Cuando militaba en UDC teníamos un dicho que, creo, habíamos heredado del PSUC. Decía así: "Amigos, enemigos y compañeros de partido". Todo aquel que ha militado sabe que si quiere progresar en un partido y en la vida política en general, es mejor no tener amigos en el partido. En general, en la vida política te ves obligado a lealtades difíciles de justificar, y a pactos del todo antinaturales. Pero esta es la grandeza de la democracia interna: tragar y que no lo parezca. Y si nos ponemos a mirar en el juego democrático de los parlamentos y los pactos a doce bandas, se nos hace del todo imposible pensar que pueda existir cualquier otra relación entre políticos de cualquier estatus que no sea el del puro interés circunstancial. Un líder tiene que estar dispuesto a sacrificar peones y los buenos militantes saben que tendrán que aceptar situaciones ingratas que piden de todo menos vínculos de amistad con los "compañeros de partido". La politología ha entendido perfectamente cómo funcionan los partidos y define de manera general dos tipos de militantes: los creyentes y los pragmáticos. Los creyentes, lo hemos visto recientemente, lo vinculan todo a la causa. Y, por lo tanto, pueden deshacer incluso amistades en nombre del bien mayor. Los pragmáticos, en cambio, no dudarán en hacer lo que haga falta para mantener o aumentar su estatus y sus ganancias. Ni unos ni otros pueden tener amigos en política. Hasta aquí podemos pensar que no tiene mucho sentido hablar de política y amistad sin concluir que mejor es no tocar el tema. Y que cuando los comunistas hablaban de "compañeros de partido", lo hacían dejando entrever que la militancia condicionaba toda posibilidad de valorar las relaciones al margen del puro interés o necesidad del partido.
Sin embargo— siempre hay un sin embargo— mi experiencia, un poco larga ya, me hace ver que no es del todo cierto lo que decía el dicho comunista. Concretamente, en el tema de la amistad. Es cierto que en el mundo teórico de las relaciones entre militantes, lo más sencillo es no querer mezclar nada que no sea un noble o no tan noble interés por los objetivos políticos perseguidos. Pero la naturaleza humana no nos deja obviar los sentimientos. Y de manera inevitable establecemos sin querer filias y fobias con la gente que nos rodea. Nos sentimos inclinados a querer hacer unas birras con unos, y a evitar el contacto con otros. Un conocido empresario catalán decía: "No se hacen empresas con los amigos, pero sí que se hacen amigos en la empresa". Convendremos todos que hacer amigos es del todo inevitable. Una solución parece, pues, optar por hacer amigos y dejar que la política la hagan los otros. Si esta fuera la realidad, dejaríamos la política en manos de los cínicos, y todos tenemos ejemplos para saber que en política, como en todos los otros campos de la vida, hay de todo. Por lo tanto, hay que hacer que política y amistad convivan en las mejores condiciones posibles.
La amistad y la política, a pesar de parecer insolubles, son simplemente complementarias si somos capaces de pensar y de no gesticular verbalmente en permanencia
Iré un paso más allá citando a un empresario de éxito, un poco mayor que yo, y buen amigo, que me confesaba que, para él, está cada vez más claro que hay que priorizar las filias, y huir todo lo que se pueda de las fobias. Es decir, que hay que intentar colaborar siempre que sea posible con gente que dé buen rollo, y evitar perder demasiado el tiempo con quien no ayuda a ser feliz. Lo dice sin pretender ir de buen rollo positivo, sino como evidencia de lo que no le da la gana hacer: perder el tiempo con quien hace que no te siente bien el desayuno. Todos sabéis de lo que hablo. Parecería, pues, que se hará muy difícil hacer política con amigos. Difícil sí, imposible no.
En realidad, sí que se puede hacer política como quien juega a fútbol sala o prepara un maratón en equipo, a condición de que quede claro que el objetivo final no es la carrera política ni la victoria. Hacer política deportivamente implica saber apartarse antes de hacerse daño, y priorizar las relaciones de amistad a las de partido. Si utilizamos las habituales reglas de la amistad, diremos verdades que no gustan o tendremos que soportar situaciones incómodas. Pero si tenemos claro que por encima de todo está la amistad, sabremos apartarnos del camino y dejar que la amistad fluya por terrenos menos delicados. Porque el tiempo pasa, los cargos se desvanecen, las pugnas se relativizan y las líneas rojas se difuminan. Entre amigos, tener razón no es necesario. A menudo basta con tener ganas de seguir tomando una birra. Pensaréis que todo esto no da ninguna idea que no hayáis ya tenido y experimentado. Pero me ha parecido que en un tiempo donde los gestos poco amables y las confrontaciones dialécticas llevan una vez más a muros, donde la grandeza de la política y del juego democrático se ven cuestionadas en permanencia, había que dar un poco de calidez al debate. Y recordar que la amistad y la política, a pesar de parecer insolubles, son simplemente complementarias si somos capaces de pensar y de no gesticular verbalmente en permanencia. Los del PSUC de mi época también tenían como canción de referencia Les copains d'abord de Brassens. Muchos de ellos han hecho siempre política. Los de UDC también lo escuchábamos a escondidas. Y también hemos seguido haciendo política con más o menos intensidad. Y quizás, y solo digo quizás, la única manera de hacer política durante años es con amigos.