Se acorta el plazo para llegar a un acuerdo de investidura en Madrid y se van conociendo detalles de lo que podría ser el elemento clave de la negociación: la amnistía. Cuanto más se avanza, más extraña que algunos la dieran por descontada hace días. Es una cuestión política poliédrica de la que deben analizarse las diferentes caras, las aristas y, si los hay, los vértices. Desde una visión nacionalista, quiero centrarme en cuatro aspectos: el procés, Madrid, la Generalitat y el movimiento.
Con relación al proceso de independencia de Catalunya pactar una amnistía tiene una gran trascendencia histórica porque sitúa el primero de octubre de 2017 en la cima de los hitos políticos alcanzados desde el restablecimiento de la Generalitat.
Porque representa una enmienda a la totalidad de la actuación represiva de España desde el 9 de noviembre de 2014 hasta la actualidad. Y reconoce las acciones independentistas como hechos de naturaleza política en los que no se puede aplicar la vía penal. Porque si acaba habiendo acuerdo lo habrá liderado la figura más simbólica del exilio, el president Puigdemont —si se es capaz de analizar la situación sin la necesidad de defender otras estrategias y sin partidismos, es un hecho evidente—.
Y porque, incluso si se mira con ojos de posible renuncia —que en todas las negociaciones existen—, el resultado de este acuerdo político es positivo para todos a los que ha afectado a la represión. Del primero al último, todos. Aquí hay grandeza.
En Madrid, pactar una amnistía también tiene una gran trascendencia histórica porque salvo las fiscales, que de estas se han hecho tres, la última ley de amnistía es de 1977. A diferencia de los indultos, la amnistía cierra períodos de excepción.
Porque constata la derrota de una visión concreta de España protagonizada por estamentos de raíz franquista y anticatalana como son la Corona, la judicatura, los cuerpos de seguridad, el Partido Popular y VOX. Esto no hace bueno al PSOE, pero ahora nos conviene. Porque marca la agenda de toda la legislatura: la España plurinacional. Si una idea de España se impone a la otra será exclusivamente por el apoyo de los independentistas y esto deberá reflejarse en la acción de gobierno. Habrá oportunidades.
Un acuerdo de investidura para obtener la amnistía es una gran ocasión para que Catalunya tenga, de nuevo, un discurso ganador. Que le dé empuje a toda la sociedad para liderar el sur de Europa y sentirse nación
En cuanto al gobierno de la Generalitat puede tener, —aquí ya no aseguro que la tenga— una gran importancia si las cosas se hacen bien. Porque abre la puerta a volver a hacer política y no solo activismo y gesticulación.
Porque abre las puertas a exigir a lo largo del mandato que se resuelvan las urgencias históricas; las injusticias que padecemos de hace años por culpa de la negligencia de Madrid y que nos empobrecen: déficit fiscal, cercanías, infraestructuras, autogobierno. Porque fijadas las bases allí, habrá que espabilarse aquí. Una situación de amnistía obliga al Govern y al Parlament a obtener resultados en todos los ámbitos: económicos, sociales, culturales, políticos, identitarios. Es una oportunidad para rearmarse.
Y en cuanto al movimiento independentista es positivo porque no lo obliga a hacer renuncia alguna. O mejor dicho, será positivo si no le obliga a hacer renuncia alguna. Lo que no debería ocurrir, ya que es imposible encontrar una forma aplicable.
Es positivo porque le da una cierta unidad. Sobre todo entre la gente. Entidades y partidos son otra cosa: unos a favor, otros lo dan por superado, los de siempre se desmarcan como siempre, pero en contra, abiertamente en contra, no hay nadie. Es importante porque le da tiempo. Tiempo para repensarse, tiempo para reubicarse, tiempo para renovarse. Todo esto es clave para volver a ilusionar a la gente, para volver a ser atractivos, especialmente para la gente joven, para volver a ser mayoritarios. Para volver a hacerlo.
Un acuerdo de investidura para obtener la amnistía es una gran ocasión para que Catalunya tenga, de nuevo, un discurso ganador. Que le dé empuje a toda la sociedad para liderar el sur de Europa y sentirse nación. Salir de la queja, el lamento y el enfado. Y tomar conciencia de que a pesar de todo, y de todo lo que van a decir, el uno de octubre tuvo sentido.