El Gobierno vuelve a declarar el estado de alarma para frenar la Covid-19. Y nos damos cuenta de nuevo del fracaso de la política. Lo decía esta misma semana el editor de la revista The Lancet y lo difundía ElNacional.cat: la llegada de la segunda ola magnifica las debilidades en algunas partes del sistema sanitario y, además, revela complejidades en las políticas que configuran el país.
Seguramente, el editor de The Lancet es de talante amable e incluso caritativo. Lo que señala como "debilidades" del sistema sanitario son, de hecho, los andamios al descubierto de un sistema que se aguanta por la voluntad, tozudez y vocación de su personal. Y lo que califica de "complejidades" en las políticas del Estado son la suma de procedimientos guiados por el beneficio privado que dejan sin músculo un sector público que tendría que tener ahora, sin tanto agotamiento, el papel fundamental de refugio, cuidado, seguimiento, prevención y atención en salud. Podemos oír y leer en los medios las quejas justificadas de los costes privados del cierre de establecimientos de restauración y de ocio. Los portavoces de sus grupos de interés lo explican extensamente. Pero difícilmente encontraremos, más allá del mundo de la cultura (pero nunca en la sección de Economía), lo que significa el análisis de los costes y los beneficios sociales (y ni una palabra sobre el necesario reparto de los costes y beneficios sociales en tiempo de pandemia, si los políticos estuvieran a la altura).
Los prolegómenos de la segunda ola ya han dejado sin fuerzas a los profesionales de la atención primaria. Y ahora empieza a sumarse el estrés de los servicios de urgencia, UCI y hospitales. ¿Cuándo se entenderá que no se puede hacer frente con garantías a ninguna ola si los servicios sanitarios no tienen suficiente personal? ¿Cuándo se cambiarán sus condiciones de trabajo y salario para poder —si se quisiera— contratar a todos los profesionales que se necesitan? Si ya eran bastante frágiles todos los indicadores de la sanidad por las políticas de sobreexplotación disfrazadas de austeridad desde el 2008, ahora, cuando llega la segunda ola, lo son mucho más. El pasado 14 de marzo, la consellera de Salut, Alba Vergés, declaraba que la sanidad privada (e incluso hoteleros) ya se habían puesto a disposición por si hubiera que activarlos. Vergés declaraba que el sistema de salud catalán era todo uno y que la pandemia hacía más necesario que nunca entender la colaboración entre sanidad publica y privada. Ahora, se está pensando en recurrir a los estudiantes de último año de Medicina y otras ciencias de la salud como refuerzo porque "los servicios sanitarios no tienen personal, disponen de pocos recursos y están sometidos a tensiones", como leemos en The Lancet. ¿La diferencia con el mes de marzo? Que ahora están mucho más agotados. Y en medio año de tanto sufrimiento parece que no hemos aprendido nada. Dejen de mirar como la cámara se enamora de Pedro Sánchez cuando declara el estado de alarma, y alármense de verdad porque en España hay 5,9 enfermeras por cada 1.000 habitantes, mientras que la media en la Unión Europea es de 9,3 por cada 1.000.
Alarma de que el decreto del estado de alarma no contemple medidas adicionales o preceptivas de cese del cobro de suministros, alquileres o hipotecas, ni especifique las medidas que garantizan la subsistencia de la población que queda fuera del mercado laboral y sin ingresos
Claro que queremos pensar en la relación entre ciencia y política no como sumisión de unos a otros (en cualquiera de las dos direcciones), sino como un proceso argumentativo, como sugería Daniel Innerarity, el catedrático de Filosofía de la UPV, en un artículo bastante alabado... Pero si no hay fiabilidad en los datos, ni actualizaciones exhaustivas sobre pruebas, casos, hospitalizaciones, ingresos en unidades de cuidados intensivos, recuperaciones y defunciones, y todo desagregado por edad, sexo y geografía, como debería... Si no se comprende que la ciencia avanza por refutación y se valoran sus éxitos o fracasos como si fueran resultados deportivos, ¿cómo pueden trabajar bien los científicos? ¿Cómo pueden afinar tendencias y hacer comparaciones internacionales y predicciones robustas? No es tanto, como sugiere Innerarity, que los políticos se decepcionen porque no se les proporcionan consejos claros y seguros, o que lo hagan los científicos si su consejo no es escuchado... Se trata de que el proceso argumentativo tenga presentes todos los condicionantes, y reconozca las carencias y las prioridades extracientíficas y sociales de la mayoría de políticos... y de algunos científicos con intereses no declarados.
Alarma, también, de que el decreto del estado de alarma no contemple medidas adicionales o preceptivas de cese del cobro de suministros, alquileres o hipotecas, ni especifique las medidas que garantizan la subsistencia de la población que queda fuera del mercado laboral y sin ingresos. Nada que mejore las duras condiciones de incertidumbre, trabajo y salud de la mayoría, como había insistido, una y mil veces, y casi de forma clandestina, el president Quim Torra, a quien en cambio ahora sí que se le da la razón que antes se le negaba respecto a restricciones a entradas y salidas de Catalunya.
De hecho, la alarma que más se justifica es por como se deterioran los determinantes sociales de la salud... y por las pocas voces que se alzan para denunciarlo. Confirmando su fundamento, el profesor Joan Benach, investigador en salud pública en la UPF y director del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud, dice en el Diari de la Sanitat, sobre el impacto de la pandemia en los grupos de población más vulnerables, las deficiencias del sistema de salud pública y el efecto de las actividades humanas en el surgimiento de pandemias: "Más tarde o más temprano, superaremos la pandemia, pero el virus de acumulación, crecimiento ilimitado y desposesión en el cual se fundamenta el capitalismo está en guerra contra la humanidad y está destruyendo la vida".