Recientemente, hemos visto en casa la película clásica de humor absurdo “Hot shots”. Una divertida comedia con la que pudimos enseñarles a nuestros hijos las cosas de las que nos reíamos cuando éramos adolescentes. 

Es inevitable, al menos en casa, que Tug Benson, el militar que ha estado en mil batallas y en cada una ha sufrido algún accidente, nos recuerde a Biden. Físicamente son muy parecidos, pero sobre todo, los momentos álgidos de carcajada a mandíbula batiente bien pudiera protagonizarlos el propio presidente de los Estados Unidos. 

Sobre todo esa escena en la que Benson explica a un mando militar que “la moral de la base está por los suelos. Fíjese (dice mientras apunta a una fotografía de los hangares): no se mueve nadie.” Para a continuación, dirigirse a uno de los hombres que aparece en la foto: “¡Roy, Roy!” “Fuimos juntos al colegio. No puedo entenderlo: ha estado ignorándome todo día. Recuérdeme que le mande una nota.” (https://www.youtube.com/watch?v=xX9aP2LYSK8)

Son muchos los episodios que Biden ha protagonizado, en los que se lo veía desorientado, saludando a gente inexistente, sin saber por dónde salir del escenario, refiriéndose a personas fallecidas, o confundiendo el nombre del mandatario al que quería dirigirse. Es evidente que su estado de salud no es el más adecuado para liderar nada. Menos aún si hablamos de una de las principales potencias mundiales. 

Cualquiera puede entender que con 82 años es momento de descansar, de llevar un ritmo de vida lo más placentero posible, y que es imprescindible cuidarse. Por no hablar de los achaques que son normales a esta edad. 

No consigo comprender cómo una persona de semejante edad puede tener ánimo y capacidad para mantener el ritmo de un presidente de Gobierno. En general, no puedo entender que nadie en su sano juicio quiera serlo, pues no envidio en absoluto la vida que, supongo, la mayoría de ellos tienen. Pero es que, además, por la gente de semejante edad que conozco, no concibo que se tenga energía para la agenda y la responsabilidad que supone. 

No consigo comprender cómo una persona de semejante edad puede tener ánimo y capacidad para mantener el ritmo de un presidente de gobierno

Criado en una familia profundamente católica, tiene orígenes irlandeses. Nació en una familia adinerada que sufrió varias crisis económicas, lo que hizo que Joe tuviera que criarse la mayor parte de su vida conviviendo con sus abuelos maternos. Hasta que se trasladaron a Delaware y su padre remonta gracias a un negocio de venta de coches. 

Mientras tanto, el tartamudo Joe estudiaba, no mucho; hacía deporte y se presentaba como presidente de la clase (lo que aquí conocemos como delegado). Practicaba poesía ante el espejo para intentar mejorar sus problemas de dicción. Un problema que le acompañó durante toda su vida. 

En la Universidad era de los estudiantes menos brillantes cuando estudió Historia y Ciencias Políticas. Mejoró notablemente en la siguiente carrera, cuando estudió Derecho en Siracusa. Allí conoció a Neilia Hunter, con quien se casó y tuvo tres hijos. Se libró de la mili porque era asmático. Ejerció como abogado y se afilió con los republicanos. Pero poco después lo hizo con los demócratas. Y en 1969 obtuvo un puesto en el condado de New Castle, en Delaware.

Desde allí, en 1972, dio el salto a la política nacional, siendo elegido senador por Delaware. En aquel momento fue el sexto senador más joven de la historia de los Estados Unidos. Y también entonces Neilia y su hija pequeña fallecieron en un accidente de coche. Los dos muchachos sobrevivieron. Hunter tuvo una fractura craneal y varias lesiones en la cabeza. Beau se rompió la pierna. Y Joe quedó viudo y sin su hija menor, pensando entonces en abandonar la política. 

Desde el primer momento, formó parte de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado. Y su postura respecto a la OTAN ha sido una constante a lo largo de su dilatada carrera: apoyar su extensión en Europa del Este. 

Tres años después de perder a su mujer, conoció a Jill Tracy Jacobs, con quien se casó en 1977 y tuvo una hija en 1981.

Su postura respecto a la OTAN ha sido una constante a lo largo de su dilatada carrera: apoyar su extensión en Europa del Este

En 2006, Beau, el hijo mayor, fue elegido Fiscal General del Estado en Delaware. Fue Capitán de la Armada de la Guardia Nacional y falleció en 2015 a causa de un cáncer de cerebro. Su hijo Hunter, abogado, es objeto de numerosos escándalos por consumo de drogas, tenencia ilícita de armas, y acusado de fraude fiscal y evasión de capitales, entre otras hazañas. 

Joe ha sido reelegido seis veces como senador y llegó a ser el cuarto de mayor antigüedad. Y podría haber estado más tiempo, a juzgar por su voluntad, si no se hubiera cruzado la oportunidad de ser vicepresidente con Obama. Repitieron, pero en 2015 Joe anunció que no se presentaría en 2016 para disputar la presidencia.

Sería cinco años después cuando decidiera dar el paso junto a Kamala Harris como compañera. Así llegó a ser el 46º presidente de los Estados Unidos. 

Su legislatura será recordada, sin duda, por la pandemia del Covid-19 y por las guerras en Ucrania y Palestina, y por la explosión del fentanilo. Y todo esto de momento, porque todavía tiene tiempo para seguir metiendo a su país, y a sus aliados, en alguna otra barbarie.

Desde el comienzo de su legislatura como presidente, su avanzada edad y sus evidentes “despistes” y caídas, hicieron de Joe Biden una sorprendente apuesta. Sobre todo teniendo en cuenta las tremendas decisiones de gran calado que se han tenido que tomar y sus consecuencias. Quizás haya sido, precisamente, por eso. 

Nadie puede negar que cuenta con una larguísima trayectoria, donde se le ha considerado siempre un actor político de gran valía. Ha apostado por medidas sociales y por grandes avances en derechos y libertades civiles. Podía haber sido suficiente, con una retirada tras su vicepresidencia con Obama. Habría sido recordado como un gran político seguro. Sin embargo, me cuesta entender por qué razón, con la cantidad de perfiles excelentes que hay, seguro, se decidió apostar por este tan evidentemente anodino. 

Esta semana, como en el cuento del sastrecillo valiente, ha habido alguien que ha osado a escribir, negro sobre blanco, que la edad y problemas de memoria de Joe lo exculpan de la acusación penal contra él presentada (por guardar documentos confidenciales). 

El informe del fiscal especial Robert Hui, el sastrecillo, presentó un informe de 345 páginas donde se encontraban las conclusiones de la investigación por él dirigida. El documento podría calificarse de agridulce; algunos incluso lo han calificado de “bomba política”. Y es que, por un lado, se reconoce que los delitos se habían cometido; pero por otro, se decidía no pasar el asunto a un juicio ante la sospecha de que el jurado se encariñara con el “abuelito adorable” y le perdonaran al verle como, y cito textualmente, “un hombre anciano, bienintencionado, con mala memoria”. 

Es un pequeño matiz de lo que no hemos leído ni oído estos días, prácticamente reseña. Y para mí, es doblemente importante. Porque no es que el fiscal considere que Biden tiene problemas de memoria y está muy mayor. No. Eso lo da por hecho. Lo que hace el fiscal especial es ir un paso más allá, y considerar que Biden se libraría de ser condenado al enternecer al jurado, a pesar de que está claro que ha cometido un delito. 

Si esto es lo que piensa nada más y nada menos que un fiscal, y supone librarse de un juicio, pensemos por un momento las razones por las que se decidió impulsarlo como presidente de los Estados Unidos ante lo que había en la agenda ya programada. 

Recuerden que Putin señaló el otro día el origen del conflicto en Ucrania en el año 2014. Ya entonces en Palestina se preparaban para la tercera intifada, esperando atentos los ataques de Israel que finalmente se han producido ahora. Y los experimentos con el SARS-COV2, la ganancia de función y Fauci ya estaban funcionando. 

La cuestión no es que Biden estuviera ya entonces mayor y posiblemente sufriendo lagunas. La cuestión es que a alguien se le debió ocurrir que, con esa imagen de abuelito entrañable y olvidadizo merecía ser perdonado, hiciera lo que hiciese. 

Y ahí le tienen.