A continuación les contaré la historia de Porki. En 1992 Barcelona acogió los Juegos Olímpicos. La ciudad lo celebró y el Ayuntamiento impulsó una gran reforma urbanística que afectó a toda la ciudad, pero especialmente a la fachada marítima, hasta entonces dominada por las fábricas y el chabolismo. Era una zona inhóspita, gris y sucia que sólo mejoraba cuando se abría hacia la Barceloneta. Allí estaban instalados los restaurantes de barraca, hoy desaparecidos, y que a menudo decoraban las novelas de los jóvenes escritores en castellano de la gauche divine. A mucha gente que se considera de izquierdas les gusta excitarse con la pobreza sin dejar de vivir en la riqueza. Es un clásico burgués. Con la mujer se va al Liceo, con la criada se folla.
Los Juegos Olímpicos transformaron el barrio. A toda prisa, además, muchas veces saltándose incluso las normativas. Porque la concesión de los Juegos Olímpicos también fue eso: una oportunidad para que los propietarios de los terrenos y de las fábricas, la mayoría vinculados al antiguo régimen franquista, se enriquecieran exageradamente. Si en Madrid los franquistas llegaron a la conclusión de que les convenía más compartir el gobierno a cambio de quedarse con el Estado —como ahora se ha visto muy crudamente—, en Barcelona, los burgueses se "hacen" casi socialistas para conservar el control financiero de la ciudad. Jordi Borja, el urbanista y geógrafo que trabajó a las órdenes de Pasqual Maragall, lo explica bastante bien a Luces y sombras del urbanismo en Barcelona (Editorial UOC, 2010). Digámoslo con sus palabras. La Villa Olímplica fue el primer gran proceso de especulación urbanística, acompañado de una gentrificación absoluta, casi radical, del barrio de Icària del distrito de Sant Martí, que sustituyó a los vecinos humildes del barrio por profesionales más o menos acomodados. El antropólogo Manuel Delgado es taxativo al respecto: “Tras los Juegos Olímpicos está la realización del sueño de Porcioles, que básicamente es el proyecto de Maragall, que es reformar Barcelona para ponerla en venta como marca y como producto. Y para ello fue imprescindible la alucinación colectiva de hacer creer a la gente que éramos el centro del universo”.
Si exceptuamos el proyecto de Ensanche de 1859, Barcelona ha crecido siempre a base de grandes eventos. La Exposición Universal de 1888, que nos ha dejado en herencia las construcciones efímeras del Parque de la Ciutadella —hoy decadentes y en proceso de ruina absoluta—, fue el primero. El Foro de las Culturas de 2004 fue el último y se aprovechó para terminar la reforma de la fachada marítima que no se había podido terminar el 1992. El Foro fue un esperpento económicamente ruinoso, pero sirvió para tapar de nuevo el enriquecimiento de las constructoras y de los propietarios de los terrenos. Siempre ha sido así. El sueño de la gran Barcelona ha ido acompañado de las mafias económicas de la ciudad, a menudo resguardadas bajo Fomento, que no han tenido suficiente con enriquecerse legalmente, algo perfectamente comprensible, sino que han especulado bajo mano. La periodista Maria Favà, que desde el principio fue crítica con el proyecto de transformación de la fachada olímpica, puede dar testimonio como miembro de la Associació de Veïns del Poblenou: esta entidad perdió la subvención que tenía por el hecho, precisamente, de oponerse a los Juegos. Parece ser que Ramon Boixadós, el ingeniero figuerense que entonces era el responsable de infraestructuras de los Juegos, les dijo que “ante la libertad de expresión, había la libertad de subvención”. La compra-venta sirve para todo, para vender terrenos y para comprar voluntades, aunque seas hijo de maestros republicanos represaliados por el franquismo.
Una de las familias que se enriqueció con la especulación urbanística del barrio barcelonés de bajamar son los Balanzó, a la que pertenecen los periodistas rabiosamente unionistas y sectarios Xavier e Ignacio Vidal-Folch. Dicen que Textil Balanzó, la empresa familiar, cedió terrenos para la Villa Olímpica, pero eso es una leyenda, una historia inventada para dar lustre a una burguesía que con el franquismo aprendió extraordinariamente bien cuáles eran los mecanismos de la corrupción. Los Balanzó cobraron aquellos terrenos y no precisamente baratos. Lo mismo que Carlos Ferrer-Salat, cuando se deshizo de los terrenos que ocupaba su empresa farmacéutica en el Poblenou. Los Juegos Olímpicos también fueron acompañados por la corrupción. El caso Macosa nació de la venta de los terrenos de esta empresa en Diagonal Mar y fue instruido por el juez Luis Pascual Estevill, cuando aún no se sabía que estaba conchabado con el abogado Vidal Piqué para extorsionar a los presuntos delincuentes. Fue esta trama mafiosa, compuesta por Piqué y Pascual Estevill, la que años antes ya había conseguido que la familia materna de Vidal-Folch, los Balanzó, no fuera salpicada por la falsa cesión de los terrenos de la Villa Olímpica y que está mezclada con el caso Macosa. El juez corrupto actuó con eficacia, porque muchos vendedores de los terrenos de aquella zona terminaron en la cárcel y, en cambio, los dueños y los gestores de Textil Balanzó, no. Mientras Maragall fue un alcalde olímpico contrario al pujolismo, este tipo de gente estaba encantada con Barcelona. Hacían negocios y les parecía que vivían en París mientras se enriquecían con la especulación de la mano de personajes que rondaban por el Palau de la Generalitat. Por lo tanto, la pretendida dicotomía entre los dos lados de la plaza Sant Jaume, según cómo, no entraba en funcionamiento, tal como se ha demostrado: todos formaban parte del régimen del 78, tan corrupto como lo fue la primera restauración borbónica de 1876. Y muchos de estos personajes, los que aún están vivos, hoy llevan colgada en la solapa la Creu de Sant Jordi.
La burguesía catalana ha sido siempre así. Con el franquismo se convirtió, además, en una burguesía de Estado que el Instituto Nacional de Industria (INI) subvencionó a manos llenas. Cuando estalló el caso de Pascual Estivill, Vidal Piqué, De la Rosa, José Luis Nuñez y compañía, se dijo que Cataluña era una especie de Chicago, donde predominaba una mafia nacionalista. La gran telaraña era mucho más amplia que todo eso. Lo era tanto, que Miguel Duran, —aquel dirigente de la ONCE que en 1995 militaba en UDC y en 2009 se convirtió en candidato al Parlamento Europeo con la coalición formada por Ciudadanos y el partido de extrema derecha Libertas—, comenzó a cantar, furioso porque consideraba que lo habían abandonado. Y es gracias a él que sabemos que Núñez y su abogado, Piqué Vidal, consiguieron que el director de El País en Cataluña de entonces, Xavier Vidal-Folch, comprara sus tesis exculpatorias e intentara desde entonces despedir a Xavier Horcajo, el redactor que había destapado la trama. Pascual Estivill denunció a El País por los artículos de Horcajo y, mira por dónde, un juez de la Audiencia de Barcelona llamado Pablo Llarena lo desestimó. Será por eso que Vidal-Folch defiende al juez que encarcela a independentistas. Le salvó el culo y Vidal-Folch, por su parte, se deshizo de Horcajo. Xavier Vidal-Folch es cualquier cosa menos periodista. De joven se hacía pasar por comunista, militó en Bandera Roja y se le conocía por el mote de Porki. Emparentó por vía matrimonial con Joan Vilà-Reyes, el del caso Matesa, el sonado escándalo de corrupción durante el franquismo. De la carne, la carne y del vino, la sangre. Ya entonces Vidal-Folch destilaba odio contra el catalanismo. Y, como ahora, era un fatuo tan vago como charlatán. Y es tan gandul que el 20 de septiembre, el día de la concentración ante el Departamento de Economía y Hacienda, me lo crucé en la plaza de Catalunya. Me lo pude cruzar, precisamente, porque caminaba en sentido contrario a la noticia, no sé a dónde iría, pero no ciertamente a trabajar como periodista. Quizás a pontificar, a hacer de agente político, como hace en los platós de televisión, hablando sobre cosas de las que no sabe nada. De las que sí sabe algo, las esconde porque le quedan tan próximas que le son íntimas y perturbadoras.