Todavía hoy una mujer que lidera (vaya, una lideresa) provoca de todo menos indiferencia. Y si es joven, todavía más. Y si es poco convencional, ya ni le explico. Anna Gabriel ha entrado como un tornado en la política catalana y ha conseguido, en ciertos aspectos queriendo y en otros sin pretenderlo, ser el nuevo centro de atención. Con todo lo que eso implica.
Ella sabe que una de sus fuerzas es la imagen, sobre todo el flequillo. Pero es difícil saber dónde acaba la personalidad real y dónde empieza el personaje que todos nos acabamos creando y que tiene cosas de nosotros, pero que no necesariamente somos nosotros. El caso es que ahora mismo Anna Gabriel representa el no de la CUP a la investidura de Artur Mas. A pesar suyo o no, pero es así. Los fastidiados con la decisión le vierten toda su rabia y los que están encantados la consideran su referente. Y ella en el medio. Viendo (y soportando) como diga lo que diga siempre será el cerebro perverso que impone el mal. La Cruella de Vil de Sallent que hace ir a los hombres como pipiolos. Viendo (y soportando) a personas en principio sensatas (bien, sensatez y Twitter son un oxímoron, pero, vaya, era una manera de expresarlo) descargando encima suyo insultos rellenados de aquella caspa machista que siempre acaban destilando una gran mayoría de hombres cuando entran en discusión con una mujer y que tan bien ejemplarizó el sábado Xavier Sardà en La Sexta Noche diciéndole a la diputada Miriam Nogueras "rubia, déjame hablar" (después se disculpó, pero el personaje ya se había hecho una selfie de su talante). Pero también viendo (y soportando) personas que la valoran positivamente sólo por el hecho de ser mujer, y mujer "comprometida y alternativa". Vaya, que no les importa tanto lo que dice como el hecho que lo dice el personaje y la imagen que la gente se ha construido de ella. En el reparto entre buenos y malos (o buenas y malas), ella siempre será la buena.
Al final, pues, nunca será posible hacer una valoración justa de Anna Gabriel, porque los hiperventilados favorables y contrarios siempre pervertirán el debate convirtiéndolo en un campeonato de reproches tópicos creados a partir de los prejuicios previos. Eso sí, los dos extremos coincidirán en que la culpa de todo la tiene ella por ser mujer y líder. Los unos en positivo y los otros en negativo. Naturalmente.