Crisis de confianza. Todo el mundo se llena la boca de crisis de confianza: en la flamante política, en la sufrida Iglesia, en la cuestionada familia, en el inevitable entorno laboral. Crisis de confianza, talmente el pan de cada día. Quizás pronto no podremos hablar del "pan de cada día" porque no nos entenderemos. Nuestra alimentación y nuestra cultura también está evolucionando, y expresiones como "venir con un pan bajo el brazo", "el pan de cada día", "compartir el pan", "al pan pan, y al vino, vino," "los catalanes, de las piedras hacen panes" se convierten peligrosamente en expresiones ajenas. Nos hemos instalado en una crisis de confianza que todo lo mancha. Un salfumán corrosivo que erosiona las relaciones y provoca cierres, rupturas, decepciones.
Dentro de esta desconfianza, hay momentos de gracia. Cuando nos sentimos lo bastante cómodos con alguien (conocido o desconocido) y le explicamos una confidencia. Cuando reconocemos una fragilidad delante de los otros. Cuando acogemos el dolor de alguien en silencio. Cuando compartimos una complicidad con alguien y nadie más lo entiende. Cuando captamos el sentido y de sopetón encajan muchas más piezas de las que pensábamos. Cuando las cosas funcionan. Cuando el amor fluye. Cuando somos felices. Son antídotos a la crisis de confianza, ejemplos de quien sigue confiando a pesar de las crisis que se multiplican en tantas facetas vitales. El Papa Francisco, que ha visto cómo algunos de sus cardenales más próximos le han negado la confianza, este Papa ahora ha escrito un mensaje para la 57.ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, donde pide que "hablemos con el corazón" en un texto que se llama Veritatem facientes in caritate, una frase del Nuevo Testamento de la Carta de los Efesios.
Hablar con el corazón solo se puede hacer en un clima de confianza, porque en un clima de puñales la última cosa que te apetece es exponer tu corazón a las inclemencias. No se podrá hablar como querría el Papa de Roma si no rebajamos tensiones, si no creamos condiciones de posibilidad para vivir con más serenidad. La confianza no siempre es conciliadora, también nos hacemos daño, en confianza, precisamente porque no llevamos máscaras. Pero la podemos restablecer, recoser. Trabajar para poder decir al pan, pan, y al vino, vino, sin que caigan imperios ni nos estropeemos las vestiduras sería todo un hito. Y recuperar la confianza. Dedicarle congresos, tertulias, calles.