La monarquía está acabada en Cataluña. Los sectores monárquicos son conservadores y minoritarios. Mejor dicho, utilitarios. Quien se fíe de este rey para apuntalar el régimen del 78 seguramente se hundirá con la monarquía. No sé cuando caerá, pero caerá. Las nuevas generaciones ya no mitifican a ningún rey. Solo algunos columnistas, sobre todo los mayores de sesenta años, se aferran al supuesto consenso monárquico de la Transición. Felipe VI está acabado en Cataluña porque ha escorado la monarquía hacia la extrema derecha. Su padre flirteaba con el PSOE, él con Vox. El resto de la familia real ya sabemos cómo es. Cada loco con su tema, por no mentar otra cosa. Además, la monarquía caerá porque es una institución obsoleta. Si ha aguantado hasta ahora, es porque el rey anterior se había dedicado a la juerga y a cazar sin molestar demasiado. El 23-F fue su 3-O, pero entonces tenía muchos cómplices en Cataluña. Felipe VI no es un rey empático y, como su bisabuelo, juega a la política. Pero precisamente esta afición del rey a meter la nariz donde no le llaman será su perdición. Alfonso XIII cayó por el desgaste de su gestión.
El discurso del rey el 3-0 marcó un antes y un después. Que los catalanes independentistas no son súbditos de este señor es evidente. No lo son por propia voluntad, como por voluntad propia Luis Goytisolo no se considera catalán, sino un español nacido en Barcelona. Tantas energías perdidas discutiendo sobre si los escritores castellanos nacidos en Cataluña formaban parte o no de la cultura catalana y va y, en una entrevista, uno de los protagonistas resuelve la cuestión en un santiamén. Ni se siente catalán ni, por supuesto, para decirlo con su rotundidad, no quiere serlo. Los súbditos de la monarquía española son gente como Goytisolo. Famosos que firman manifiestos para pedir la dimisión del presidente de la Generalitat, designado por los procedimientos democráticos normales, y que nunca firmarán ni una carta para pedir al rey que respete la voluntad de los catalanes. Está claro que a más de uno le pesa el linaje.
Este lunes el rey se paseará por Barcelona con su hija, que auguro desde aquí que no será reina. Por lo menos no lo será de los catalanes. La familia real se paseará para otorgar unos premios que amenizarán los revolucionarios habituales, tipo Julia Otero, y un selecto grupo de jóvenes, muy bien elegidos, tanto que serán extemporáneos en el contexto actual, para debatir sobre las generaciones del futuro. Si la monarquía quiere saber qué piensa la juventud catalana sobre los tiempos que vendrán, lo mejor sería que favoreciera la celebración del referéndum, que es lo que desea el 80% de los catalanes. La democracia no es un debate, es una práctica. Por eso prefiero mil veces más a Donald Trump que a Felipe VI. No es una elección ideológica, no, porque seguramente ideológicamente los dos defienden lo mismo y yo estoy a las antípodas de ellos, sino democrática. Si Trump consigue sortear el proceso de destitución que aprobó la semana pasada la Cámara de Representantes de los EE.UU., y, además, resulta reelegido en noviembre del año próximo, que es cuando habrá elecciones, la tortura se acabaría en 2024. Esta es la grandeza de la democracia estadounidense que desprecian los progres que besan la mano del rey Felipe. Los daños que Trump haya podido ocasionar durante su presidencia, un nuevo presidente podrá arreglarlos al cabo de ocho años, como muy tarde. A Felipe VI lo tendríamos que aguantar hasta su muerte si no estuviéramos intentando deshacernos de él. Las monarquías del siglo XXI son, ciertamente, un atentado a la democracia.
Del mismo modo que la Europa unida es imposible con diez monarcas distintos, la independencia de Cataluña no puede esperar nada de los inexistentes republicanos españoles
En Cataluña, como en otros lugares del mundo, se corre el peligro de caer en el populismo. Pero aquí, además, la monarquía es una losa que impide la regeneración política. Es un tapón y un aval para la represión. La monarquía española puede ser tan constitucional como se quiera, pero es un sistema antidemocrático por naturaleza. También lo es en Gran Bretaña, en Bélgica y en todos los estados monárquicos europeos. Las monarquías son incluso un impedimento para la integración europea. Si la UE avanzara hacia la constitución del estado federal que habría podido ser y que no será jamás, ¿con qué rey se quedaría? Nadie quiere hablar de estas cosas porque, sencillamente, no sabría qué responder. La decadencia y la sumisión de la izquierda europea al proyecto de la derecha incluye esta defensa cerrada de la monarquía por parte del PSOE. Tony Blair salvó a la reina Isabel después del escándalo de faldas del heredero y la muerte de Diana. Las crisis, que no son siempre buenas, tienen la virtud de llevar las cosas al extremo y las respuestas retratan a quienes las dan.
En los EE.UU., la crisis de confianza democrática generada por Donald Trump ha provocado que se pusiera en marcha el impeachment, que recibe el apoyo, si bien no explícito, de los republicanos moderados. El nacionalismo españolista, con síntomas explícitos de xenofobia anticatalana, es la versión hispánica del populismo que infecta al resto del mundo. Sánchez (quién, digámoslo todo, tiene un asesor que muy bien podría apoyar a Trump si le pagara bien) no tiene proyecto alternativo. Populismo y nacionalismo, todo a la vez. La receta de la derecha pero con retórica izquierdista. Así es como Manuel Valls hundió el PSF. Así es como Sánchez hundirá el PSOE. Y con él caerá, más temprano que tarde, la monarquía. Insisto, cuando menos en una Cataluña independiente. No tiene ningún sentido ligar la independencia catalana a un posible advenimiento de la III República española. Es caer en una trampa dialéctica. Es salirse por la tangente. Del mismo modo que la Europa unida es imposible con diez monarcas distintos, la independencia de Cataluña no puede esperar nada de los inexistentes republicanos españoles. La Falange es republicana, José María Aznar, también, y Pablo Iglesias, depende del día. El PSOE, en cambio, es el mantenedor de la monarquía.