Este fin de semana estábamos pendientes de las payesas y los payeses porque algunos han sufrido —sin contar las horas de retención en la AP-7— para llegar a pistas y la mayoría hemos estado pendientes de las noticias para volver al trabajo. Al final, casi en el último momento, el Govern de la Generalitat y la payesía llegaron a un acuerdo. Cuando menos, los cortes de carretera anunciados para el lunes se desconvocaron y se puso sobre la mesa la revisión de muchos de los puntos conflictivos para el sector.
No hay ningún tipo de duda de que hay que evolucionar y el hecho en sí mismo es característico de la vida; ahora bien, así como no todas las condiciones de vida tienen que ser mejores que la muerte, tampoco todas las evoluciones son positivas. No entenderé nunca, por más que nadie lo quiera justificar —de hecho ni explicaciones se pidieron sobre el tema—, cómo se pudo aprobar en Catalunya que las piscinas podían estar llenas y que los payeses no podían regar.
Y que no me vengan con que hacía falta que la población estuviera fresca —el tema de las muertes por las altas temperaturas es recurrente en los diarios—, porque hay otras maneras de refrescarse o, mejor dicho, de no sobreacalorarse. Lo que parece que se priorizó, por encima de todo, fue la temporada turística sin casi ninguna protesta, porque la masa crítica que se ha creado en torno a los pisos de temporada no existe para otros aspectos colaterales a la masificación de visitas y a la excesiva terciarización de nuestra economía.
La mirada corta, populista, de solución al síntoma y no a las causas, de ninguna o poca reflexión y de ciclo de cuatro años nos hace daño en cada legislatura, sin embargo, especialmente, nos hace perder un montón de oportunidades de bienestar
Supongo que en el mundo simplista en el que actualmente vivimos, se puso en la balanza —quizás ni eso, los caminos de las decisiones son más inconfesables de lo que se quiere admitir o queremos saber— cuánta gente ocupa un sector y otro. De hecho, dicho al por mayor todo es fácil, o cuando menos lo parece si queremos pasar por alto las aristas y, en este caso en concreto, a mí me parecen muy grandes. La mirada corta, populista, de solución al síntoma y no a las causas, de ninguna o poca reflexión y de ciclo de cuatro años, nos hace daño en cada legislatura, sin embargo, especialmente, nos hace perder un montón de oportunidades de bienestar a medio y muchas más a largo plazo. Somos una sociedad inmersa en la cultura de la inmediatez, y la contribución de la política en este valor no se puede menospreciar; tanto por la importancia de las contribuciones como por la magnitud de las consecuencias negativas en nuestras vidas.
No hablaré aquí de cuál es el modelo de payesía que tenemos que tener, no es un tema que yo domine, aunque me ha puesto muy contenta ver que se creará una nueva categoría de explotación agraria de carácter familiar para proteger este modelo central, de pasado y de futuro, de nuestra producción agrícola, ganadera y pesquera.
Tengo claro que un territorio que no produce alimentos para la población que lo habita es un territorio que tarde o temprano perderá su autonomía, ya no digo nada de tener independencia política. Es mucho más básico todavía, aunque los dos aspectos son estructurales para la propia soberanía. Estoy diciendo que el mundo, como la estructura de clases, se polarizará en productores y no productores —en este caso en países productores del sector primario— mucho más de lo que nos pensamos ahora mismo, por mucho que podremos comer cosas que no necesitarán ni de la tierra ni de las payesas y payeses.
Cuidar a la payesía, nuestro campesinado, va más allá de cuidar el paisaje. Aunque entiendo que en una sociedad terciarizada, dependiendo del turismo, eso tenga su importancia, la cuestión básica va de poder tener alguna cosa en la mesa. De tener de manera saludable, asequible y sostenible la diversidad y riqueza de productos que necesitamos para mantener no solo la vida, sino una buena vida.