No son tan buenos como se venden. Esta ha sido la semana trágica de Esquerra. El lunes por la mañana nos levantamos con una "sorpresa" que según parece no lo era tanto, por lo menos entre los dirigentes del partido. El reportaje del diario Ara sobre el caso de acoso en el Departament d’Exteriors i Relacions Institucionals provocó un auténtico estruendo. En algo menos de 24 horas, el conseller Alfred Bosch perdió la condición de honorable. Todas las informaciones, incluso las que se decía que iba a proporcionar la segunda parte del reportaje que de momento no se ha publicado, apuntaban directamente al conseller. Parece que Bosch y su jefe de gabinete, al que cesó contra su voluntad, compartían algo más que intimidades políticas. La Generalitat tiene un protocolo específico para abordar los casos de acoso, pero también un código ético. Son documentos muy pensados y consensuados que deberían servir para cortar de raíz las malas prácticas de la cúpula de un departamento, incluyendo el comportamiento de cualquier conseller. La dimisión del conseller Bosch, que debería haber sido cesado fulminantemente por el president Torra, no es una salida modélica. Más bien se ha convertido en una cortina de humo para ocultar la realidad, que es mucho más escabrosa, delirante y éticamente reprobable de lo que cuentan los medios y los portavoces políticos. Constatar que en plena crisis política, una de las más graves de los últimos 40 años, el conseller de Exteriors i Relacions Institucionals se ha convertido en un Berlusconi de medio pelo, asusta. El cese del jefe de gabinete, convertido en cabeza de turco, no ha logralo salvarle el pellejo.

Ante las emergencias se conoce cómo es cada uno. El autoproclamado partido de la moderación no está especialmente dotado de cuadros políticos que sepan dar la talla como los estadistas que se merecería una República independiente

Esta también es una semana trágica en términos sanitarios. Como no podía ser de otra manera, la propagación en todo el mundo del coronavirus, el covid-19, ha afectado a Catalunya. A pesar del estado de alarma, la consellera Alba Vergés, igualmente de Esquerra, es como si no existiera. Mientras que el ministro español de Sanidad, Salvador Illa, que tiene unas competencias limitadas, ha recurrido a un despliegue mediático parecido al que Joaquim Forn gestionó a raíz del atentado del 17-A, Vergés se ha refugiado en la pericia profesional del secretario de Salut Pública, el Dr. Joan Guix, quien ya ocupaba este cargo con el conseller Toni Comín. Ha sido su suerte, porque la consellera está superada por las circunstancias y es incapaz de coger el toro por los cuernos. Esta es una crisis sanitaria, pero tiene repercusiones sociales y políticas importantísimas. La buena o mala gestión de las pandemias termina siendo una cuestión política. Los rumores destrozan prestigios, en especial si se esconde información intencionadamente, pero a la vez debilitan la democracia, porque, como en este caso, fomentan el miedo. Y el miedo es el recurso de los tiranos para imponerse. Un político debe saber cuándo debe atajar los rumores y ponerse al frente de los que combaten los peligros reales o imaginarios. Dejemos las cosas claras: Salvador Illa lo está haciendo infinitamente mejor que Alba Vergés, aunque el ministro sepa tan poco de salud pública como la consellera. Ninguno de los dos es del sector sanitario. Ahora bien, el socialista hace política mientras que la republicana sigue dormitando.

La gran mayoría de los consellers del actual Govern no son realmente políticos. No tanto porque no se hayan dedicado antes a la política, ya que los hay que están en política desde que iban con calzón corto, sino porque nunca aciertan cuando deben ponerse al frente de una crisis y dar confianza a la gente. Dirigir significa liderar y no ponerse los manguitos de los antiguos contables. Lo que se dice sobre la eficiencia de este Govern, cuyos principales departamentos están en manos de ERC, es simplemente falso. Si el coronavirus lo permite, pronto se aprobará el presupuesto de la Generalitat. Se aprobará gracias a las concesiones que ERC ha hecho al PSOE en Madrid pero sin el voto favorable del PSC. Los socialistas pagarán a través de un intermediario: los comunes. Disponer finalmente del nuevo presupuesto no servirá de mucho, si es que es verdad que las elecciones autonómicas se celebrarán a continuación. Pero es que, además, la Generalitat, concretamente el vicepresident Pere Aragonès, que es el coordinador vicario de Esquerra, ha decidido aplazar la publicación de los datos de déficit con las que cerró el ejercicio del pasado año. Tradicionalmente, estos datos los daba el Ministerio de Hacienda, pero desde 2017 el Govern también da a conocer su propia estimación. Lo más probable es que la Generalitat incumpla los objetivos de déficit por primera vez en tres años. El mismo Aragonès ha admitido que los datos no son buenos y que la culpa es, en parte, del gobierno de España por no haber abonado el IVA de 2017 que debe a las comunidades autónomas (en el caso de Catalunya, 443 millones de euros). Si esto es así, ¿por qué Esquerra votó en el Senado en contra del retorno inmediato del IVA a las comunidades autónomas el pasado mes de febrero? ¡Ay! Aragonès tuvo la osadía de dirigir el Departament d’Economia i Hisenda sin ser economista. Otros se atrevieron siendo historiadores. Mas-Colell era de derechas, pero por lo menos sabía lo que se llevaba entre manos.

Esta semana todavía no ha terminado y el balance para Esquerra es trágico. Ante las emergencias se conoce cómo es cada uno. El autoproclamado partido de la moderación no está especialmente dotado de cuadros políticos que sepan dar la talla como los estadistas que se merecería una República independiente. De momento, y es una pena, vivimos bajo las normas de una autonomía limitada.