Con todo el vodevil de la condonación de la deuda, Pedro Sánchez ha urdido un movimiento prototípico de la política española. En primer término, el presidente español fingió que pactaba con ERC una condonación de 17.104 millones de euros que el Govern debe al Fondo de Liquidez Autonómica. Pocas horas después, se sabía que la gracia del Gobierno con Catalunya se extendería como por arte de magia por todo el territorio español, y se ofrecería también a las otras comunidades autónomas, exceptuando a nuestros falsos amigos vascos del norte para allá, que siempre comen aparte. En efecto, y como enseguida se ha apresurado a decir Junts, esta condonación vendría a ser una especie de "café para todo el mundo", aunque yo lo definiría más bien como una "amnistía crediticia" (entiendo que la nomenclatura no guste a los puigdemontistas). As usual, Catalunya se hace con un supuesto privilegio... que pronto acabará disfrutando todo quisqui.
Sin embargo, Junts per Catalunya todavía no ha decidido qué votará sobre la condonación en el Congreso (quizás, con el fin de aclararse, tendrían que consultarlo al mediador salvadoreño); es obvio que su crítica no tiene nada que ver con la intención de Sánchez, ya que aquello que buscan es desgastar la posición mediadora de Junqueras. Así también pasa con el PP y Alberto Núñez Feijóo, quien ha dicho que la amnistía crediticia solo pretende contentar a los socios indepes de Sánchez y que, al fin y al cabo, aumentará el déficit del Estado. Las dos cosas son ciertas; de momento, la derecha española ha actuado como una agrupación sectaria y ayer mismo sabíamos que los barones populares abandonaron a la ministra María Jesús Montero mientras presidía el Consejo de Política Fiscal. Pero el papeleo que les espera, a los presidentes del PP, es bien jodido, porque el pueblo acepta mal que renuncies a ahorrar pasta.
Al final de toda esta historia, la amnistía crediticia se aprobará para todo el mundo que la quiera
A Sánchez toda esta zarzuela ya le va suficiente bien, no solo para que ejercite la competencia entre sus socios juntaires y republicanos (que, en su infinita disputa, le aseguran sobrevivir todas las cuestiones de confianza posibles), sino también porque la derecha española está quedando como una simple agrupación de regionalistas resentidos. De hecho, el presidente español está jugando con las últimas cagaleras del resentimiento territorial que le queda a un sistema autonomista que ha funcionado bajo aquel lema que Enric Juliana definió como el "nosotros no vamos a ser menos." Por muy irónico que parezca, Sánchez ha visto muy bien que el mundo se encamina hacia liderazgos muy fuertes y delirantes, políticos que juegan con las leyes y el parlamentarismo con la mera intención de sobrevivir; quién le habría de haber dicho que, a pesar de su retórica contraria al trumpismo, él es quizás su primer alumno.
Al final de toda esta historia, la amnistía crediticia se aprobará para todo el mundo que la quiera ("quien quiera ayuda, que la pida"). Las comunidades, en efecto, podrán rechazarla y acabar pagando la deuda al FLA para empobrecerse un poco más, y así María Jesús Montero se presentará a las elecciones andaluzas diciendo a sus paisanos que tienen un presidente desagradecido y derrochador. Después de cantar la eterna canción con el "café para todo el mundo" de la condonación, Carles Puigdemont volvía a rectificar la posición de su partido (ya hemos perdido la cuenta de las veces que lo hace el 130, aunque tiene la delicadeza de hacerlo cada día más rápido) para recordar que Junts no es contrario a la amnistía crediticia, pero que querría eliminar la totalidad de la deuda con el FLA, que los matemáticos presidenciales calculan en 73.000 millones de pepinos.
La cosa tiene cierta gracia, porque la deuda en cuestión fue una de las herramientas privilegiadas con que el conseller Mas-Colell cuadraba los números de la Generalitat mientras el presidente Mas decía que nos estaba llevando a Ítaca a toda pastilla. Pero todo esto, por desgracia, debió pasar en aquel tiempo en que Junts no pactaba con nadie "a cambio de nada". En fin, tengamos paciencia, porque el trumpismo soft de Sánchez se acabará imponiendo en muy poco tiempo. Todo el mundo quedará descontento, faltaría más, pero todo dios pasará tarde o temprano por el enderezador... y será un poco menos pobre.