Antes que la acción están las ideas. Lo formulo mejor: debería haberlas. Este es el resumen del folleto que acaba de publicar el president Carles Puigdemont en La Campana. Si no estuviera exiliado, este habría sido el texto de una conferencia que el MHP habría pronunciado en un gran local de Barcelona. Mientras escribo este pensamiento me doy cuenta de que llevamos un montón de años sin que ningún político convoque al público para dictar una de esas conferencias programáticas a las que eran tan aficionados los presidentes anteriores. Con la irrupción desbocada de unos políticos elegidos en un mal casting, parece que las ideas desaguan en un pozo negro. Ni uno de los actuales dirigentes políticos ganaría el premio al “mejor pensador” del año que convoca la revista británica Prospect y para el que ha sido seleccionada una única política en activo: la norteamericana Alexandria Ocasio-Cortez. Así pues, este no es un mal solo catalán. Los políticos de ahora, como quedó claro durante la investidura fallida de Pedro Sánchez, confunden las “convicciones” con las ideas políticas. Creer firmemente en la verdad de ciertos principios políticos —o religiosos, que las convicciones también van de eso— no te convierte en alguien que piensa políticamente. Puede ser, aunque no se cumpla siempre la regla, el origen del dogmatismo de quien actúa sin pensar para reivindicar un credo, una patria, un estado, una doctrina o una civilización.
La cuestión es que las 34 páginas de este pequeño libro son, en realidad, el texto de esa conferencia imposible que habría podido convocar el president Puigdemont en el interior para explicar —y de paso, poner luz— el follón posterior al ciclo electoral. El desasosiego que ha invadido el espíritu de algunos independentistas después del espectáculo provocado por los pactos de todos los partidos independentistas con el PSC, con la consiguiente pérdida de influencia en varios lugares, pero especialmente en el Ayuntamiento y en la Diputación de Barcelona, requería que alguien asumiera dar explicaciones para impedir que “se consolide una cierta idea de renuncia” entre la base ciudadana independentista. Y ante la imposibilidad de hacerlo de viva voz, el president Puigdemont ha elegido el formato de un folleto dividido en varios epígrafes. No es lo mismo, porque el formato escrito impide ver el ceremonial que también acompaña a una conferencia ante la expectativa previa que siempre provoca la convocatoria de este tipo de actos. Pero todos los exilios tienen la misma pretensión: aislar a los individuos de su entorno, de su circunstancia. Pero el exilio también puede llegar a ser, como nos indican los que entienden de ello, una bendición plutarquiana. Una oportunidad para quien siente la patria donde sea: en la cárcel o en el exilio. Este sería el primer consejo que daría al president Carles Puigdemont. Si quiere liderar el movimiento de liberación nacional catalán desde este, también, “amargo exilio”, como lo calificaba la poetisa Teresa León, sería conveniente que se desprendiese de los vínculos partidistas. Si el president Puigdemont quiere que el Consell per la República se convierta en la dirección aliada que propone en este librito, es prioritario que abandone la militancia partidista. Ya sé que eso es muy difícil de asumir, sobre todo porque no habrá reciprocidad entre los aliados. Puigdemont debe asumir que si la Crida Nacional tuvo el éxito inicial que tuvo y que ha ido perdiendo, fue porque la mayoría de la gente que acudió al acto inaugural de Manresa en octubre de 2018 no necesitó que ningún partido organizara autocares para llenar el recinto. De este hecho tan singular, que ya destaqué en su día aquí mismo, nadie ha tomado nota. Al contrario, algunos lo han querido borrar.
Si el independentismo quiere seguir adelante y ganar la partida al unionismo, es necesario que se una otra vez, que se (re)una, que vuelva a la unidad
Como reconoce el propio president, el último epígrafe, muy corto y explicativo, debería haber sido el primero, porque es en esta última parte del texto donde se ve más claramente qué es lo que le llevó a escribirlo. Tanto da, esta es una cuestión formal que un buen scripwriter habría podido resolver. Vivir exiliado no es lo mismo que disponer del personal que todo president de la Generalitat tiene a su disposición. La tesis de la “conferencia” es muy sencilla y está muy bien resumida en el título. Si el independentismo quiere seguir adelante y ganar la partida al unionismo —reflexiona el president—, es necesario que se una otra vez, que se (re)una, que vuelva a la unidad, lo que no significa que se deba reunificar en un solo partido, sino que sirva para combatir las teorías de la desunión (también escrito en cursiva, siguiendo el criterio del president para remarcar su importancia). La teoría de la desunión es lo que ha provocado que el independentismo haya perdido el Ayuntamiento de Barcelona a manos de un unionismo que se supo (re)unir inteligentemente con el objetivo prioritario de investir a una alcaldesa no independentista o bien que la Diputación de Barcelona haya sido “recuperada” por un PSC que hasta hace nada malvivía con respiración asistida. Lo que ha ocurrido es responsabilidad de todos los partidos independentistas y no solamente de uno solo. “Lo que se hace al margen de la lógica de la unidad nos va en contra” —escribe el president—. Y es cierto, pero el partidismo está muy repartido, empezando por el partido del que todavía es militante el president que, como es evidente, ha regresado a los vicios del autonomismo para obtener unas cuantas migajas.
La existencia de una dirección aliada, que “comportaría una alianza estratégica entre los independentistas”, habría evitado que los pactos con los socialistas —sea para aprobar los presupuestos del Estado o para votar una moción de censura, ya sea para presidir un ayuntamiento o para entrar en el gobierno de una diputación— hubieran sido considerados una traición. Si hubiera existido esta dirección aliada, “si entre todos hubiéramos convenido que la decisión más productiva en este momento, para consolidar posiciones o para evitar según qué cosas, era posibilitar estos acuerdos”, entonces la base ciudadana independentista habría entendido algo. No hacerlo ha convertido estos pactos en un inmenso error y no solo “posiblemente”, que es el condicional que usa el president para salvar a su parroquia. La realidad es que esta dirección aliada no existe y, por lo tanto, no puede decidir cuáles son las líneas rojas que el independentismo no debería cruzar. La razón por la que no existe esa dirección es porque cada grupo independentista —incluyendo a las entidades de la sociedad civil— valora de forma diferente dónde nos encontramos. No basta con compartir la lucha contra la represión, porque esa es, por decirlo de algún modo, la parte más fácil del acuerdo entre independentistas. Lo más difícil es acordar qué hacer ante Pedro Sánchez o bien decidir previamente con quién pactar la aprobación de los presupuestos de la Generalitat y a qué precio. Esa es la principal dificultad para llegar a un acuerdo entre los partidos independentistas y también es el motivo de los reproches de la base ciudadana a los partidos. La discrepancia sobre el diagnóstico para explicar qué está ocurriendo y cuál es la vía de solución crea una confusión irreparable. Si uno cree que la vía para salir del túnel es que España disponga de un gobierno de izquierdas y el otro que Pedro Sánchez es ni más ni menos que la cara B del unionismo represor, las dificultades para construir una dirección aliada son casi totales.
El president Puigdemont también menciona las “luchas narrativas que teníamos ganadas” y que se han ido dejado de lado, como por ejemplo la repercusión negativa sobre la economía catalana del déficit fiscal. Las han abandonado, reconoce, “bajo la creencia errónea de que tener la razón es motivo suficiente para que te la den”. El fracaso del estado autonómico, del simulacro de autonomía que tenemos, no ha sido aprovechado para difundir la esperanza de una república independiente que responda a un proyecto transformador. Desde el 27-O el independentismo ha convertido en prioritaria la lucha contra la represión y ha olvidado el espíritu reformista que debe acompañar a cualquier idea de ruptura con el estado español, que es uno de los más ineficientes, burocráticos y corruptos de la zona. Si bien la responsabilidad de gobernar la autonomía con valentía reformista recae sobre el actual Govern Torra-Aragonès, y no parece que eso sea así, Puigdemont habría podido ser más autocrítico en este folleto con los pactos y las opciones que ayudó a tomar y con los falsos liderazgos que avaló. Rectificar es de sabios, porque no se puede reclamar la participación masiva de la gente en las grandes movilizaciones y después no tenerla en cuenta cuando se toman decisiones políticas trascendentes.
Una política hecha con ideas reclama que los políticos independentistas ofrezcan un programa de reformas atractivo, valiente, inteligible y acordado que permita “confederar los esfuerzos” de todos para seguir enfrentándonos a un estado represor
“Tener buenos o malos gobiernos, sólidos o inestables, monocolores o de coalición”, no depende, contrariamente a lo que afirma el president, de los instrumentos o los recursos de los que se disponga. Este es, seguramente, el punto más débil de los argumentos que aporta el president en su, por otro lado, buena y equilibrada conferencia. Hay que acabar con la política sostenida solo con la retórica. Uno de los aspectos que más destaca en este largo proceso de autodeterminación es la incoherencia de ciertos líderes. Por un lado están dispuestos a sacrificar su libertad y su patrimonio por la independencia, que es un objetivo a largo plazo, pero por otro lado son incapaces de arremangarse para ofrecer desde hoy mismo las reformas con la radicalidad democrática que haría falta. Para convencer a los ciudadanos de las bondades de un país organizado independientemente, sin los condicionantes de un estado centralista, tacaño y extractivo, quizás que empezáramos por reformar la administración catalana, que suprimiéramos las duplicidades institucionales o bien que aprobáramos una ley electoral como es debido, además de explicar claramente a la gente que la famosa “viñeta” que se querría implantar es, simplemente, un espejismo imposible de aplicar porque no tenemos las competencias para hacerlo. Estoy de acuerdo con el president en que hay que establecer itinerarios acordados, “por muy largos que sean, con los que vayamos disminuyendo el grado de dependencia del Estado y vayamos ganando cotas de soberanía efectiva”.
La dirección aliada también debería ocuparse de esas cosas si lo que se quiere es ganar este combate pacíficamente, por convencimiento y por resistencia desobediente, ese pilar cívico que apuntaba ayer mi estimado Joan J. Queralt. La única forma de resistir en la actual fase de repliegue en las trincheras es que el independentismo recurra otra vez al movimiento, que los consellers y conselleres se olviden de la mentalidad autonomista que les lleva a magnificar pequeños éxitos cuando lo suyo sería que denunciaran la responsabilidad de los grandes fracasos y qué remedio le podrían si dispusiéramos de un estado propio. El consejo ejecutivo, el Govern de la Generalitat, se (re)une cada semana y no me parece que nos guíe hacia la necesaria ruptura con el Estado. Una política hecha con ideas, como apunté al inicio al mencionar la nominación de la congresista Ocasio-Cortez al premio al mejor pensador, reclama que los políticos independentistas ofrezcan un programa de reformas atractivo, valiente, inteligible y acordado que permita “confederar los esfuerzos” —la expresión es del president— de todos para seguir enfrentándonos a un estado represor que no está dispuesto a dialogar, mande quien mande, y que solo teme a la confrontación, que es lo que por el momento le da réditos al independentismo.