“La declaración unilateral iba ligada al plebiscito. No se ha ganado, no hay proclamación”, recalcó Antonio Baños la noche de las elecciones del 27-S del 2015. No quiero meter el dedo en el ojo de nadie, pero he recordado esta sencilla, pero grave, diagnosis de quien entonces era el cabeza de lista de la CUP cuando he leído que el actual jefe de filas de los cuperos, Carles Riera, defiende que “se tiene que volver a la vía unilateral. Es la única que nos permitirá ejercer la autodeterminación”. Los dirigentes independentistas —incluso los que siempre son más coherentes que los demás— nos confunden constantemente. Entre 2015 y 2017 el independentismo creció electoralmente, 112.832 votos más sumadas todas las candidaturas, en cambio, perdió dos escaños —ahora ha perdido muchos más debido a las argucias legales y las renuncias propias— y el virus de la desunión se esparció de tal manera que el independentismo todavía está constipado. Y todo el mundo se ha emborrachado con su cuadrilla mientras pronuncia palabras altisonantes.
Antes de ponerse a discutir si es necesario que alguien vuelva a inmolarse por nada, lo mejor es que reconozcamos qué está pasando. Y lo primero que hay que asumir es que el camino hacia la independencia será largo. Muy duro y dominado por las mentiras y los bastonazos. Antes de ayer, en la vista sobre si el Tribunal Supremo debe juzgar o no el 1-O, el fiscal Jaime Moreno osó afirmar —dos veces— que la declaración unilateral de independencia se publicó, nada menos, que en el ¡Diario Oficial de la Generalitat! Y se quedó tan ancho. Pero resulta que ni la DUI se publicó en el DOGC ni se arrió la bandera española de la azotea de la Generalitat, que es el principal reproche que los cuperos hacen a Puigdemont, Junqueras y compañía, a pesar de que, por explicar bien las cosas, estaría bien que se supiese que las propuestas de resolución —que es lo que era aquella DUI— no se publican en el DOGC jamás. Ellos, los cuperos, tampoco se dejaron ver mucho, pero ahora eso tanto da. Lo importante es que la democracia en Catalunya tiene un enemigo muy poderoso, que es el Estado, y unos cómplices que la amenazan, como hizo ayer Arrimadas en el Parlament, cuando anunció que presentaría una querella contra el president Torra por incitación a la violencia incluso antes de que pase lo que ellos ya han escrito que pasará el próximo viernes. El bloque de la extrema derecha unionista tira de la cuerda con la intención de que un día alguien caiga en la trampa y ellos encuentren la excusa para aplicar sanciones más duras que las actuales.
Sacar a pasear el debate sobre la unilateralidad cuando el independentismo está más fragmentado que nunca es realmente de locos
Por lo tanto, convendría que, de entrada, los independentistas empezaran a hacer política de verdad y estuvieran menos pendientes de lanzar diagnósticos apresurados. La buena gente lo reclama. Estaría bien que todo el mundo reconociera sus debilidades y escuchara el clamor de la gran mayoría de los 2.079.340 de personas que votaron una de las tres candidaturas autoproclamadas independentistas. Solo los que militan en partidos políticos son contrarios a la unidad y sacrifican el objetivo general por el beneficio particular. La política catalana es vulgar porque ha perdido el norte y porque está dominada por esa minoría partidista que es incapaz de escuchar lo que reclama el pueblo mientras se vapulea públicamente y en privado se destripa. El debate no es sobre la unilateralidad o no, sino sobre cómo ganar. Y si no somos capaces de decir en voz alta que esto no va de “si jo l'estiro fort per aquí i tu l'estires fort per allà, segur que tomba, tomba, tomba…”, está claro que no nos podremos liberar jamás. Como dice una amiga mía, hay que estar dispuestos a ser solidarios con la valentía pero en ningún caso con la comodidad.
El Unilateral es un bar de moda y poco más. Sacar a pasear el debate sobre la unilateralidad cuando el independentismo está más fragmentado que nunca es realmente de locos. De alguien que ha perdido el juicio. Está claro que no se puede dar el brazo a torcer ni retornar al procesismo. Pero hay que combatir con los aperos adecuados. Y quizás también deberíamos asumir que los presos no saldrán de la cárcel sin un movimiento independentista sólido, unido y bien dirigido. Primero habrá que ganar la batalla para después obtener los frutos. O independencia de verdad o 15 años de cárcel para Junqueras y 10 para los demás. Elijan ustedes, pero exijan a los políticos que no les vengan con cuentos.