Hace un montón de años que hablo de la mujer en la Iglesia y veo cómo los cambios en las estructuras de poder en el Vaticano no cambian más allá de la anécdota esperanzadora pero insuficiente. Alguna secretaria, asesoras, cancilleres, colaboradoras, fieles coordinadoras. Con el Sínodo algún cambio más. Hasta ahora. Por primera vez veo que no son solo palabras cargadas de buenas, plenas y sentidas intenciones. El nombramiento, por primera vez en dos mil años, de una mujer como gobernadora de la Ciudad del Vaticano, que sustituye a un cardenal que termina, es un paso inédito y veo que puede tener recorrido. En esta Roma jubilar, muy limpia y preparada para más actos que nunca, el Papa va fichando, de momento, a mujeres que son religiosas e italianas, en las más altas cuotas del poder. Una es la doctora en psicología por la Universidad Gregoriana de Roma sor Simona Brambilla (1965), prefecta del Dicasterio para la Vida Consagrada y los Institutos de Vida Apostólica (es la primera vez en la vida que este cargo se declina en femenino, siempre ha sido "prefecto" y ella misma ha dicho que lo quiere en femenino), y la otra la religiosa y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Angelicum de Roma, sor Rafaela Petrini (1969), presidenta de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano.

Petrini hará funcionar un Estado. Es curioso que se llame Petrini, un guiño a los inicios de todo, con la tumba de san Pedro (Pietro) como observadora de los cambios, que tanto cuestan, en la institución bimilenaria que es la Iglesia Católica, romana y apostólica. Por cierto, que este "romana" somos los catalanes quienes lo recitamos en el Credo (Creo en una Iglesia, santa, católica, apostólica y romana). Cuando empecé a recitarlo en otros idiomas me di cuenta de que los catalanes somos más romanos que nadie. Ni en castellano, ni en italiano, ni en francés, ni en inglés... incluyen este "romana". Los expertos han concluido que "romana" es un añadido que nos inventamos, y que la pulcritud litúrgica de expertos como los monjes de Montserrat ha eliminado del Credo. Da igual, el pueblo lo canta igualmente, aunque la norma lo haya eliminado. En Catalunya somos romanos.

El nombramiento del Papa Bergoglio de mujeres que manden, que decidan, es también un movimiento sísmico, que parece una pequeñez interna en la institución, pero que toca lo más difícil de mover

Escribo este artículo en Roma en el Jubileo de los Periodistas, convocatoria romana que llega cada 25 años, en el que he coincidido con muchos catalanes vinculados a instituciones como la Abadía de Montserrat, la basílica de la Sagrada Familia, la Fundación Blanquerna, instituciones eclesiales y mediáticas relacionadas con la Iglesia como Catalunya Religió o la Agencia Llama, la Editorial Alborada, la productora Animaset, la catedral de Barcelona, además de delegados de comunicación de obispados o responsables de comunicación de instituciones como el Opus Dei. Catalunya tiene una tendencia romana, un vínculo con esta ciudad caput mundi, eterna y caótica, que cada 25 años, y ya hace dos que lo compruebo, hace una operación de maquillaje con el Jubileo, donde las estructuras se renuevan, las fachadas se pintan y alguna cosa se mueve a nivel mucho más interno. El año 2000 fue aquel "mea culpa" del Papa Juan Pablo II, una petición mundial de perdón por todo aquello que la Iglesia había hecho mal.

Ahora, que apenas estamos en enero y el Jubileo acaba de empezar, el nombramiento del Papa Bergoglio de mujeres que manden, que decidan, es también un movimiento sísmico, que parece una pequeñez interna en la institución, pero que toca lo más difícil de mover. Los nombramientos todavía tienen nombre y los recordamos (son muy pocas las mujeres escogidas). Pero ahora sí que se ven ya aquellos pequeños cambios que son poderosos.