La anticipación de las elecciones al Parlament de Catalunya está llevando de cabeza a los partidos, aún más porque se suman a la ya prevista convocatoria europea, de modo que ahora los catalanes no solos votaremos en el mes de junio, como tocaba, sino también en mayo. Una de las cuestiones más comentadas y debatidas estos últimos días son los fichajes de Anna Navarro, por parte de Junts + Puigdemont por Catalunya, y Tomàs Molina, por ERC. La primera ocupará el número dos de la lista de Barcelona al Parlament, mientras que el segundo tendrá el número cuatro en la candidatura de la coalición —donde está Bildu y el Bloque Nacionalista Gallego— con la que se presenta Esquerra. Navarro logrará sin duda sentarse en el Parlament catalán. Molina tiene más complicado obtener el acta del Europarlamento.
Fichar a profesionales externos relevantes —para una lista electoral, pero también para asumir responsabilidades de gobierno o del tipo que sea— no es nuevo. Ni lo han inventado nuestros políticos. Como se sabe, una vez que estos independientes se sientan en la silla lo pueden hacer bien, mal o regular. Nadie garantiza el éxito, entre otras razones porque las reglas de juego de la política son particulares y configuran, por lo tanto, un campo de juego específico. Adaptarse no resulta sencillo.
Tanto Navarro como Molina son, quizás no hace falta que lo diga, profesionales muy reconocidos y exitosos en sus ámbitos profesionales —la gestión de empresas y la meteorología—. Es cierto, si buscamos las diferencias, que Molina, con personaje propio en el 'Polonia', tiene un perfil más 'mediático' —alguien podría decir populista—, mientras que ella —que puede gustar a los sectores empresariales y a los independentistas pragmáticos— es mucho menos conocida. Eso no es necesariamente desventajoso. Ya se sabe que la exposición pública tiene aspectos mejores y aspectos peores. Que ambos hayan querido participar en política, que se comprometan para tratar de mejorar las cosas, me parece una buena noticia. Merecen mis elogios y hasta me quito el sombrero.
Republicanos y juntaires buscan mostrar que son capaces de atraer a gente preparada, solvente, de éxito
Ahora, no obstante, si les parece bien, intentemos ver la jugada desde quienes realmente han diseñado y ejecutado ambos movimientos, las cúpulas de los partidos, en este caso ERC y Junts. Los mensajes que, con estos fichajes, pretenden emitir son parecidos. Por una parte, republicanos y juntaires buscan mostrar que son capaces de atraer a gente preparada, solvente, de éxito. Eso habla bien, en definitiva, de las organizaciones a las que personas como Navarro y Molina se suman. Las refuerza. En segundo lugar, ERC y Junts nos quieren decir que no son círculos impenetrables, sino que están abiertos a la gente con ganas y talento que quiera añadirse. No somos una casta, no somos un grupo cerrado y endogámico, tampoco de otro planeta. Si quieres y vales, ven, tú también tienes un sitio.
Este tipo de mensajes que, en este caso, ERC y Junts dirigen al electorado, solo se entienden si intentamos abrir el foco e intentamos observar el paisaje general al completo. Y el paisaje general está iluminado, o más bien oscurecido, por la idea de que en los partidos reina la mediocridad, el ir tirando acomodaticio y todos los vicios propios de las aguas estancadas. El estereotipo, que la incorporación de personas de prestigio intenta resquebrajar, dicta que hoy en día la gente con talento, la gente despierta, no se dedica a la política, porque este lugar, la política, es un lugar sucio, feo e ignominioso. Podría decirse, con Max Weber, que lo que cree la gente de forma inapelable es que los políticos viven "de" la política y no "para" la política. Desde el lado del cliché, justamente o injustamente, se cree que los políticos utilizan a los fichajes para intentar maquillar la cruda y lamentable realidad, como aquel que echa un buen chorro de colonia para tapar el hedor de podredumbre. Es la otra cara de la moneda. En muchos sentidos, como decíamos, injustamente, equivocadamente. Sin ella, sin su consistencia espesa, los fichajes no tendrían sentido ni condensarían ningún significado. No tendrían razón de ser. Ya se sabe que para interpretar un texto, es decir, para que el texto pueda hablarnos, siempre hay que fijarse en el contexto.