No creo que sean familia, pero como si lo fueran. La marquesa Cayetana Álvarez de Toledo y el último emperador de Occidente, Donald Trump, tienen un cierto parecido que va más allá de la melena —en un despeinado muy elaborado en una, y en unq onda estrafalariamente levantada en el otro—, sobre un rostro anaranjado. Presumen de pelo porque poca cosa más que salga directamente de su cabeza parece digno de mención. Si los miras cuando están callados, el vacío de sus ojos da vértigo. Y si se dignan a hablar, parece talmente que den limosna: levantan la barbilla, miran de soslayo, por encima del hombro, y emiten deseos que son órdenes. Insultan, maldicen o invocan a todos los dioses de sus venganzas. Solamente tienen que mantener la expresión de menosprecio, el rictus del irritado y hablar con aquel medio decibelio de más de quien está acostumbrado a escucharse la voz über alles. Llevan su rencor al atril, donde esparcen las fake news que los escribas de la gran cruzada saben que serán noticia de portada y TT en Twitter. Cada vez tendrán que mentir más, insultar más, amenazar más. Quieren ser protagonistas de grandes tragedias y se quedan en brujas sin escoba. Pero con todo el veneno.
De una, tenemos lecciones de republicanismo monárquico que se mezclan con otras perlas de pandemia: el primer soldado, dicen unos, el mejor republicano, dice ella, el Rey, con insignia en el ojal que se puede traducir por un tricornio en apoyo a la Benemérita, como agradece la Asociación Pro Guardia Civil, o con el botón de la condecoración de la Orden de Carlos III, como explica el ABC. Mal momento para interpretaciones dudosas de gestos más que estudiados de un personaje en busca de justificación histórica. Recordemos que la noche del 3 de octubre del 2017, el Rey decidió hacer una comparecencia pública sin ninguna mención a los heridos de los "a por ellos", pidiendo mano dura y delante de un decorado muy pensado: de fondo un cuadro de Carlos III, que no se podía ver en su totalidad, pero en el cual destacaba un bastón de mando que muchos tuiteros identificaron como una porra. Se repite, de nuevo, un símbolo que se pretende equívoco, mientras desde el grupo del que es portavoz Cayetana Trump también se juega al juego de las insinuaciones en un estado que todavía recuerda levantamientos golpistas.
Atacar a Cayetana es atacar al PP. Y atacar al PP es lo mismo que atacar al gobierno que les pertenece, heredado por la gracia de Franco, con una monarquía, como ellos, de espaldas a las urnas
Las cazuelas resuenan cada noche en los barrios de lujo de Madrid. También resonaron en Santiago de Chile contra Allende y el FRAP. Sí, en Chile también hubo un FRAP (Frente de Acción Popular) entre 1956 y 1969 que dio paso a la Unidad Popular después de llevar dos veces a la presidencia a Salvador Allende en las elecciones de 1958 y 1964. (No hago mención al papel que jugó el diario El Mercurio propagando mentiras, bulos y rumores sobre el gobierno legítimo de Allende. Necesitaría demasiado espacio, en el símil temporal, para mencionar todos los medios, en papel y audiovisuales, que juegan el mismo papel desestabilizador de espaldas a las urnas; y el juego intermitente, a la puta i la Ramoneta, de algún otro, según convenga a expresidentes que quemaron las chaquetas de pana cuando cambiaron definitivamente de chaqueta.)
No, desde hace muchos años que no creo en las teorías de la conspiración. Me explicó Manuel Sacristán Luzón que no hay conspiraciones que valgan: el capitalismo lleva la destrucción en su propia naturaleza, como la víbora. Y los que creemos que cuanto peor, peor, y nunca mejor, no podemos ser complacientes con los bárbaros.
¿Saben qué? En los Estados Unidos temen que en las elecciones de noviembre, si Trump las pierde, no se reconozca el resultado y se quiera mantener al último emperador en el Capitolio. Y no lo dicen conspiranoicos. En el país que pretende ser la primera democracia del mundo, pensadores serios temen que Trump pueda dar un golpe de estado desde la Casa Blanca. De hecho, eso de contar votos ya incomodó a George W. Bush en Florida cuando su hermano Jeb era el primer gobernador republicano. La presidencia se decantó en un recuento dudoso. Años después, en 2002, José María Aznar puso los pies sobre una mesa de centro al lado e imitando a George Bush. Era un gesto de perdonavidas, fanfarrón y presuntuoso, que nos llevó, en la más indeseable de las compañías, a la guerra de Irak. Otro golpe de estado. Con guerra y destrucción, petróleo en juego y pillaje.
Y por lo que nos toca de cerca, cabe mencionar, por si a alguien se le olvida, que también el 155 fue otro golpe del PP con el visto bueno del PSOE, contra el Govern y el Parlament legítimos de Catalunya... y ni tan sólo lo quieren ni reconocer como lo que es. No es ninguna casualidad el lawfare que viene de Euskadi y ahora es reconocido en Madrid, ni que José María Aznar defienda a la portavoz de PP y en la web de FAES se deshaga en elogios hacia la diputada. Atacar a Cayetana es atacar al PP. Y atacar al PP es lo mismo que atacar al gobierno que les pertenece, heredado por la gracia de Franco, con una monarquía, como ellos, de espaldas a las urnas. Y, de espaldas a la gente, José María Aznar sabe que, tarde o temprano, se gritará "no puedo respirar", como ahora se le grita al racista Trump en las protestas que se extienden por los Estados Unidos después del asesinato de un joven negro en Minneapolis.