Esta noche pueden pasar dos cosas. La primera ha estado presente en las encuestas: la victoria de Salvador Illa, un candidato sucursalista, cuya campaña se forjó en Madrid, y es desde Madrid desde donde se ha decidido el relato, el tono y la estrategia. Es evidente que Salvador Illa es un proyecto de estado y así lo entendió Pedro Sánchez cuando perpetró su famosa espantada para romper la lógica de las elecciones catalanas. Todo el circo de Sánchez tenía un doble objetivo: consolidar las posiciones de Illa y españolizar la campaña. Fue un intento imaginativo y fraudulento de romperle las piernas al candidato de Junts por la vía de sustituir el "vuelve Puigdemont" por un "se va Sánchez". Al fin y al cabo, Sánchez sabía que su maniobra tendría el visto bueno del Upper Diagonal y su corte mediática, necesitados de barrer cualquier chispa independentista del gobierno catalán. Como dijo un ínclito señor con nombres y apellidos, de los que cuentan en los rankings financieros, “ahora necesitamos un tiempo de dominio español en Cataluña, para que el virus independentista desaparezca del ambiente”, dicho así, en castellano del fino. Hay que repetirlo, pues, para que quede meridianamente claro: es una victoria española y una derrota nacional.

El segundo hecho que puede suceder es evidente: sorpasso y victoria de Carles Puigdemont, que no ha parado de crecer en las encuestas y que en el momento de escribir este artículo estaba en empate técnico. Es decir, si se culmina el crecimiento y Junts acumula el voto útil del independentismo, Carles Puigdemont habrá logrado lo que Jordi Cuminal denominaba las tres victorias: la personal, la moral y ahora también la electoral. Es decir, tras casi siete años de exilio, perseguido por todos los estamentos de un estado español, despreciado, vilipendiado y deshumanizado, y en eterna diana del odio más abyecto, el president que nos impidieron tener por la vía de la represión volvería a la presidencia de la que era legítimo depositario. Esta victoria no solo sería el éxito de un hombre que se ha mantenido en pie y ha luchado a pesar de todas las dificultades, las críticas —a menudo de fuego amigo— e incluso a pesar de los cantos de sirena que le ofrecían "soluciones felices", sino también la victoria de una Catalunya que puede estar herida, pero que no ha dejado de soñar. Este será el mensaje de esta noche electoral si Puigdemont gana las elecciones, o si queda tan ajustado que también las gana: Catalunya no está vencida. La Catalunya ordenada, callada, devuelta al redil, con la que sueñan Illa y Sánchez no habrá vencido, a pesar de la brutalidad de esfuerzos y presiones que se han dedicado para imponerla. Será la victoria de una Catalunya digna contra la Catalunya resignada, aquella que ha aceptado su condición de colonia. Esto representa Puigdemont y esto representaría su triunfo: la enésima derrota de España en su intento por aniquilarnos.

Esta noche pueden volver los sueños

Pero representa muchas otras cosas. Por ejemplo, la voluntad de recuperar el espacio central del país, ese que está forjado de pymes, economía productiva, autónomos, un país orgulloso de su capacidad innovadora, que no solo no desprecia a sus empresarios, sino que les ayuda a crear más empresa. No será la victoria del wokismo, o de aquellos que quieren aumentar impuestos hasta el delirio, o de aquellos que sueñan en un estado central y voraz que lo domina todo, sino de aquellos que siempre han entendido que es la iniciativa de cada ciudadano lo que hace grande a una nación. En cierta forma, el hilo rojo que va desde Prat de la Riba hasta Pujol, pasando por Macià, todos ellos alejados de izquierdas tronadas y derechas reaccionarias, fiel a las raíces emprendedoras del país. No es el retorno de ninguna vieja Convergència, pero sí que es la recuperación de unos valores que creen en el buen gobierno y en la iniciativa de su gente. Eso era Prat de la Riba cuando creó la Mancomunitat, y eso fue Pujol cuando intentó crear las bases de una nación moderna: buen gobierno, innovación y empuje ciudadano. Decía Carles Puigdemont en su última entrevista en El Nacional que "el buen gobierno forma parte del proceso de independencia", y este ideal es el que ha movilizado al mejor catalanismo hasta llegar al independentismo.

Finalmente, es un hecho que Puigdemont es el enemigo a batir de todos los poderes del Estado, empezando por el Borbón —que ha puesto y sigue poniendo su institución al servicio de la represión—, siguiendo por los Marchenas y toda la troupe de jueces patrióticos, continuando por la caverna mediática y rematando con el poder financiero, el mismo que ahora intenta destruir un banco catalán. Saben que con Puigdemont en la presidencia no lo tendrán nada fácil ni para estafarnos, ni para controlarnos. Y saben, también, que con Puigdemont en la presidencia, no dejaremos de luchar para lograr la independencia. Es cierto que es necesario rehacer unidades y curar heridas, y nada será fácil, pero con un liderazgo fuerte como el suyo, que ha demostrado una capacidad de resiliencia extraordinaria, la causa catalana volverá a abrirse en canal.

Es esta noche. Esta noche pueden volver los sueños.