Haber conseguido la ley de amnistía que finalmente se ha acordado es un éxito sin paliativos del independentismo, que, con el texto aprobado, ha conseguido el reconocimiento implícito de la barbaridad de la represión. Un éxito que se ha forjado gracias a dos factores decisivos. El primero, la decisión de Puigdemont de no hacer un planteamiento poco ambicioso y poner muy cara, políticamente, la investidura de Sánchez. Podía haber planteado otros tipos de negociaciones, del estilo de las que han marcado los pactos de ERC con el PSOE durante los últimos tiempos, y que se resumían en un listado de menudencias que salían muy baratas a los socialistas. Pero al poner la amnistía encima de la mesa, con el terremoto que significaba en España, se situó la negociación en el ámbito de la alta política, y a partir de aquel momento, ya no había rebaja que valiera. De hecho, Puigdemont arrastró incluso a ERC, que nunca se había planteado un reto de tal nivel. El segundo factor decisivo fue el NO de Junts a la votación del texto, irresponsablemente presentado por el PSOE al Congreso, a pesar de no tener el acuerdo cerrado. También aquella vez nadie se imaginaba que Junts aguantaría el NO, y las presiones políticas (ERC afeaba a Junts hablando de "falta de responsabilidad y de realismo") y mediáticas fueron colosales. Pero nuevamente fue la resistencia de Junts a mantener las posiciones, lo que hizo posible el milagro de un texto que ahora parece natural, y hace pocos meses era totalmente impensable.
No hay que decir que se acaba de dar un primer paso, y que ahora vendrá mucho ruido político y mediático, y mucho tejemaneje judicial. Sería muy atrevido lanzar campanas al vuelo y asegurar que Puigdemont puede volver pronto, porque la guerra judicial que la justicia patriótica emprenderá, especialmente contra su objetivo número uno, que es el president en el exilio, será de una gran carga de profundidad. En el Madrid irredento hay una auténtica conjura para impedir que Puigdemont los vuelva a vencer, como ha hecho hasta ahora, y se utilizarán todas las trampas, mecanismos, instrumentos y poderes que puedan, con el fin de impedir su retorno o, cuando menos, aplazarlo el máximo posible. Pero, hagan lo que hagan, es un hecho que la amnistía deja desnudo al rey y al resto de poderes del Estado que han amparado la barbaridad represiva de los últimos años. Es, con todas las letras, una derrota.
Tenemos amnistía, y nadie lo podía imaginar. ¿Tendremos referéndum?
La cuestión, sin embargo, más allá del recorrido que tendrá la amnistía; es cómo continuará la legislatura, una vez superada la pantalla inicial, y aquí se abren todas las incógnitas. La primera, la del mismo PSOE, sometido a una brutal prueba de estrés con el caso Koldo, que ya es el caso Ábalos, que empieza a ser el caso Armengol y que podría ser muy pronto el caso Illa. Más que un escándalo de corrupción se trata de una tormenta perfecta que suma un tema de corrupción, con una situación dramática —la tragedia de los muertos de la COVID— y unos personajes muy coloridos. De hecho, este escándalo se parece mucho al caso Roldán que, no lo olvidamos, fue el inicio del final de Felipe González. En todo caso, es evidente que aquí el PP tiene mucha carne para echar al asador, y que la utilizará toda con la demagogia pertinente y los altavoces mediáticos a todo volumen. De hecho, es probable que baje decibelios en el tema de la amnistía —no en balde, ya la combatirán los jueces patrióticos—, y los suba al máximo en el caso Koldo. Veremos cómo avanza, pero la posibilidad de que este escándalo esconda muchas bombas retardadas es francamente alta, y por mucho que Sánchez se ponga en modus arrogante y asegure que hay legislatura larga, todo es muy frágil.
Si la capacidad de resistencia de Sánchez ante este escándalo es la primera incertidumbre, la segunda cuestión también está llena de interrogantes: cómo mantendrá el independentismo el nivel de alta política de la investidura en las próximas negociaciones. Nuevamente, aquí, la pelota se sitúa en el campo de Junts, dado que ERC ya viene de muchas renuncias, y no sorprendería que planteara unos presupuestos con su eufemístico —y en general ineficaz— "realismo". Pero Puigdemont avisó de que cada negociación tendría carga política y que estaría hecha en clave de nación, y mantener esta posición, con un PSOE debilitado, y a la defensiva, no parece fácil. Por ejemplo, ¿cómo y cuándo se planteará la promesa de abrir el melón del referéndum? ¿Se abrirá en el debate de los presupuestos, o en otros debates clave? ¿Y si no es el caso, cuál será la estrategia negociadora para mantener la altura política? La cuestión nacional es la otra bomba retardada de esta legislatura, porque el PSOE no se puede permitir más sustos, y Junts no se puede permitir no plantearla. Sin embargo, si alguna cosa demuestra el momento que vivimos, es que las necesidades de la política hacen del imposible, una posibilidad. Tenemos amnistía, y nadie lo podía imaginar. ¿Tendremos referéndum?