Siempre es mejor hablar sólo de las buenas personas que dedicar tiempo y esfuerzos a quien, demostrando que no nos aprecia demasiado, vive abstraída en su autoenamoramiento excluyente y no desperdicia ni una sola ocasión para darnos una lección para nada bienvenida y nunca pedida. Y si procede y nos dejamos, una colleja, como no pudo privarse de hacerlo la marquesa de Casa Fuerte en el FAQS. De hecho, el contraste entre uno de los primeros entrevistados, Lluís Llach, y "Cayetana Trump" fue demasiado llamativo para no mencionarlo.
Dicen que los peores momentos cuanto antes pasen, mejor. Alteraré, pues, la escalerilla del FAQS del sábado e invertiré el orden de las entrevistas en el comentario. En primer lugar, porque las teorías de conquistadores en busca de tiempos perdidos siempre amargan. En segundo lugar, porque cada vez parecen más alejadas de la razón, y no, degraciadamente, de la repetición de los tiempos políticos. Y en tercer lugar porque la que se presentaba como azote del nacionalismo, negaba el suyo con una desvergüenza absurda. Y todo, se mezclaba con un simbolismo "à la Godot" que convertía el modesto y muy útil pinganillo en un símbolo de ruptura sediciosa con el estado imperial y católico. La marquesa no se pone pinganilllo para no traicionar lo que pone en nuestro DNI… ¿ustedes también lo entienden, verdad? Pues sí, es la gallina, pero no la que según Llach dice que no; es la que va soltando los huevos del fascismo.
Su "puntualización" inicial dejó patente la magnitud de una autoestima fantástica que solamente puede sentir una marquesa que ha sacado un único escaño (el suyo) por un territorio que ni entiende ni quiere entender (con pinganillo o sin), y por un partido que hizo encender todas las señales de alarma al promoverla para portavoz parlamentaria. Los tiempos de obcecación arrebatada han pasado, y de las cenizas de un amor loco (mucho más loco que amor) solamente queda ahora un libro de reproches ―que se presentaba en aquel programa de TV3 vete a saber por qué―. Y por la reiterada negativa a dejar ―a pesar de los mil y uno desacuerdos― el escaño perdulario por Barcelona, parece que espera el milagro que otra lideresa del PP, investida diosa de Madrid por populismos de pandemia, descabalgue al presidente del partido mientras los de nombre de diccionario estrechan el círculo para uncirnos mejor el yugo.
Lluís Llach decía que ya nos hemos alzado como ciudadanos y que no podemos volver a ser súbditos. Y que si nos rindiéramos y conformáramos, enfermaríamos
Por suerte, todo este veneno no había conseguido borrar de la pantalla la sonrisa de Lluís Llach, que pocos minutos antes anunciaba que volverá el 18 de diciembre al Palau Sant Jordi, acompañado de muchas amigas y amigos por el Debat Constituent. Lluís había sido todo lo contrario de la marquesa. Paciencia infinita, puntualizaciones de rigor, repeticiones de lo que muy bien se sabe sobre él y lo que él piensa... pero que siempre tiene que volver a explicar ―y suerte tenemos que lo haga de manera tan pedagógica―. Lluís es grande en su humildad, porque ―confiesa― vive con él mismo y no se engaña. No es ninguna pesadilla de barbitúricos y habla para enseñar y para aprender. Y sonríe mientras lo hace, porque la cordialidad y el considerar a los demás tus iguales es también una virtud republicana.
Como recordó el periodista Jordi Barbeta a Lluís Llach, una de las canciones que habían inaugurado la banda sonora de su vida había sido “Cal que neixin flors a cada instant”. Y con el activismo, la música y la generosidad de Lluís, todavía nacen. Muchas más, si es que puede ser, porque la gente espera.
Lluís Llach decía, desde su experiencia de ir difundiendo el Debat Constituent por las tierras de Catalunya, que ya nos hemos alzado como ciudadanos y que no podemos volver a ser súbditos. Y si nos rindiéramos y conformáramos, enfermaríamos. Lo que necesitamos, nos decía, es vencer la rabia y el miedo y ponernos al frente de la política, como ciudadanía, en la denuncia del autonomismo estéril que nos roba salud, derechos y vida.
Como recomienda Lluís Llach en un trozo de la canción que le recordaba Jordi Barbeta:
Enterrem la nit,
enterrem la por.
Apartem els núvols que ens amaguen la claror.
Hem de veure-hi clar,
el camí és llarg
i ja no tenim temps d'equivocar-nos.