Ha transcurrido un año. Se cumple un año de la jornada que marcará durante años la política catalana. El referéndum del primero de octubre del año pasado no tuvo el efecto deseado por el movimiento soberanista, que era lograr la independencia, pero ha tenido unas consecuencias demoledoras para la política catalana y española. El 1-O, el Estado enseñó su cara más oscura. La represión. Pero sobre todo mostró la podredumbre policial, los insultos xenófobos de los agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil, que se repitieron en la manifestación del pasado sábado, por otro lado, terriblemente mal gestionada por los responsables de Interior de la Generalitat de Cataluña. Lo último que cabía esperar a pocos días del aniversario del gran trauma del año pasado es que se reprodujeran las cargas policiales, pero esta vez por iniciativa de los Mossos. No se le pueden pedir peras al olmo, dice el dicho popular. Este es el Govern que tenemos, que es incapaz incluso de gobernar las migajas. ¿Quién decidió que el MHP Quim Torra participase en el programa de Tv3 Preguntes freqüents? ¡Qué tonto, por Dios! Los presidentes no participan en tertulias, en todo caso las generan.
Un año después de aquel referéndum popular, organizado con esmero y profesionalidad por el pueblo, la primera línea de la política soberanista de entonces está en el exilio o en la cárcel. A la hora de la verdad, el independentismo no pudo sostener la proclamación de la república porque la apuesta por el pacifismo resultó inútil para oponerse a la fuerza bruta y tampoco bastaron las teorías profundamente democráticas, pero cándidas, del Consell Assessor per a la Transició Nacional —y, en especial, del profesor Carles Viver i Pi-Sunyer—. De la ley a la ley transitaron los franquistas por pura necesidad de supervivencia. Como ya he señalado en otros artículos, Suárez y compañía aceptaron compartir el gobierno con los demócratas antifranquistas a cambio de perpetuarse en la administración del Estado. “Atado y bien atado”, sí señor. Al final incluso se dieron cuenta de los beneficios del canje los más ultras, los que se opusieron a la Constitución de 1978 desde la extrema derecha neofranquista, como José María Aznar. La violencia de la represión del 1-O provocó que la herida volviera a sangrar. El autoritarismo español revivió con tanta fuerza que medio mundo temió lo peor.
Lo último que cabía esperar a pocos días del aniversario del gran trauma del año pasado es que se reprodujeran las cargas policiales, pero esta vez por iniciativa de los Mossos
La aplicación del 155 noqueó a la administración autonómica —que todavía no ha recuperado su ritmo— y el trío unionista formado por Miquel Iceta, Inés Arrimadas y Xavier García Albiol ha aceptado que un juez intente alterar la dinámica parlamentaria con encarcelamientos y suspensiones. Intentar ilegalizar a todo el mundo no es jamás una solución. Todavía no entiendo cómo los diputados socialistas pudieron vivir con la tranquilidad del verdugo el encarcelamiento de Jordi Turull en pleno debate de investidura. Estoy seguro de que la historia no será muy amable con ellos. Y es que ni el grupo socialista ni Miquel Iceta —un superviviente a quién todo el mundo admira, pero que es incapaz de aportar una solución original y eficaz—, han hecho nada para parar la represión. Al contrario, la han ovacionado. Tanto o más que los nacionalistas de derechas y de extrema derecha con los que están aliados en el Parlament para deshacerse de Jordi Sànchez, Oriol Junqueras y Carles Puigdemont. Si bien es cierto que los dirigentes independentistas están en la cárcel o en el exilio, Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría y Enric Millo, por citar a los tres sátrapas del PP que entonces eran sus mandamases, descansan en paz. Son tres cadáveres políticos que han dejado España en crisis.
El 27-O fue un error, visto con los ojos de ahora. Pero hoy es fácil decirlo. Los que más empujaron para proclamar lo que después no supo defender nadie, ni los más radicales, los que esa noche se fueron a dormir como todos, ahora son un freno para cualquier avance. ¿Es honesto que en Catalunya exista un gobierno de coalición entre JxCat y ERC si las estrategias son tan diferentes y, además, se gobierna tan mal? Quizás estaría bien que estos “nuevos” dirigentes fueran valientes y les dijeran a los ciudadanos que no tienen ni idea de hacia dónde van. Las urnas lo curan todo, hasta el miedo, como se constató el año pasado. La política no puede ser un concurso para elegir héroes, pero tampoco puede estar en manos de quien no sabe qué hacer. El mejor homenaje de los políticos a la gente que defendió las urnas el 1-O sería reconocer las debilidades y las dudas que tienen. Quien no esté dispuesto a sostener el combate contra el Estado y prefiera el conformismo, es mejor que abandone el Govern ahora y que explique a pecho descubierto por qué lo hace. Es cierto que las gesticulaciones no sirven para demostrar quién es más independentista, pero el pedigrí tampoco sirve de mucho. El llamado procesismo —que es una especie de pujolismo en versión indepe— es la enfermedad senil del soberanismo gubernamental, que prefiere petrificar el 1-O. La sensación de parálisis que percibe la gente no es buena para conmemorar el aniversario de una victoria. Vapulear a los manifestantes que se oponían a los criminales uniformados que atacaron nuestras escuelas el primero de octubre destempla y es un error de principiantes.