Nos avisa desde su prestigio en el mundo sanitario The Lancet de que, del modo en que hacen frente al coronavirus, los políticos corren el riesgo de profundizar las desigualdades en salud: "Si no se identifican adecuadamente los grupos vulnerables, las consecuencias de esta pandemia serán todavía más devastadoras". Sin embargo, en lugar de escuchar sus recomendaciones, salen los mayordomos y las criadas de los grandes bancos y compañías financieras a proponer unos nuevos pactos de la Moncloa, confiando en que no se acabe de entender muy bien qué quieren decir exactamente.
Como breve recordatorio, los pactos de la Moncloa se firmaron el 25 de octubre de 1977 durante el Gobierno de Adolfo Suárez, entre los principales partidos políticos con representación parlamentaria, las asociaciones empresariales y Comisiones Obreras. El objetivo era doble: por una parte, que el proceso de transición se recondujera desde los despachos, aprobando (casi como concesión) los derechos de ciudadanía que ya se estaban conquistando en las calles y adaptando, como mínimo formalmente, el código penal franquista al de los estados democráticos. La pieza que chirría, claudicando, que hará que todo pueda empeorar, será la misma estructura militar y judicial que con pocos cambios transita de la dictadura a la transición. Y sigue.
En la negociación colectiva de finales de 1977 se detuvo en el 22% el crecimiento de los salarios cuando de hecho la inflación llegaba al 47%. Se inauguraba el incremento de los salarios en base a la inflación futura en lugar de la pasada. Se dejó de recuperar poder adquisitivo y creció a desigualdad. Y a este objetivo clave se añadió la contención de la masa monetaria, la devaluación de la peseta y otras medidas de control del déficit público y esbozos de disciplina financiera (la mayoría, de efecto muy menor).
Inés Arrimadas quiere aplicar, vía pactos de la Moncloa reloaded, la esencia talibana del "mercado libre" que ya asoló Louisiana después del Katrina
Con la memoria ejercitada podremos entender cómo es de perversión política y maniobra fraudulenta que se proponga en el 2020, bajo el choque de los estragos de la pandemia, una política de rentas de desigualdad que ni siquiera se puede acompañar y no ayudar de una modificación del tipo de cambio (hipotecado en el BCE por la adopción del euro) ni de una compensación fiscal de las grandes fortunas que siguen prefiriendo el buen clima de los paraísos fiscales. Sin embargo, Inés Arrimadas quiere aplicar, vía pactos de la Moncloa reloaded, la esencia talibana del "mercado libre" que ya asoló Louisiana después del Katrina. De hecho, quien presidió el think tank del grupo de Katrina fue Mike Pence, ahora vicepresidente de los EE.UU., y a quien se le ha confiado también presidir el grupo de trabajo del coronavirus. Hace pocos días, ante el abrumador desastre de las cifras de infectados y muertes en los Estados Unidos, Trump ha decidido modificar las políticas de darwinismo social. Pero puede cambiar de opinión mañana mismo, según cómo le vayan las encuestas.
Por su parte, el British Medical Journal (BJM) explica con crudeza cómo en el Reino Unido los puestos de trabajo del personal sanitario, por mor de los recortes y la avaricia de los poderosos, se han convertido de repente en un lsitio espantoso. Las decisiones imposibles que se tienen que tomar para hacer frente a la avalancha de personas enfermas del Covid-19 amenazan con un daño psicológico a largo plazo. Pero ahora, el temor real y justificado tiene que ver con la seguridad del personal y la carencia de equipos de protección personal (EPI). El personal médico ha hecho peticiones públicas de respiraderos y recauda fondos para suministros imprescindibles. Sus familias les envían mascarillas por correo postal, recordando los paquetes enviados a los soldados a las trincheras durante la Primera Guerra Mundial. "Los primeros recuentos de muertos entre los médicos y otro personal sanitario del Reino Unido —leemos en el BMJ— se suman a los que vienen de los Estados Unidos. Y preocupan."
El enaltecimiento del patriotismo de cuartel que quiere ahogar el desarrollo de la responsabilidad personal y los valores de ciudadanía en una crisis de salud y humanitaria, no ayuda. Al contrario. También nos enferma y nos fragiliza
No hay bastante aplauso que compense la desprotección del personal sanitario. Las garantías reiteradas que los suministros están en marcha no se avienen con la realidad. Incluso en países más avanzados que el nuestro no se ha contado desde el principio con la infraestructura sanitaria básica para tratar a los enfermos graves, ni se tenían (ni tienen) equipos para testar la población a gran escala y proteger a los más propensos a ser contagiados. Podemos leer todavía: "Es probable que el bloqueo y el aislamiento generales de enormes sectores de la sociedad tenga implicaciones muy severas tanto con respecto a los trabajadores asalariados como para las capas más pobres, más débiles y más marginales. Las repercusiones mentales y psicológicas serán devastadoras. La organización social del capitalismo contemporáneo se demuestra disfuncional incluso desde el punto vista de la técnica y el ingenio."
Cuando esta es la realidad de una crisis sanitaria que provoca muerte, miedo y desigualdad, es un crimen proponer políticas que no se enfrentan a ella, sino que la agravan (ni que estén bajo el disfraz de los pactos monclovitas), o desconfinamientos sin haber hecho los tests necesarios a la población que sale de casa. Esta última idea centralizadora se produce de nuevo con ruido de sables de fondo y bajo la sombra de un rey con la credibilidad hecha añicos, y merece el mismo rechazo social que los recortes injustos, la mercantilización y las privatizaciones a las cuales ha sido sometida la sanidad pública. El enaltecimiento del patriotismo de cuartel que quiere ahogar el desarrollo de la responsabilidad personal y los valores de ciudadanía en una crisis de salud y humanitaria, no ayuda. Al contrario. También nos enferma y nos fragiliza. La descentralización es clave, y la atención al personal sanitario y la ayuda a las personas sin trabajo, mayores, más débiles, un deber imprescindible.