Supongo que muchos independentistas disfrutaron de lo lindo escuchando el inflamado discurso contra el PSOE que pronunció el diputado de ERC en el Congreso en la sesión de investidura de Mariano Rajoy. Al día siguiente, una vez constatado que el PP se alineó con el PSOE ante los furibundos ataques del republicano, la alegría de los independentistas radicales debió aumentar todavía más. Tan sólo Joan Tardà intentó poner pomada en la herida con una serie de cariñosos tuits dirigidos a los socialistas. Qué cosas, ¿verdad? El mundo al revés, pues antes Tardà era el hombre de los incendios, y en cambio ahora parece un moderado ante el verbo rugiente y populista de su correligionario Rufián.
Considero que la intervención de Rufián, que escuché en directo por televisión, fue especialmente desafortunada. Y lo considero así una vez leída la parte final que el republicano no pudo pronunciar porque la presidenta del Congreso, Ana Pastor, le cortó el micrófono, como también hizo, por cierto, con el portavoz popular, Rafael Hernando, quien se enfadó como una mona. Entonces Rufián colgó su discurso en Twitter para que todo el mundo pudiera leer la parte final del texto, dividido en trece puntos, cuya forma es telegráfica, como si se tratara de ir lanzando tuits más que de pronunciar un discurso propiamente dicho. Así es la política de hoy en día: frases de 140 caracteres para que sean fáciles de replicar en las redes sociales.
¿Qué es lo que Rufián no pudo terminar de leer de su discurso? Pues el párrafo final, que iba destinado a Pablo Iglesias y Xavier Domènech. Se dirigía a ellos con la amabilidad del camarada, sin pizca de crítica, al contrario: “Compañeros, teníais razón, el bipartidismo ha muerto. Ahora es un solo partido. PPSOE y el Frente Nacional Naranja. Más fuerte. Más reaccionario. Más hegemónico. ¿Cuánto más necesitáis? Os ayudaremos siempre. Pero nosotros sí que podemos. Si queréis ganar a un partido, no nos escuchéis. Si queréis ganar un país, ayudadnos”. Es la traducción en Madrid de la obsesión republicana en Barcelona.
Cuesta creer que Rufián no se diera cuenta el sábado de la importancia de que los 7 diputados del PSC votaran unánimemente no a la investidura de Rajoy
Cuesta creer que Rufián, y por extensión ERC, no se diera cuenta el sábado de la importancia de que los 7 diputados del PSC votaran unánimemente no a la investidura de Mariano Rajoy, siguiendo la consigna del consejo nacional del partido. En el PSC, a diferencia del PSOE, no ha habido ninguna fractura por haber tomado esta decisión. Rufián no tuvo ni una sola palabra amable para Meritxell Batet, Manuel Cruz, Lídia Guinart, Marc Lamuà, Mercè Perea, Joan Ruiz y José Zaragoza. Pasó por alto uno de los aspectos más relevantes de la crisis que atraviesan los socialistas en España: que el país que queremos ganar, el nuestro, tiene ahora la oportunidad de reclamar al PSC que sea coherente con la decisión adoptada. En las actuales circunstancias, la actitud del PSC tiene la misma dimensión que la ruptura de la federación de CiU o que el presidente Mas abrazara sin complejos el independentismo. Es una enmienda al régimen de 1978 que el soberanismo debería tomar en consideración.
Lo que no tengo claro es por qué Rufián despreció el desafío del PSC. Elogiar a los podemitas y negar el pan y la sal al PSC que se desmarca del PSOE en un aspecto tan inmenso como este, supongo que se sostiene con una razón escondida que se me escapa. Podemos y En Comú Podem son tan antiindependentistas como el PSC, y ERC habría podido aplicar a los socialistas catalanes la misma generosidad que desde tiempo atrás dispensa a los comuns. ¿O es que las famosas "luchas compartidas" no sirven para seducir a los socialistas más insumisos de todos los tiempos?, ¿es que Rufián, y por extensión ERC, quiere que el PSC se aleje todavía más del bloque partidario del derecho a decidir? Los comuns ya están inclinados a favor del referéndum y por lo tanto no es necesario que Òmnium organice ninguna campaña para convencerlos. No tienen otra salida si es que quieren evitar ponerse al lado del PP y C’s. Al PSC, y en especial a los antiguos votantes socialistas que tienen suficiente cordura para no abrazar el nacionalpopulismo de Podemos y de sus adláteres peronistas catalanes, ¿quién les seducirá? Por el momento, la diputada socialista Meritxell Batet, aliada de Pedro Sánchez, y cabeza de lista del PSC, manifestó en Twitter su disgusto con Rufián: “Hay comentarios que son indignos y lamentables. Siento vergüenza que una persona como Rufián represente a un partido histórico como ERC”. No me extraña. No fue la única.
No sacar partido del hecho de que 36 de los 47 diputados catalanes —incluidos los 7 del PSC— votaron en contra de Rajoy, si bien no pudieron evitar su investidura, es estar ciego. No reivindicar que Catalunya “hará su camino a través de la democracia y de la ley”, como señaló el portavoz del PDECat, Francesc Homs, y sin embargo aliado de ERC en Barcelona en el Govern de Junts pel Sí, porque la mayoría política es abrumadora, es perder una oportunidad de oro para atraer a los socialistas catalanes hacia el bloque del sí. El discurso de Rufián fue más español que catalán, puesto que, cegado por sus ganas de insultar a los socialistas sin ningún tipo de matiz, no supo sacar rédito de la rebelión del PSC, que es menos anecdótica que la de Margarita Robles o Odón Elorza, por ejemplo, y tan trascendente como el no de los dos diputados del PSIB-PSOE. ¿Es que Rufián no sabe ver el trasfondo nacional que aúpa la insumisión de PSC y PSIB, cuya excepcionalidad contrasta, y mucho, con la obediencia sumisa del PSPV?
Gabriel Rufián encendió la bancada del “PSOE Iscariote”, como lo denominó, con una serie de frases especialmente punzantes, con las que quiso “dar voz a socialistas de corazón”, ciñéndose a supuestos comentarios de votantes de este partido desengañados con el voto favorable al PP. ¿Los votos de qué partido? —pregunto–. “Traidores es el único nombre que merecen”, les acusó Rufián tras subrayar que “los fundadores del PSOE se remueven en sus tumbas”. ¿Dónde queda el PSC ante tanta salva dialéctica? —me permito puntualizar–. “Tienen alguna respuesta para su gente?”, les preguntaba Rufián antes de afearles que sigan presentándose como “republicanos pero monárquicos, socialistas pero neoliberales, obreros pero sentados en los consejos de administración y de izquierdas pero que dan el poder a la derecha”. “Si le hacen esto a su secretario general y a la militancia, ¿qué no harán a la gente?”, remataba Rufián, tras recordar con ironía que “el mercado de marcas blancas del PP está saturado”.
Es legítimo preguntarse si Rufián también aplicaría todos esos reproches al PSC con el que ERC gobernó durante siete años y que el sábado votó contra Rajoy por coherencia con lo que está pasando en Catalunya. ¿En qué país vive, este diputado? ¿Es que Rufián no se da cuenta de que el sentido del voto del PSC fue por razones nacionales catalanas más que ideológicas, que es lo que justifica el voto de los comuns? Si algo ha caracterizado al PSC toda la vida es que es un partido que piensa políticamente y no con las vísceras. Es por eso que el sábado pasado fue consciente de que votar a Rajoy desde la perspectiva catalana los habría hundido aún más. El PSC siempre ha hecho política, incluso cuando ha errado.
Rufián se equivocó mucho. O no, según lo que pretendiera. Si de lo que se trataba era de competir con el PSC para ver quién se alía primero con En Comú Podem, su discurso fue impecable, aunque un poquillo mal educado. Si de lo que se trataba era de arrastrar a los socialistas hacia el derecho a decidir, reivindicación que no deberían haber abandonado nunca, el error de Rufián fue mayúsculo. Imperdonable. Los independentistas moderados y con cerebro no deberían reírle la gracia, porque Rufián les hundió en la miseria. Hay errores que destruyen puentes y andamios. Recordarle los GAL al diputado vasco Eduardo Madina, quien perdió una pierna tras un atentado de ETA en el 2002, o hacerlo con los compañeros de Ernest Lluch, muerto a manos de los terroristas vascos en el 2000, no es la mejor forma de establecer lazos de fraternidad con los socialistas catalanes que el sábado por la noche se atrevieron a plantarle cara al PSOE. Aunque el terrorismo de Estado es siempre reprobable, Rufián debería saber, ya que es castellanohablante, el sentido último del refrán “una de cal y otra de arena” aplicado a la política.