La presidenta de la Comunidad de Madrid, capitana de políticas nocivas y campeona de mentiras retorcidas que cree exculpatorias, se disfrazó de una simbiosis de Macarena lorquiana en una Semana de Dolor que para la ciudadanía era bien real. Ahora que se descubre la magnitud de los "errores" convertidos en tragedia somos de nuevo conscientes de que la clase dirigente de este Estado, como hace más de un siglo, "ora y embiste cuando se digna usar de la cabeza". Y algunas, además, actualizando al poeta, la hacen salir en selfies que les perseguirán toda la vida. Solo su irresponsabilidad, mediocridad e incapacidad para sentir empatía (de ella y de los miembros destacados del 'trifachito'), consiguen estar a la altura de la tragedia.
El sainete de Ayuso acaba en desaires: ella que propuso que se dejara de aplaudir a los sanitarios, les ofrece ahora, en homenaje, la muerte de 6 toros. Es la respuesta de esta España bárbara que hace manar aceite y leche de los toisones de oro para los pobres, pero es incapaz de crecer en democracia. Las Ayuso que conocemos —y son unas cuantas— tienen la mirada vidriosa por maldad o por estulticia. Constituyen la larga fila de mujeres de derecha-derecha que querían ser la Margaret Thatcher madrileña, pero se quedan en una triste imitación de La Chata.
¿De dónde viene tanta rabia? Aunque el tiempo se nos ha hecho todavía más subjetivo y daliniano en confinamiento, el pasado mes de febrero el Congreso aprobaba por mayoría —sin el acuerdo del PP, UPN, Foro Asturias y Vox— tramitar la proposición de ley de reconocimiento del derecho a la eutanasia.
Con 201 votos a favor, 140 en contra y dos abstenciones, la propuesta de ley de eutanasia superaba su tercer intento en los tiempos. Se trata de una última versión todavía más garantista que se podrá mejorar —o empeorar— en el curso de tramitación parlamentaría. Pero el PP aduce que la iniciativa responde a la voluntad de recortar gastos de cuidado, y VOX, que se quiere convertir el Estado en una máquina de matar. Después de citar la Alemania de Hitler, su portavoz concluía que se quiere eliminar a los enfermos crónicos porque resultan muy caros.
De hecho, PP y VOX entregaban una acometida más de la Santa Cruzada. Nada que pueda hacer a la gente más libre, nada que la empodere, nada que la ayude a vencer el supremo de los miedos, es bueno para los druidas de la tribu y hay que impedirlo. Con mentiras, si hace falta. Son pecado venial.
Tienen que acabar los castigos y las cacerías de médicos con corazón, como el Dr. Marcos Ariel Hourmann o el malogrado Dr. Luis Montes
La política no puede seguir dando más excusas ni mirando hacia otro lado: tiene que ofrecer garantías para la buena muerte. De acuerdo con la propuesta admitida a trámite, toda persona mayor de edad con nacionalidad española o residencia legal en España y en plena capacidad de obrar y decidir, puede solicitar y recibir ayuda para morir. La petición tiene que realizarla de manera "autónoma, consciente e informada", en caso de "enfermedad grave e incurable o enfermedad grave, crónica e invalidante, causante de un sufrimiento físico o psíquico intolerables". Lo tiene que solicitar por escrito, firmar en presencia de un médico y ratificar en el plazo de 15 días, y se puede revocar en cualquier momento. El texto de la iniciativa establece como condición la "libre voluntad ratificada" por el afectado después de ser informado de su situación y sus posibilidades por médicos responsables, y una comisión de control y evaluación comprobará el cumplimiento de todos los requisitos.
El debate sobre la eutanasia está presente en la sociedad y en el Parlament de Catalunya desde hace décadas. La asociación Derecho a Morir Dignamente existe desde 1984; el suicidio asistido del tetrapléjico Ramón Sampedro (1998), removió conciencias, y el de María José Carrasco, enferma de esclerosis múltiple desde hacía 30 años, volvió a poner el foco en la injusticia que supone afrontar este tipo de situación, ya en sí trágica y dolorosa, en la clandestinidad, sin asistencia médica reconocida, y con la seguridad de que cualquier acto médico compasivo tendrá consecuencias penales muy graves. Aunque no hay argumentos, ni racionales, ni éticos, ni morales que justifiquen el sufrimiento inútil de una persona enferma o el alargamiento artificial de la vida contra su voluntad, la eutanasia sigue siendo un delito castigado por el Código Penal español con penas de entre 2 a 10 años de prisión.
La política sigue en deuda con la ciudadanía. Pero la deuda se extiende a los profesionales de la sanidad que se encuentran con el Código Penal ante una voluntad razonada, lúcidamente inamovible, de quienes han decidido, conscientemente, dejar de sufrir. Tienen que acabar los castigos y las cacerías de médicos con corazón, como el Dr. Marcos Ariel Hourmann o el malogrado Dr. Luis Montes.
Hay que amar mucho la vida para querer una buena muerte
En países como Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá y algunos estados de los EE.UU. y de Australia, la eutanasia ya es legal. En España, según el CIS, más de un 75% de la población es partidaria de legalizar la eutanasia. Y la secta enfanga los dolorosos estragos de la pandemia con argumentos chapuceros para esconder la desidia, el clasismo, la gerontofobia y los criterios de exclusión a la vida de damiselas de hierro y engominados de PP y VOX. Pero tiene que quedar claro; ninguno de sus detritus ideológicos se puede confundir, ni por un segundo, con el derecho a la muerte digna.
Tiene que mejorar en calidad y universalidad la sanidad pública, incluyendo unos servicios paliativos que lleguen a todos los rincones de Catalunya. Pero la muerte no es solamente muerte. La vida digna tiene que aspirar a una muerte parecida, sin miedos, con la mano amiga de las personas amadas y la médico acompañando en acto sanitario, hasta el final. Esta es la mejor manera de hacer callar a los buitres: que la mayoría del Congreso entienda que la muerte digna es un derecho, es un paso adelante de civilización, y una necesidad real. Es hacer más completa la política y poner en su centro a las personas. También a las enfermas. También a las terminales. Porque hay que amar mucho la vida para querer una buena muerte.