Que la cultura popular ha sido una de las más golpeadas por la pandemia es una evidencia que, no por repetida, pierde impacto. La convivencia con el virus de la Covid-19 ha permitido, según ha marcado la evolución de los datos epidemiológicos, abrir parcialmente y durante algunos periodos buena parte de los sectores de la cultura. Pero la de base, la popular, la que apela a la participación y al contacto directo entre personas ha tenido que renunciar con una actitud ejemplar a sus ciclos principales: Semana Santa, ahora hace un año (y los datos no son demasiado esperanzadores con respecto a este 2021), encuentros de referencia como la Patum, el Aquelarre o el mismo Sant Jordi, que se vive muy intensamente desde la vertiente asociativa, incontables ferias, festivales y fiestas mayores o, más recientemente, el ciclo de Navidad y el Carnaval.
Conscientes de eso, y en diálogo permanente con el sector, el Govern de Catalunya ha trazado un plan específico para la recuperación de la cultura popular que situamos sobre Sant Jordi. Los porqués de la elaboración de este plan son muchos, y complementarios. El sector está tocado, y empieza a dar muestras de un desánimo creciente fruto de todo un año de hibernación obligada. Afortunadamente el músculo es fuerte, porque el llamamiento de Josep Anselm Clavé (aquel que dice: "Asociaos y seréis fuertes, instruíos y seréis libres, amaos y seréis felices") ha calado profundamente en las generaciones posteriores y, todavía hoy, la cultura popular en Catalunya mueve unos números espectaculares: cerca de 5.000 asociaciones; más de 480.000 personas asociadas, de las cuales 23.000 participan en los órganos de gobierno de las entidades; 50.000 trabajadores entregados al sector (la mayoría de ellos voluntarios, pero también hay cerca de un 10% remunerados) e, igualmente importante dado que se nos reclama siempre cifrarlo todo desde una perspectiva económica, un impacto económico vinculado al trabajo del voluntariado que asciende a los 600 millones de euros.
Sirvan estos números para poner en valor no el dato, que es frío, sino la realidad del sector, que de tan cálida es incluso candente, porque no hay mayor ejemplo de cohesión y de beneficio directo en la salud física y emocional de la ciudadanía que pensar en una pinya de castells multicolor y multilingüe, en un baile de jotas transgeneracional o en un concurso de grupos sardanistas haciendo puntos libres, para citar sólo algunas muestras (que nadie se me enfade, que hay tantos ejemplos como practicantes de la cultura popular en nuestro país).
Sólo un país que se implica y participa en su vida colectiva (es decir, se asocia) es capaz de avanzar colectivamente. Lo sabemos y lo practicamos porque la cultura nos hace ser, nos define
¿Qué dice el plan que estamos trabajando desde el Departament de Cultura con el sector y para el sector? Pues que debemos establecer un marco unívoco de recuperación de la actividad que incluya, por ejemplo, la creación de una oficina técnica de atención a los municipios y entidades integrada por personal de las áreas de cultura, protección civil y salud (conscientes de que el Procicat, a veces, queda muy lejos). Es decir, dar respuesta con criterio pero desde la proximidad, que es sin duda uno de los grandes valores de la cultura popular. Pero no sólo eso: incentivar la creación de grupos de trabajo de carácter transversal que pongan en valor el asociacionismo cultural, acompañándolo de nuevas convocatorias de ayuda al fomento de la cultura popular y el patrimonio etnológico que contemplen, como hasta ahora, desde los gastos estructurales de las entidades hasta la imprescindible (por necesaria y por urgente) adecuación tecnológica y digital de los equipamientos y actividades de las federaciones, entidades y asociaciones. Estas líneas, muchas de ellas ya convocadas en primera instancia durante los meses más duros de la pandemia, tienen que contemplar también las obras de restauración y conservación de los equipamientos culturales, la programación estable (importantísimo, en este sentido, el rol de la Federació d'Ateneus), el apoyo a la realización de consultorías y las becas y trabajos de investigación sobre patrimonio etnológico.
El futuro (incluso el presente) es incierto en relación a la evolución de la Covid-19, pero la inacción no debe ser, en ningún caso, una opción. De aquí que apostemos para sumar manifestaciones tradicionales a pruebas piloto que se están trabajando desde el ámbito de cultura y salud para garantizar que la recuperación de la actividad cultural será segura. Destaco sólo una: Obrim Girona, iniciativa colaborativa que se presentará próximamente y donde ya se contempla la inclusión de la cultura popular desde el minuto cero de la reanudación.
Esperando que el esfuerzo que se ha pedido a todos los sectores, y muy singularmente al de la cultura popular, se vea recompensado con el retorno a una normalidad que, como la teníamos entendida, todavía costará alcanzar, quiero recordar que sólo un país que se implica y participa en su vida colectiva (es decir, se asocia) es capaz de avanzar colectivamente. Lo sabemos y lo practicamos porque la cultura nos hace ser, nos define. Porque somos cultura como somos cultura popular y tenemos un plan.