El independentismo está dividido. Cuando todavía no ha acabado el pleno de política general, porque el pasado jueves se suspendió por las fuertes discrepancias entre JxCat y ERC, es evidente que la estrategia de los dos grupos no coincide. Algunos comentaristas acusan a JxCat de haber provocado el conflicto por puro tacticismo, por la necesidad de gesticular ante su parroquia legitimista. No lo tengo muy claro. O por lo menos esta no es la intención del grueso del grupo parlamentario. Lo que no descarto es que en el seno de JxCat las tensiones hayan aumentado por las ambigüedades y por la carencia de liderazgo de este grupo parlamentario, que no tiene un partido que lo sostenga —el PDeCAT es en el mejor de los casos un lastre— ni un líder claro, puesto que Jordi Sànchez, que sería aceptado por todos, dirige por intermediación de intérpretes no siempre bien intencionados. Los gritos del vicepresidente del Parlament, Josep Costa, en uno de los recesos de la tumultuosa sesión del jueves se oyeron claros fuera del despacho que el president Torra tiene en la cámara. Hicieron temer lo peor.
Antes del verano ya hubo que suspender el último pleno por la misma razón que esta semana ha saltado por los aires la falsa unidad independentista. Y si digo que es falsa es porque sería cínico negarlo. Todo el mundo lo ve y las zancadillas entre unos y otros son constantes. Es la repetición de los hechos de mayo de 1937, pero sin el asesinato de Andreu Nin ni la ilegalización del POUM. La guerra civil se empezó a perder cuando la retaguardia se convirtió en un cementerio, con muertos provocados por la persecución estalinista de los disidentes que ejercía la coalición ERC-PSUC, mientras la CNT escondía la cabeza. Está claro que la superioridad armamentista del Ejército Nacional y la ayuda de Italia y Alemania fueron determinantes para la victoria franquista, pero la lucha fratricida entre republicanos hundió la moral de los combatientes.
Antes del verano ya hubo que suspender el último pleno por la misma razón que esta semana ha saltado por los aires la falsa unidad independentista
Uno de los problemas de los políticos actuales es que no saben historia. Y, si saben un poco, la olvidan o la utilizan para provocar los mismos efectos que ochenta años atrás. Las divisiones de los años treinta sacrificaron la libertad con excusas ideológicas. Antes muertos que libres. Divergir no sería especialmente un problema si ello no fuera acompañado de un dramatismo desmoralizador. Esta semana no podía acabar peor: “Nadie entiende la polémica sobre la suspensión de los diputados”, ha dicho Jordi Cuixart en una entrevista reciente. Ni Torrent, supongo, porque este mismo sábado mandó a los diputados una carta de disculpa por la decisión de suspender el pleno por la cara. Al día siguiente del 30 de enero, en cambio, no les mandó una carta de disculpa semejante. Y esto a pesar de que la decisión unilateral de ERC de suspender el pleno de investidura de Carles Puigdemont es la madre del cordero del lío actual. Los de Junqueras todavía no han asimilado que JxCat ganara las elecciones del 21-D apelando a la restitución. Aquella decisión de Torrent dinamitó la estrategia de JxCat y el presidente del Parlament decidió ir a rueda de las decisiones judiciales con la inestimable ayuda de uno de sus antiguos líderes, hoy literalmente travestido de letrado del Parlament. Esta es la discrepancia de base.
Hay quien quiere reducir esas discrepancias a un simple problema de gesticulación inútil por parte de los de Puigdemont, a quienes consideran culpables de lo ocurrido. Se equivocan
El problema es que ERC necesita a JxCat y a la inversa. Los dos grupos independentistas se necesitan mutuamente y no tienen alternativa. Por lo menos de momento. El sainete de esta semana es otra muestra más de las divergencias que los separan. Hay quien quiere reducir esas discrepancias a un simple problema de gesticulación inútil por parte de los de Puigdemont, a quienes consideran culpables de lo ocurrido. Se equivocan. Lo cierto es que el acuerdo entre ERC y JxCat tenía un problema y es que intentaba aunar las dos posiciones sin esclarecer la discrepancia de fondo. El primer punto se oponía a la suspensión y, por consiguiente, reflejaba la posición de JxCat, y el segundo abría la puerta a la substitución de los diputados que así lo decidieran, que es la posición de ERC. El choque se produjo cuando los de ERC quisieron imponer a los diputados de JxCat encarcelados y exiliados la misma fórmula que ellos querían adoptar para Junqueras y Romeva. El tira y afloja era ese. Ridao acabó de liarla.
Este gobierno de coalición no tiene futuro si no se resuelve esa disputa. La gente no lo sabe, porque ERC ha aprendido a lavar la ropa sucia en casa, pero las puñaladas entre los diversos sectores del partido son tan profundas como las que el PDeCAT le clava a JxCat. Solo faltaba la ANC para que se armase un buen lío. Elisenda Paluzie no acierta. Desde los tiempos de Muriel Casals, las organizaciones de la sociedad civil son agentes activos para lograr el consenso y no para incrementar la tensión. Cuando cayeron en la tentación de proferir amenazas, como aquella exigencia excesiva de Carme Forcadell a Artur Mas antes del 9-N, aquel grito precipitado reclamándole las urnas, han sembrado más discordia que unidad. Se necesita más política que exigencia. Es mejor negociar que refugiarse en las intransigencias.