Vamos hacia el comienzo del último año del primer cuarto del siglo XXI, vislumbrando inequívocas señales del fin de una época, tanto en el Estado como en la Unión Europea. Esperando, además, con no poca prevención, cuando no miedo, lo que va a dar de sí desde el 20 de enero una Administración Trump-Musk basada en un fanatismo extremista que colonizará también una eventual mayoría republicana en la Cámara de los Representantes y que no es previsible que tenga freno eficaz en la mayoría derechista del Tribunal Supremo USA. Para el sistema político norteamericano la última esperanza es la descentralización federal del Poder en los USA, en el que dominan los Estados y poderes locales en lo que atañe a la política interna.
Al cierre del año 2024 percibimos un evidente pulso en la Jefatura del Estado hacia un mayor protagonismo político, reseteando aquello tan borbónico de proponer una supuesta política “limpia” y “patriótica”, frente a las supuestamente estériles luchas partidistas. Disimulando las distancias, un pulso muy semejante al borboneo del bisabuelo del Jefe del Estado, Alfonso XIII en la crisis política que puso fin al bipartidismo dinástico (1917-1923) y que acabó en la dictadura de Primo de Rivera. Ya entonces, como parece que también empieza a hacerlo ahora, el Borbón de turno se mostró a modo de referente de los que ellos llaman “Nación Española” más allá de la lucha partidista con perspectiva e ideas propias. He ahí los recientes viajes al País Valencià en las que desarrolló una agenda propia en la que ni se consultó a las alcaldías de las localidades afectadas por el viaje.
Es cierto que el bipartidismo dinástico de 2024 parece tan agotado en ideas, proyectos y prestigio social como el bipartidismo dinástico de 1923. En su discurso de fin de año Núñez Feijóo mostró su imposibilidad para encabezar una alternativa de centro-derecha moderada. Prisionero como está desde 2022 de la agenda común a Vox y a Díaz Ayuso, no dudó en rechazar cualquier concreción de acercamiento al PNV y a Junts, manifestando de forma absolutamente estéril un desacertado deseo de detener a Puigdemont cuando sabe que la aprobación de la amnistía por el Tribunal Constitucional y de la Unión Europea es cosa de pocos meses. Tampoco fue capaz de explicar políticas alternativas en vivienda, energía, pensiones, educación, servicios públicos o futuro de la Unión Europea por la sencilla razón de que no existen, pese a contar con once gobiernos autonómicos, en los que la única política común es la deterioración de los servicios públicos y las políticas a favor de sus amiguitos. El PP afronta un año difícil, donde Vox reduce distancia electoral con el PP mientras muestra una potente red internacional (tendrá el apoyo político y económico de Trump y Musk, de Meloni, Bukele, Milei, Wilders, Orban y Le Pen) y una muy preocupante presencial social en la denominada por el profesor Miguel Anxo Bastos (USC) “España Española”, de la vamos zafando en Catalunya, Euskadi, Nafarroa y Galicia, mientras parece que, poco a poco, disminuye en les Illes y, desgraciadamente, no se puede decir lo mismo en el País Valencià, pese a que Compromís y el valencianismo social están siendo capaces de enfrontarlos en esta crisis post DANA. Sin proponer valores democráticos propios alternativos a la extrema derecha el PP es susceptible de ser reducido por Vox en esa España española. Si no, al tiempo.
Pedro Sánchez finaliza también un año con un liderato indubitable al frente del PSOE y con un testado relato de ser víctima del lawfare judicial. Y, siendo evidente la existencia de éste en el proceso de aplicación de la amnistía o, en general, en las causas judiciales abiertas a su cónyuge, en otras causas judiciales a personas vinculadas al PSOE en el Gobierno del Estado entre 2020 y 2022, existen huellas de conductas que pueden ser delictivas y que tienen una especial gravedad por haberse producido en la excepcionalidad de la pandemia, que determinó las urgencias en la contratación de material sanitario y la clara distensión de sus controles administrativos. Al tiempo no se vislumbran ideas-fuerza hacia la estabilización de la mayoría de la investidura, que deberían girar alrededor de una agenda pactada común, muy factible en cuanto a la progresión de los autogobiernos de las naciones del Estado hacia la plurinacionalidad y a respecto de políticas democráticas hacia la protección y garantía de los derechos fundamentales. Pero el PSOE y Sánchez son rápidos para pactar y muy lentos, cuando no renuentes o abiertamente irresponsables, para cumplir los pactos. En estas circunstancias no será posible una moción de censura con Núñez Feijóo de candidato, pero entra dentro de lo posible un fin muy anticipado de la legislatura si Sánchez no es capaz de cumplir algo importante que pactó, para lo que aún le queda margen, pero poco. El último artículo de Pilar Rahola en ElNacional.cat es bien definitorio al respecto
La colaboración entre los soberanismos tendría que ser potenciada para conseguir avances comunes en la construcción de la institucionalidad plurinacional y los valores democráticos
Los soberanismos catalán, gallego y vasco afrontan diferentes retos. El independentismo catalán está llamado a construir puentes de encuentro en lo nacional, según propugnó el president Puigdemont en el congreso de Junts de octubre. Catalunya sufre una política desnacionalizadora de la que ERC es corresponsable, por su voto de investidura a Illa, lo que pone mucho más de relieve la importancia de la nación (y de la lengua propia y nacional) como elemento central en la explicación del país y del territorio, sin perjuicio de la asunción sincera de los valores del soberanismo cívico y democrático. Los mismos que han de hacer pensar que una política nacional exige transversalidad y esta exige compatibilizar los distintos intereses de las mayorías sociales sin apriorismos ideológicos, como ha hecho Junts priorizando la inversión de Repsol del Camp de Tarragona.
En Euskadi EAJ-PNV y EH-BILDU, cómodos en su mayoría institucional, requieren de un entendimiento también en lo nacional, en la construcción institucional de la Euskal Herría del futuro. El caso del Scottish National Party muestra la inconveniencia de aplazar indefinidamente la construcción nacional, así como hacer cuestión de valores que no son inclusivos, sino divisivos en un partido soberanista, nacional y transversal.
Es por eso que el soberanismo del BNG tiene que continuar la ampliación de su base electoral y social, potenciando su pluralidad transversal e interclasista y sus valores democrático-republicanos y de cohesión e inclusión social al mismo tiempo que no tiene que descuidar el cultivo de los referentes, valores y símbolos de la nación.
En general, la colaboración entre los soberanismos, los diferentes entendimientos GALEUSCAT tendrían que ser potenciados para conseguir avances comunes en la construcción de la institucionalidad plurinacional y los valores democráticos, como la amnistía, la derogación de la "ley mordaza" o de la prisión permanente revisable. Siempre respetando la perspectiva e intereses propios de cada país y de cada fuerza política y oponiendo la cultura política inclusiva, pacífica y democrática de los soberanismos al supremacismo y violencia verbal de la extrema derecha de Vox y su contexto.
Importancia aparte merece la lucha que el valencianismo social y político (es procedente mencionar Compromiso) está realizando contra la extrema derecha de Vox reivindicando la dimisión del president Mazón y articulando una alternativa de reconstrucción valenciana y democrática para el País Valencià. La solidaridad catalana —sustancialmente catalanista— está acertando al volcarse con su ayuda al País Valencià y, singularmente, a las entidades que quieren una reconstrucción dirigida por la ciudadanía y pensada para el territorio valenciano.
Es necesario que estemos atentos, pues, en este año XXV, ya que desde sus primeras semanas, se anuncian cambios importantes.
Salud, suerte y muy Feliz Año Nuevo.