“Ara és hora catalans, ara és hora d’estar alerta...”, nos avisa nuestro himno, pero vista la herida recurrente de nuestra historia, este “ara és hora” temporal se ha convertido en permanente. ¡Cuándo no ha sido la hora de activar las alertas en una nación que, desde que perdió sus derechos constitucionales y fue tratada como una colonia conquistada, ha sufrido una agresión permanente de sus derechos nacionales! Siempre es hora y siempre tenemos que estar alerta. O dicho de otra manera, no podemos relajar la lucha por nuestros derechos, porque los que quieren erosionarlos no se relajan nunca.
Y eso es especialmente cierto cuando además nos venden bonanza, concordia y paz, como si la defensa de la nación implicara maldad, intolerancia y violencia. Este es, justamente, uno de los relatos más insultantes que los socialistas repiten con profusión a ambos lados del puente aéreo: la idea de que con ellos ha venido una especie de paz social, pero se evitan recordar que esta “paz social” es un simple sinónimo de la paz de los cementerios que han conseguido con la represión integral que nos infringieron. En realidad, es una concepción clásica de la colonización: la idea de que el poder colonial otorga seguridad y paz al pueblo colonizado. No hay que decir que, para que eso pase, hacen falta dos preceptos fundamentales: que perdamos nuestra identidad en favor de la identidad impuesta; y que agradezcamos la inconmensurable bondad que nos aporta.
Lisa y llanamente, esta es la situación que vivimos en estos momentos con el Govern actual, con un planificado proyecto de sustitución identitaria con el fin de españolizar definitivamente Catalunya. El Govern de Illa ni tiene complejos, ni se esconde: quiere acabar con la “obsesión” nacionalista o, como diría el ínclito Borrell, nos quiere “desinfectar” para siempre. De hecho, este es el único proyecto que se le conoce, dado que más allá de los cien días de gobierno solo se ha dedicado a comprar banderas españolas, sacar el busto de Macià, hacer de alfombra del Borbón y celebrar el día de la hispanidad. Ningún gran proyecto económico, ni de infraestructuras, ni cultural, nada. El hombre gris que ocupa la Casa dels Canonges ha conseguido extender la mediocridad por todo el país, en un proceso de socialización de la miseria política y cultural que no tiene parangón. Y es en la mediocridad donde avanza sutilmente la españolización.
Empieza a ser muy urgente volver a movilizar a la sociedad civil, y hay que hacerlo bajo alarma
No hay que decir que esta idea de la “pacificación” de Catalunya es acogida con felicidad en la corte de financieros, poderes mediáticos, fortunas diversas y el resto de la fauna del poder que hacía mucho que buscaban la desaparición de la ebullición nacional, tal como hace tiempo pedía un financiero desde sus torres negras: “hacen falta veinte años de gobierno socialista en todos los poderes del Estado”, venía decir, con la esperanza de que se perdiera toda una generación para la causa.
Esperemos que no sean veinte años, pero es un hecho que la ofensiva contra la nación es muy seria y está muy bien planificada y que, nuevamente, ahora es hora, no solo de estar alerta, sino de movilizar las fuerzas. Lo recordaba Xavier Antich en su discurso de la última Diada, y habrá que repetirlo como una letanía: “hay país más allá del Govern”, aquello que hemos llamado siempre la sociedad civil. Ciertamente, con la fractura independentista convertida en una autoimplosión, la Generalitat como herramienta de españolización y la actividad política bajo los mínimos que impone la actual coyuntura —más allá de la presión inteligente que hace Junts— empieza a ser muy urgente volver a movilizar a la sociedad civil, y hay que hacerlo bajo alarma. Nos peligra seriamente la lengua catalana, eje vertebrador de nuestro país y, por eso mismo, diana de todas las agresiones que nos dirigen, no en balde saben perfectamente que sin el catalán no somos nación. Y con la lengua, la cultura, la identidad, la dignidad de nuestras instituciones, nuestros intereses estratégicos, severamente diezmados. Aunque desde 1714 siempre hemos sufrido el riesgo de desaparecer como nación, y han sido ingentes los esfuerzos de los poderes españoles para conseguirlo, el momento es especialmente arriesgado. Al fin y al cabo, no hay una represión directa, ni una situación de crisis, ni nada que nos aviva la autodefensa. Pero a menudo, son estos momentos grises y soporíferos los que pueden resultar más letales para nuestra solidez nacional.
“No hay que abandonar nunca ni la tarea ni la esperanza” dijo Pompeu Fabra en 1947, y con esta sencilla frase lo incluyó todo. La esperanza no la tenemos que perder, porque nunca la han perdido las generaciones de catalanes que, una tras otra, han tenido que defender nuestra identidad. Pero es con la tarea persistente, tozuda y resiliente que conseguiremos sobrevivir como nación. Hay que recordar que mientras no tengamos Estado propio, lo que sí que tenemos es un Estado que trabaja en nuestra contra.