1. Política y sociedad civil. El 1901 el catalanismo aconteció político. Hasta entonces se había dedicado a rehacer la lengua y la cultura catalanas y a denunciar las políticas estatales que consideraba que lesionaban Catalunya. El Memorial de Greuges de 1885, que la convención historiográfica considera como el punto de arranque del movimiento, no era mucho más que una denuncia de la sociedad civil catalana dirigida al rey, al estilo de los agravios de las antiguas cortes catalanas. Era una manera, digamos antigua, de protestar. Se protestaba por los acuerdos comerciales con la Gran Bretaña, el llamado modus vivendi, que se considera que podía lesionar muy gravemente los intereses industriales catalanes, y al mismo tiempo se denunciaban las bases del proyecto de Código Civil español que podía implicar la desaparición del derecho civil catalán. Pero después de la pérdida de las últimas colonias españolas, todo cambió.
La reunión para aprobar el Memorial tuvo lugar en la Llotja, una entidad catalanista fundada en 1882. Estaba presidida por Frederic Soler, Pitarra, pero liderada, a la práctica, por Valentí Almirall, el gran prohombre del republicanismo federal que había roto con Francesc Pi i Margall por el catalanismo, del que sería el mayor definidor. La Llotja también fue la sede del Centre Català, que está considerado el primer grupo catalanista. En 1901 el catalanismo dejó de mascullar y se decidió a hacer política en las Cortes y en los ayuntamientos. Y de aquí salió la candidatura de los “Cuatro Presidentes”, que arrasó en las elecciones legislativas del 19 de mayo de aquel año. Los candidatos eran los expresidentes de la Societat Econòmica Barcelonina d’Amics del País (Dr. Robert), del Foment del Treball Nacional (Albert Rusiñol), del Ateneu Barcelonès (Domènech i Montaner) y de la Lliga de Defensa Industrial i Comercial (Sebastià Torres). Para entendernos, dos think tanks, una sociedad cultural y la patronal.
2. La ANC y Òmnium. La sociedad civil catalanista de hoy, transformada en soberanista, no tiene el alcance de la sociedad civil que dio entrada al catalanismo político conservador. No se trata de su orientación ideológica, que es evidente que no tiene nada que ver la una con la otra, sino por su potencial popular. A menudo se habla de la sociedad civil por contraposición al concepto de sociedad política, que es la que está formada por el entramado de instituciones públicas y políticas. Cuando los medios de comunicación se refieren hoy a la sociedad civil, no están hablando del conjunto de asociaciones, entidades e instituciones no políticas que pretenden desarrollar una actividad social de carácter educativo, cultural, sociopolítico, sindical, etc., sino de la ANC y Òmnium. Son las dos entidades que movilizaron el independentismo durante la década soberanista del llamado procés. Su misión no ha consistido en mediar entre la comunidad y el poder, incluso, a veces, en el sentido de suplir la carencia asistencial del Estado, sino que ha sido directamente política. Por encima de la injusticia derivada de su encarcelamiento, los Jordis fueron detenidos y juzgados por unas acciones inequívocamente políticas al frente de la ANC y Òmnium.
Ya no estamos en el año 1901 y no se trata de fundar otro partido más. Solo hay que encontrar los dirigentes políticos que estén dispuestos a liderar uno, entre los ya existentes, que no actúe condicionado por la derrota, ni que se tire al monte con propuestas antisistema o con un radicalismo artificial, pero que sea inequívocamente independentista
Cuando Jordi Cuixart declaró, después del indulto, que había llegado la hora de marcharse, Òmnium ya llevaba tiempo rebajando su protagonismo político. Todo el mundo tiene derecho a buscar una explicación para justificar este cambio. La mayoría de gente cree que fue la consecuencia lógica de la proximidad de esta entidad con Esquerra. Después de 2017, la gestión de la derrota ha sido tan dispar que se ha cargado incluso la supuesta unidad de la sociedad civil. La ANC, en cambio, dio un giro completamente diferente, porque Jordi Sànchez entró en prisión como presidente de esta entidad y salió de ella, también indultado, como secretario general de Junts. Blanco y en botella, como se dice ahora.
La relación de las direcciones de las organizaciones de la sociedad civil movilizada con los partidos siempre ha sido así. Han hecho política indirectamente. Los "cuatro presidentes" del 1901 dieron pie a la creación de un nuevo partido, la Lliga Regionalista, que sería hegemónico, compitiendo con los republicanos lerrouxistas, hasta el 1917. Aquel año fue cuando se produjo lo que se conoce como crisis de liderazgo por la muerte de Prat de la Riba y porque Francesc Cambó no tenía el prestigio del patriarca de Castellterçol y, además, le había salido un competidor: otro Francesc, el futuro president Macià. Él consiguió revitalizar el catalanismo al margen del régimen corrupto de la Restauración al que acabó encadenándose la Lliga.
3. La nueva Junta de Òmnium y las elecciones a la ANC. Jordi Cuixart dejó de ser presidente de Òmnium habiendo cumplido la promesa de que España no decidiría el presidente de la entidad. Le ha sustituido Xavier Antich, de quien solo tengo cosas buenas que decir, que encabezó la única candidatura que se presentó. Recibió el aval de 21.758 votos, que representan un 12% de los 190.056 socios que la entidad decía tener a finales de 2021. Un gran toque de atención para los nuevos responsables, situados todavía más a la izquierda que Cuixart. Òmnium ha abandonado las calles para volver a las campañas, bellamente diseñadas, de años atrás. No será fácil que sepan encontrar el camino, porque, a diferencia de la ANC, la pulsión política de los nuevos dirigentes es muy inferior a la de los anteriores. No es que me parezca mal. Constato nada más un hecho que está en boca de todos. Además, las dos entidades ya llevan tiempo actuando por separado. El problema que puede tener Òmnium es que creció, precisamente, porque se convirtió en una de las entidades impulsoras del procés. Ahora puede ocurrir que Òmnium vaya perdiendo socios y caiga hasta los 50.000 que decía tener en 2015, cuando Cuixart sustituyó a Muriel Casals, después del breve interinato de Quim Torra, con 5.450 votos a favor de los 5.719 votos emitidos.
Del 10 al 14 de mayo de este año (las coincidencias de calendario siempre me han parecido graciosas), se celebrarán las elecciones en la ANC, a las que la actual presidenta, Elisenda Paluzie, no se presenta. El pasado 26 de abril se hizo pública la lista definitiva de candidaturas para el secretariado nacional y los socios deberán elegir 77 nuevos secretarios. La elección del presidente o presidenta es, pues, indirecta. La competitividad es en este caso, a diferencia de lo ocurrido en Òmnium, encarnizada. No es lo mismo Uriel Bertran que Dolors Feliu, o Jordi Pesarrodona que Ada Ferrer-Carbonell, como tampoco es lo mismo el joven Anthony Corey Sànchez que el senior Julià de Jòdar. La diversidad política e ideológica es muy alta, que es lo que debe caracterizar a una entidad como esta.
Sin embargo, la ANC se encuentra en una encrucijada repleta de incertidumbres. La hoja de ruta que aprobó la entidad hace unos meses denunciaba “la falta de respeto” de las fuerzas independentistas a la voluntad de los electores y por eso la ANC no descartaba impulsar en el futuro una “lista cívica”. ¿De verdad que este es el problema? No lo creo. Lo primero que deberá resolver es su relación con el Consell per la República, porque las coincidencias entre ambas entidades son evidentes, y porque no encontramos en un periodo de reconstrucción que posiblemente nos lleva hasta los tiempos de las consultas populares. Ya no estamos en el año 1901 y no se trata de fundar otro partido más. Solo hay que encontrar los dirigentes políticos que estén dispuestos a liderar uno, entre los ya existentes, que no actúe condicionado por la derrota, ni que se tire al monte con propuestas antisistema o con un radicalismo artificial, pero que sea inequívocamente independentista. La sociedad civil ya tiene suficiente trabajo con reorganizarse.