[...] Amanece cono pelo largo el día curvo de laso mujeres.
Queremos floras hoy. Cuanto nos corresponde.
El jardín del que nos expulsaron.
Ocho de marzo. Gioconda Belli
El próximo 8 de marzo, viernes, Día Internacional de las Mujeres y jornada de huelga feminista, habrá terminado otra semana del juicio en el Tribunal Supremo. Mucho me temo que tampoco entonces habrán salido las duras condiciones de machismo, misoginia y condescendencia con las cuales la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, tuvo que hacer su difícil trabajo en la XI legislatura. Las mujeres soberanistas, republicanas, independentistas del ser o del estar y las confederalistas en transición hacia una lucidez de soledad no se lo agradeceremos nunca lo suficiente.
He visto a Carme Forcadell soportar y sufrir con dignidad tres facetas del machismo: 1) el parlamentario, institucionalizado, mucho más duro y sin careta, dicen, en las sesiones secretas de la Mesa; 2) el de la prisión, donde las mujeres tienen que luchar por una vida cotidiana más saludable y civilizada, y 3) finalmente, el machismo del tribunal, donde la jerarquía patriarcal convierte las sugerencias del presidente en órdenes y "desalojar la sala" es sinónimo de levantar la sesión. Las palabras se tiñen de grito autoritario y vengativo y todo tiene sentido cuando la abogacía del Estado limita con los herederos del Cid.
La violencia de género y la acusación popular
Nos recordaba la escritora y periodista Rosa Maria Artal que casi mil mujeres han sido asesinadas por la violencia machista desde que existen estadísticas (2003). Por ser mujeres. Por ser consideradas por los hombres que les quitaron la vida "sus mujeres". Y 27 menores, en algunos casos hijos de ellos, para castigar así "a sus mujeres". Han muerto a palos, a cuchilladas, a hachazos, degolladas, arrojadas por la ventana. Es el final de una cadena que se inicia con controles e imposiciones y continúa con todo tipo de agresiones y abusos, con violaciones, de uno en uno y en grupo, aunque el machismo feroz niega los hechos, les da la vuelta y altera las estadísticas. Pero este machismo está ahí. Y se niega a desaparecer haciendo ahora del partido de la misoginia la acusación particular en el juicio de la vergüenza porque la verdad les molesta. Por eso, los que pactan con ellos o "no recuerdan" o "no les consta". Mienten o ayudan a esconder la verdad bajo los cuerpos de la gente apaleada, de las mujeres maltratadas que poco a poco se perfilan y toman relieve en los alambres de las escuelas o de las escaleras que el 1-O ocuparon personas insumisas, o de la realidad que se levanta sobre las fronteras impuestas de todos los Mediterráneos.
No se puede razonar con quien no quiere saber nada de la razón, ni dialogar con quien siquiera quiere sentarse en la silla de enfrente. No se pueden empezar políticas con quien se acoge al Código Penal para no hacer política, ni aceptar el desarraigo para las que tejemos raíces.
Por los derechos de las mujeres. Y por mucho más.
Como Jordi Cuixart reconocía, poco antes de ceder el banquillo de los acusados a Carme Forcadell, "el derecho a votar se gana votando"; igualmente se gana el derecho a tener un Parlament soberano cuando la presidenta se niega a ser el instrumento de censura del Tribunal Constitucional. Y solamente es un primer paso. En el Tribunal Supremo, Dolors Bassa fue la primera en decir que no respondía a las preguntas de la acusación popular por respeto a las mujeres. Y se fue formando un hilo violeta que comparte dignidad con Tamara Carrasco, Meritxell Serret, Meritxell Borràs, Anna Gabriel, Marta Rovira, Clara Ponsatí, Anna Simó, Mireia Boya, Ramona Barrufet... Y tantas otras.
Por respeto a todas ellas, a todas las mujeres, queremos derechos, vida y libertad. Queremos, como Gioconda Belli, las flores del 8 de Marzo y todo lo que nos corresponde en una huelga feminista inolvidable. Queremos con nosotros y entre nosotros la sonrisa de Carme Forcadell.
Y ni un paso atrás.