Quizás ha sido siempre así, pero yo lo he notado más durante estos últimos años: hemos ido quemando palabras bonitas. Como proceso, indulto, unilateralidad. A base de repetirlas en contextos de combate dialéctico se han vuelto pequeños monstruos. Me ha pasado muy particularmente con la palabra indulto. Por un y otro lado del espectro político la han ido pervirtiendo tirándosela por la cabeza. No me gustaría que ahora pasara lo mismo con la palabra amnistía. La aprecio. Debe ser quizás porque la he oído siempre acompañada de internacional. O porque históricamente ha servido para hacer un poco de punto final a los conflictos políticos de buenas.

No quiero entrar en las consideraciones técnicas de la posibilidad de amnistiar a nuestros encausados, juzgados o no. El caso es que una vez iniciada la desproporcionada y equívoca vía judicial como respuesta al camino disperso y errático de nuestros planteamientos políticos, solo un indulto generalizado o una amnistía puede servir para acabar con el despropósito y las imposibilidades legales, no con las emocionales e históricas. Os dejo todas las reflexiones jurídicas para los iniciados. Y las parapolíticas, para los tertulianos. Me gustaría simplemente que reflexionáramos juntos sobre qué nos dice la palabra amnistía al oído. ¿Nos gusta? ¿Nos seduce? A mí, sí. Etimológicamente, viene del griego, como muchas otras. Y quiere decir, textualmente, "el olvido o la condonación de delitos políticos". Pero vayamos más allá y hagamos nuestra definición.

Si nos encallamos en el pasado, si no somos capaces de avanzar, una vez extraídas las lecciones que no tenemos por qué explicitar, no nos podremos proyectar hacia el futuro, con la intención de construir algo mejor

Dicen los filólogos que la palabra amnistía presenta una construcción muy parecida a la de amnesia. Pero mientras la amnesia es involuntaria o accidental, la amnistía es buscada. Queremos dejar de pensar, y queremos que desaparezcan, también, las consecuencias de aquello que queremos amnistiar. La partícula a- denota negación. Sería como una negación de la memoria, de aquello que recordamos de unos hechos. No quiere decir que los hechos dejen de existir. Ni tampoco prejuzga la naturaleza de los hechos, si son delictivos o no. Simplemente dejamos de considerarlos. Queremos no tenerlos presentes a todos los efectos. Una manera de limpiar. Que conste que no es olvido. Porque saben que los hechos siguen estando ahí, no han desaparecido. Pero ya no nos pesan. Una amnistía no requiere el perdón de las partes. Un perdón tiene otras connotaciones, especialmente de reconocimiento de culpa. Hay un pecado y un pecador. Hay en el perdón la necesidad de confesar que no hemos hecho bien alguna cosa. Con la amnistía no entramos a valorar quién ha hecho qué, ni por qué, ni cómo. Solo acordamos que lo mejor es no tenerlo en cuenta.

La amnistía tiene una buena acogida en general, y es difícilmente atacable si se apela a la historia y al sentido común. Beneficia a todas las partes en conflicto porque desencalla posiciones que no se pueden superar sin muchas dificultades y dolor. Porque las consecuencias políticas y personales de enfrentamientos con violencia legal, inducida, o física, no tienen fácil solución a medio plazo. Y nosotros ya hace demasiados años que estamos inmersos en el enredo, a pequeña escala, es cierto, porque no hemos tenido muertos, pero de inmenso alcance porque nos ha afectado a todos los catalanes y no catalanes.

La amnistía tiene, también, una connotación de esperanza. Dejamos de lado qué ha sucedido porque creemos que eso ayuda a qué queremos hacer de ahora en adelante. No puede haber amnistía sin ganas de cambiar las actitudes y las cosas. Cuando menos, nos queda la idea vaga de que no lo volveríamos a hacer igual. La amnistía quiere que todos miremos adelante. Que, por fin, dejemos de discutir sobre lo que hemos hecho, sobre lo que ha pasado, y miremos hacia delante. Y eso es muy importante. Porque si nos encallamos en el pasado, si no somos capaces de avanzar, una vez extraídas las lecciones que no tenemos por qué explicitar, no nos podremos proyectar hacia el futuro, con la intención de construir algo mejor. Todos necesitamos esta esperanza para hacer las cosas que queremos de la mejor manera posible.

Finalmente, la amnistía es, más allá de una puerta de salida legítima, un camino personal que puede ser más o menos querido. Es una manera de pensar postconflicto que obliga a las partes, cada una de las partes, a desarmarse unilateralmente. Cogeré el ejemplo de la amnistía más obvia y quizás menos explicada: la de la post Segunda Guerra Mundial. Al final de la primera guerra, hay un discurso de vencedores y vencidos. Mientras que al final de la segunda, hay una necesidad de mirar sobre todo al futuro, a la paz. Aquí la amnistía no fue una ley escrita de manera global, pero sí una ley que de manera natural se fue instalando entre pueblos y ciudadanos. Es esta amnistía que tenemos que acabar ejerciendo para construir nuestro futuro como catalanes. Por eso querría que la palabra amnistía fuera compartida por todo el mundo, dentro y fuera, y se convirtiera en una fuerza de reconstrucción nacional. Con la amnistía todo es posible. Atascados en el relato, en el pasado y en el "y tú más", en las jugadas maestras, en las visiones exclusivamente electorales, seguiremos transitando caminos sin luz.