En la mañana del 11 de mayo de 2006, el MHP Pasqual Maragall notificó que expulsaba a ERC del tripartito. Fue un notición. El Pacto del Tinell con ERC había durado dos años y medio. La razón de la crisis gubernamental era la aprobación del Estatut y el pacto bilateral Mas-Rodríguez Zapatero. Josep-Lluís Carod-Rovira, entonces máximo responsable de ERC, atribuyó la expulsión del Govern de su partido a la sumisión del PSC a Madrid y aprovechó la ocasión para hacer un llamamiento a votar no en el referéndum. Abandonaron el Govern los seis consellers de ERC y también todos los directores generales y cargos de confianza. Con esto rehusaba el ofrecimiento de Maragall a ERC de mantenerlos en sus puestos, aunque fuera a las órdenes de consellers de otros partidos.
El único superviviente de aquel tiempo es Josep Bargalló, quien en 2006 era el conseller primero y hoy en día es un oscuro conseller de Educació. La dirección de la actual ERC está en manos de muchos de los altos cargos que cesaron cuando Carod-Rovira tomó la decisión de oponerse a lo que él creyó que era una claudicación de los convergentes a favor de los socialistas. Servidor, que hasta aquel momento votaba ERC, se añadió a los que, entre los republicanos, pensábamos que era un error no aprovechar la ocasión para salir del callejón sin salida en el que había entrado la política catalana. Incluso encabecé la plataforma “Estatut, jo sí!”, y fui portavoz de ella con Rosa Cullell. No me arrepiento de haber aceptado el ofrecimiento. Pienso que tomamos una buena decisión. La única forma de ampliar la base independentista era arrastrar el mundo convergente hacia la ruptura si la reforma del Estatuto fracasaba. Aquella fue la hora del 80% y no ahora. Además, quedó demostrado que el PSOE no era de fiar.
De aquí salió una estratégica que no imaginé que sería “comprada” por Artur Mas: la Casa Gran del Catalanisme y el gradualismo reivindicativo. Primero debía aprobarse un nuevo Estatut, después reclamar la bilateralidad, a continuación exigir el pacto fiscal, etc. El gradualismo fue decantando CiU, primero, hacia el soberanismo y seguidamente después de muchos fracasos y de la disolución de la federación, hacia el independentismo. La base convergente, además, se afiliaba a la ANC y ayudó a organizar las consultas populares. Evidentemente, no eran los únicos en hacerlo. Sin el concurso de mucha gente, ideológicamente plural, no se habría logrado el apoyo a la independencia de aproximadamente el 48% de la ciudadanía. La lucha partidista y sectaria, que nunca ha cesado, provocó que se cometieran muchos errores y que se desaprovecharan las oportunidades. A trancas y barrancas se consiguió que todo el mundo compartiera las etapas decisivas del proceso de independencia. El consenso ha sido muy amplio. Finalmente, sin embargo, los teóricos de la desunión, como ha dicho el president Puigdemont, han ganado.
Los dirigentes republicanos que quince años atrás fueron expulsados del Govern tripartito experimentan la reaparición de síntomas que ya llevaron a la generación anterior a tomar decisiones equivocadas, como si durante la última década no hubiera ocurrido nada
Ahora ERC imita a Mas, pero con una estrategia completamente opuesta. Mas pactó para avanzar y poco a poco fue decantándose hacia el independentismo. Gabriel Rufián, que actúa en política como Donald Trump, a golpe de tuits, parece que es más de izquierdas que independentista. Los republicanos han pactado con el PSOE para poner el freno de mano al proceso independentista que empezó después de la sentencia del TC del 2010 con la que los constitucionalistas se cargaron lo que quedaba del Estatut. El portazo fue tan fuerte, que era imposible ignorarlo, como es imposible no darse cuenta hoy del giro copernicano de ERC. La diferencia entre lo que pasó en 2006 y ahora es que en estos momentos ERC comparte el Govern con JxCat —una mezcla de antiguos convergentes y gente de izquierdas— y que los republicanos han pactado, sin aportar nada tangible, con el cómplice necesario del PP para cercenar el proceso de independencia de Catalunya. PP y PSOE generaron la peor crisis del estado español cuando decidieron aplicar el 155 y deponer al Govern legítimo de la Generalitat. La deslealtad de ERC es ahora notoria y no es equiparable a la de Mas respecto a ellos. Al fin y al cabo, ERC formaba parte del tripartito con el PSC e ICV-EUiA y no con CiU. El MHP Quim Torra, que preside un ejecutivo independentista, porque la alianza ERC-JxCat solo se apoya en eso, tiene tantas o incluso más razones que Maragall para expulsar a ERC del Govern. No lo ha hecho, a pesar de que ha obligado a los republicanos a cerrar filas a su alrededor con la moción de confianza encubierta que se votó el pasado sábado en el Parlament.
Este fin de semana ERC se ha visto obligada a actuar de forma diferente en Madrid que en Barcelona, donde está obligada a desobedecer si no quiere pasar a la historia como el partido que se alía con la represión. Veremos lo que ocurre cuando llegue la orden en firme de la JEC. Los dirigentes republicanos que quince años atrás fueron expulsados del Govern tripartito experimentan la reaparición de síntomas que ya llevaron a la generación anterior a tomar decisiones equivocadas, como si durante la última década no hubiera ocurrido nada. Cuando el agresor ejerce un dominio absoluto sobre la víctima, es que el maltratador ha conseguido someterla. El mal ya está hecho. Si no se produce una “españolada”, mañana quedará constituido el nuevo gobierno de coalición entre PSOE y UP con la abstención necesaria de ERC. El pacto es inconcreto, muy poca cosa, en especial porque no va acompañado de un cronograma que indique cuándo y cómo se constituirá la mesa de diálogo y con quién. Me gustó mucho que Pablo Iglesias le agradeciera a Oriol Junqueras los esfuerzos por ayudar a constituir el nuevo gobierno, sobre todo porque aprovechó la ocasión para hablar de los presos y los exiliados. Ahora solo queda que PSOE y UP devuelvan el favor al conjunto del independentismo. Para hacerlo, lo primero es reconocer como interlocutores a los dos presidents, Quim Torra y Carles Puigdemont, y, en segundo lugar, decretar una amnistía. No es de recibo esconderse detrás de la amenaza fascista para no tomar las decisiones correctas. Si Pedro Sánchez no coge el toro por los cuernos, estoy seguro de que morirá por las cornadas del toro salvaje patriótico.