Me ha parecido lo bastante sintomático que, con ocasión de las elecciones apenas celebradas en Alemania, la mayoría de los medios y plumas ilustres del país hayan pasado por alto que esta nación fundadora de Europa (a la que todos los miedicas y analfabetos de la tribu ahora sitúan prácticamente en la esfera hitleriana) fuera también el Estado auténticamente federal y judicialmente fiable donde Carles Puigdemont inició su camino de supervivencia política europea. Todo lo reciente parece declinar hacia la prehistoria, pero el lector memorioso recordará cómo en 2018 todo Dios se ejercitó en pronunciar correctamente Schleswig-Holstein, aquel Bundesland septentrional donde el Molt Honorable 130 fue retenido (con la colaboración de la pasma secreta española) cuando volvía de Finlandia y de donde también, posteriormente a doce días de cautiverio, los jueces decidieron liberarlo para que pudiera andar como ciudadano libre por Europa, aduciendo que solo veían razonable acusarlo del delito de malversación.
Ha llovido y resecado mucho desde aquella primera detención, que después se repetiría en Cerdeña con resultados similares cuando el president ya era eurodiputado; pero hay que retener que la vía judicial alemana reconcilió parcialmente al independentismo con Europa. Las autoridades del continente habían pasado de los catalanes como de una boñiga cuando la policía española los zurró durante el 1-O y después siguió tratando a Puigdemont como un paria del espacio sideral; pero cuando menos la mayoría de las naciones europeas por donde había pasado el president (incluida Bélgica) optaban por no meter en la chirona a alguien que, a criterio de la judicatura española heredera del franquismo, era uno de los criminales más peligrosos del mundo. El president jugó bien con esta aporía cuando todo el mundo lo daba por muerto, aunque después malbarató su condición de hombre libre a base de volver a ejercer de convergente.
Conocidos los resultados de Alemania, y como ya avanzaba en el último artículo, las autoridades del continente se han dedicado a lloriquear como cluecas ante la supuesta crisis de valores que asola la ciudadanía europea. La solución fácil es buscar esta rigidez después de que la ultraderecha haya doblado resultados en Alemania; pero si hablamos de europeísmo también habría que tener presentes los hechos de 2018 y toda la evolución posterior de las relaciones entre Catalunya y la UE. Sería necesario, en definitiva, rememorar cómo las autoridades europeas prefirieron autorizar los indultos y la amnistía a Pedro Sánchez para sacudirse el problema catalán antes que fomentar una interlocución válida con Puigdemont y convencer a los líderes del bipartidismo PP-PSOE de pacificar el conflicto de la única forma posible; a saber, con un referéndum. Esta parte de la historia también forma parte de la crisis ética europea.
Junts y Esquerra sustentan al PSOE a cambio de que les regale victorias raquíticas que solo implican chutar el balón adelante y convertir a Pedro Sánchez en el único superviviente del giro conservador de toda Europa
Como independentista catalán, a mí me da mucha risa ver a toda una serie de líderes continentales, españoles e incluso catalanes, llorando la muerte de Europa y exigiendo cordones sanitarios a nuestra ultraderecha, mientras llevan más de un lustro adaptándose a la Catalunya colonizada por el 155 y la consecuente pacificación autonómica. Servidor no es nacionalista y evita pensar que Catalunya sea el centro del mundo pero, en el caso que nos ocupa, es muy gracioso que todo el mundo quiera correr a salvar el sistema imperante en la Unión Europea (nota marginal; el auge de la ultraderecha en Alemania, como pasó en las últimas elecciones europeas, solo servirá para fortificar el bipartidismo continental) mientras esta misma estructura se hacía la sueca durante los hechos de octubre de 2017. Entiendo que no somos lo bastante grandes para que Europa no lo permita, pero sí lo bastante importantes para que Europa no nos ignore.
En este sentido, la segunda vida europea de Carles Puigdemont habría podido servir para parar el pacto de entierro del procés entre la UE y Sánchez; el president podría haber renunciado a la amnistía para recobrar poder y seguir paseándose por el continente para desenmascarar a los jueces-políticos españoles. Contrariamente, el 130 pactó su retorno al país (que, como todo acuerdo con los españoles, todavía está en la cuerda floja) y ha acabado viendo que su fuerza consiste en amenazar al Gobierno con cuestiones de confianza que acaba retirando porque un individuo salvadoreño que no conoce ni Dios se lo exige. Todo eso nos sitúa en un terreno político como el de esta semana, donde Junts y Esquerra sustentan al PSOE a cambio de que les regale victorias raquíticas que solo implican chutar la pelota adelante y convertir a Pedro Sánchez en el único superviviente del giro conservador de toda Europa.
Hay quien cree que Puigdemont podrá recobrar el poder que tenía en 2018, cuando una toga alemana lo salvó de ser deportado hacia las brasas del juez Marchena. Ciertamente, a pesar de las toneladas de medias verdades que lleva el 130 en el currículum, sigue siendo el político del procés que ha pagado una condena más larga, muy superior a la de los convergentes que hace años que lo quieren enterrar. Quizás eso puede traducirse en capital político, pero yo diría que el tiempo no pasa en vano. Y una muestra de eso es que, al hablar de los comicios en Alemania, este es el único artículo en catalán donde leerás las palabras Schleswig-Holstein. Ya tiene gracia, querido Carles, que las tenga que escribir yo y no alguno de tus subordinados o propagandistas...