern, Quim Torra, sabe qué significa —y qué cuesta— tener que cuadrar un balance.
En la Europa democrática las manipulaciones propias del fascismo se pagan caras
Quim Torra tomará posesión del cargo de president de la Generalitat hoy, jueves 16 de mayo, seis días antes de la fecha límite para poder hacerlo si se quería evitar que Mariano Rajoy volviera a convocar elecciones y que, bajo esa circunstancia, Soraya Sáez de Santamaría ocupara bastardamente la presidencia otro medio año, mientras Enric Millo seguía ejerciendo de Virrey desde el palacete de la calle Mallorca. Torra, siguiendo la lógica que lo ha llevado hasta aquí, ocupará la presidencia sintiéndose más jefe de Govern que president. La suya será una presidencia en “custodia” —según sus palabras—, a la espera de que se pueda “normalizar” de verdad la situación política, que en ningún caso tiene que comportar ni rendición ni rectificación, que es lo que reclama el conservadurismo soberanista, el nuevo “catalanismo españolista”, el del encaje, aquella forma de entender la relación con España que, además, históricamente ha ayudado a fabricar la imagen del catalán pedigüeño que se que con la riqueza de los españoles usando el chantaje político. De momento, la fiscalía belga ha provocado un boquete en el montaje judicial español contra los independentistas. La Cámara del Consejo, un tribunal de primera instancia belga, ha rechazado la euroorden dictada por el juez del Supremo español, Pablo Llarena. La fiscalía belga esgrime defectos de forma y errores graves en la correspondencia que ha mantenido con el juez español. En la Europa democrática las manipulaciones propias del fascismo se pagan caras.
Esta misma semana —o a principios de la semana que viene— se pondrá en marcha el nuevo Govern. Será un ejecutivo coral, de coalición, con Quim Torra al frente. Será un Govern autonómico que trabajará para que Catalunya camine hacia la República. ¿Quién duda de que Carles Puigdemont ejercerá de president? Solo los que quieren ver derrotada la causa independentista. Tenemos president, pues, y tenemos un jefe de gobierno al que también denominaremos president. Ostentará los honores, ciertamente, pero precisamente porque Torra es un hombre de principios, leal y que venera las instituciones, a la vez que es inflexible con los traidores, no permitirá que el nuevo ejecutivo rebaje el conflicto creado por la intransigencia autoritaria de los partidos españoles. No dudo de que si Torra hubiera vivido durante los años veinte y treinta habría escrito los mismos artículos que su admirado Eugeni Xammar en L’ou de la serp, un precoz diagnóstico sobre el ambiente xenófobo y exaltado de aquella Alemania que incubaba el nazismo y el supremacismo de verdad. Habría combatido como él contra todos los autoritarismo. Claro que Xammar acabó en el exilio mientras que algunas “ratas” —dicho en palabras suyas— se refugiaban en Destino o en otros medios de la españolísima Barcelona franquista. El aceite de ricino y las bofetadas convirtieron en delincuentes a los resistentes. Igualito que ahora.