Antes de entrar a sala, a menudo, las partes llegan a acuerdos. Lo vemos cada día en los juzgados, tanto en causas mediáticas como más anónimas, y esto se hace porque el abogado lo aconseja o porque el cliente lo desea. Un ejemplo de este último caso es el último juicio de Valtònyc en Sevilla, donde fue él mismo quien aceptó una pena pactada, pidió disculpas por sus declaraciones contra la Guardia Civil y constató que “la libertad es un extraño viaje”. Él mismo se ha encargado de dejar clara su decisión y sus sentimientos enfrentados a través de las redes. Pero cualquiera que sea la voluntad del cliente, el abogado siempre debe intentar ganar el juicio y llegar al mismo con todos los elementos necesarios para la victoria. En este caso esto era exactamente así (a pesar de las fútiles mofas de algunos tuiteros a los que ni Dios ni nadie puede perdonar, porque saben lo que hacen), y es que a menudo es precisamente cuando se puede ganar cuando se puede negociar bien. La mejor manera de negociar no es cuando debes rendirte, que no es el caso, sino cuando sabes que puedes ganar y das la oportunidad al otro de evitar una solución conflictiva. Como diría un buen amigo también tuitero, "la vía negociada es posible porque la vía unilateral es factible". Pues bien: el independentismo político, en ese momento procesal, se encuentra a las puertas de la sala. Mirando si es posible negociar, y haciéndolo con una posición de fuerza: por ejemplo, y de entrada, la fuerza que da poder ganar perfectamente las causas que tiene presentadas frente al TJUE y el TEDH.

Aquí es donde nos encontramos, guste más o menos. Pronto tendremos más información sobre mediadores y sobre si las primeras conversaciones auguran alguna posibilidad de acuerdo. De momento, lo acordado es una investidura, y una amnistía, y el resto son garantías adoptadas mediante un mecanismo de verificación de los posibles acuerdos o incumplimientos. Sobre el conflicto político, se entiende: no sobre otra cosa. La referencia a 1714 no es solo una concesión retórica, sino, aventuro, una invitación a las soluciones intermedias. La honestidad intelectual obliga a decir que, si el 11 de septiembre es el Día Nacional de Cataluña y esto es aceptado por todas las sensibilidades políticas del país, algo debe haber en esa fecha que no sea exclusivamente de corte independentista. En efecto, el 10 de septiembre de 1714 Cataluña no era exactamente un estado independiente, sino un principado asociado a la corona de Castilla desde los Reyes Católicos, como lo eran también Valencia y Mallorca, conservando todos ellos sus instituciones propias y sus libertades. Si quisiéramos una Diada netamente independentista o republicana, deberíamos instaurar más bien el 17 de enero de 1641 con Pau Claris (a falta de una DUI más moderna y consolidada).

Si ahora podemos negociar algo, es porque hubo un 1 de octubre

Lo que quiero decir es que España conoce perfectamente la fórmula digamos confederal que rigió el país durante tres siglos, antes de que Felipe V dictara su primer “a por ellos”. España tiene una hipotética solución, que es la solución austracista o incluso la que figura en su propio escudo partido en cuatro, y en este sentido la referencia histórica a la exposición de motivos de la futura ley de amnistía podría darles pistas. El espóiler ya lo sabemos, como sabemos también que la autonomía que necesitamos es la de 1641, la de Portugal, pero ahora que nos encontramos a las puertas de las salas de justicia europeas puede ser interesante hablar de por qué hemos llegado hasta aquí y cómo podemos resolverlo. Pero hay algo claro: si existió un 1714, es porque hubo un 1641. Y si ahora podemos negociar algo, es porque hubo un 1 de octubre. Otra cosa es que los líderes negocien mejor o peor, pero cargarse el 1 de octubre no está en sus manos. No depende de ellos. No es material negociable, ni disponible, sino un magma subterráneo permanente, de carácter histórico, y nos pertenece a todos. Como la unidad de España tampoco es muy negociable, porque también tiene su propio magma secular, creo que el desenlace es evidente: entramos en sala.

Batallas judiciales y argumentos jurídicos aparte, políticamente todo el mundo sabe que esta negociación ya está debilitando al Estado y poniéndolo como nunca ante el espejo de sus contradicciones (los sentimientos enfrentados que decíamos antes). Todo el mundo ve el comportamiento y el lenguaje de los españoles en el Parlamento Europeo cuando tratan este asunto, y la división creada en este bloque. Todo el mundo ve cómo los jueces del reino todavía actúan al compás de los acontecimientos políticos, y cómo dictan sentencias o elevan las acusaciones a terrorismo cuando más creen que les conviene: volveremos a ver qué dice sobre esto Suiza, que es una confederación, precisamente. Todo el mundo puede observar, con o sin palomitas, como lo firmado en esta negociación, que solo acaba de empezar, se les indigesta de forma severa. No deja de ser natural que se les indigeste, tanto la amnistía como la mediación como todo lo que está sucediendo: no deben tomarse algunas medicinas por la boca. La digestión les funcionará mucho mejor cuando se den cuenta de que lo que les estamos dando no es una píldora, sino un supositorio. Y que este tipo de remedios tienen una vía de entrada muy distinta.