Me gustaría ir a Ginebra, si es a Ginebra que ha ido Marta Rovira, y pasar un rato con ella y su hija. Preguntarle cómo se adaptan, si Agnès ya va a la escuela y ha hecho amigas a pesar del cambio de idioma, de paisaje, de códigos sociales... Querría que nos encontráramos con Anna Gabriel y habláramos un rato —tampoco no demasiado— de anécdotas compartidas en la undécima legislatura. Y poder decirles (que no lo he hecho todavía) lo valientes que me parecieron, las dos, en los momentos más difíciles, y cuánto las admiraba viéndolas nadar tan a contracorriente, abriendo horizontes, hasta que se tropezaron (todas nos tropezamos, de hecho) con la pared maestra, gris y fría, de un estado ciego y sordo. Y pasaron a ser dos víctimas más de una revancha que parece no tener fin. La reacción es muy consciente de que si la pared maestra se tambalea, todo el edificio de la transición, de "lo atado y bien atado", amenaza ruina. Y no pueden permitirlo.

Querría decirte que te entiendo, Marta. Y que me llegó muy adentro tu carta, que la traduzco (y espero hacerlo bien) no como carta de despedida sino de un "hasta muy pronto", hasta un día muy próximo, que no deje crecer demasiado la melancolía. De tu carta, Marta, me quedo con muchas cosas, pero sobre todo con la valentía personal y consciente que desprende, y que tan difícil es de entender en este mundo de Rambos machistas, "machadas" aprendidas desde la escuela, y sensibilidades atrofiadas. Nada más empezar a leerla ya se nota que es la carta de una mujer con una relación muy particular, intensa y vivida con la política, y que la política te ha ayudado a crecer y quizás vencer timideces para ir ganando espacios de responsabilidad, capacidad y solvencia. Es la carta de una mujer que entiende que toda vida tiene sentido en los otros y para los otros, que piensa mucho cada paso que da y que es exigente con su propio trabajo. Y aun así (o por eso mismo) en momentos tan duros como primordiales en su biografía, no tiene miedo de hablar de sus sentimientos como parte inseparable de su análisis político. Tu carta, Marta, llena de registros, no tiene que caer en el olvido aunque cada día pasan tantas cosas y tan graves que es difícil detenerse en cada hecho y en cada momento que son únicos. Por ejemplo, no puede pasarse como si nada eso que escribes:

"Siento tristeza, pero mucho más triste habría sido vivir silenciada interiormente. Sentir mi libertad de expresión censurada por unos tribunales que intimidan y que aplican —descaradamente— criterios políticos. Cada día, cada hora, sentía mi libertad limitada por amenazas judiciales arbitrarias. No me sentía libre. No me reconocía. Estas últimas semanas he vivido dentro de una prisión interna."

Estoy de acuerdo, Marta, la política, cuando es democrática, cuando atiende necesidades y justicias desatendidas, necesita libertad. Estoy segura de que eras muy consciente, mientras ibas uniendo las palabras, de este párrafo, que estabas retratando los efectos del fascismo en nuestra vida. Un autoritarismo invasor que nunca desapareció pero que ahora nos está de nuevo robando el aire día a día, y nos quiere desfigurar y separar de nuestra identidad antes de poseernos. Su hito es conseguir que todas vivamos, sin ánimo ni rebeldía, como tú no querías, en una prisión interna, aparentemente indetectable, en un mundo de celdas compartidas.

Es la carta de una mujer que entiende que toda vida tiene sentido en los otros y para los otros, que piensa mucho cada paso que hace y que es exigente con su propio trabajo

No sé hasta qué punto mucha gente reconoce y comparte en tus palabras los estragos de un país de prisiones y censura. Lo explicaba muy bien, también como experiencia dolorosa, otra mujer desde Madrid, la excelente periodista Rosa María Artal, que sabe mucho de nuestra historia compartida. Ella decía:

Vivo en un país en el que miles, millones de personas optan por el golpe y la mordaza en la resolución de conflictos. O cierran los ojos para no verlo. Un país de carceleros y censores para castigar a ciudadanos como ellos, más pacíficos, solo por no compartir sus ideas.

El aplastamiento como medida de diálogo. La mirada de embudo como norma. Porque no cuela esgrimir la ley como argumento cuando se vive en un país en el que millones de personas votan corrupto y apoyan corrupto, o siguen mirando para otro lado, cuando la corrupción les sube hasta la boca.”

Marta, tú has encontrado la manera de conservar la identidad y preservarla en libertad por Agnès. Siguiendo al poeta, siempre hay hacia el norte una tierra más limpia y culta... y más despierta y quizás feliz. Pero para nosotros la felicidad (tanto para Anna Gabriel, como para Meritxell Serret y Clara Ponsatí, como para ti misma, y para Agnès algún día) siempre tendrá cuna y raíz en una Barcelona poderosa o en una Catalunya adentro, entre niebla o minas de sal, o en tierras vicenses. No pierdes los vínculos. Solamente se hacen más grandes y un poco más conscientes del momento que nos toca vivir, tan necesitado de política y humanidad, mientras se empaña la mirada.

Sé que has escogido bien. Sé que has hecho lo mejor. Y que no te alejas. Solamente coges el oxígeno necesario para la vida, los afectos y las convivencias amables que nos merecemos, de la mano de tu hija.

Hasta muy pronto, Marta, y un tierno abrazo.

 

Àngels Martínez i Castells es profesora de política económica, fue diputada en el Parlament de Catalunya (2015-2017) por Catalunya Sí que es Pot