El soldado Sánchez, el político agónico que quiere ver fuera al menos medio PSOE, el hombre ninguneado por los media y el establishment de Madrid, ha ganado una batalla pero está aún lejos de ganar la guerra. Pedro Sánchez Pérez-Castejón, de 43 años, nacido en el barrio madrileño de Tetuán y economista de profesión, tiene desde las 20.05 horas del martes 2 de febrero el encargo del rey Felipe VI para intentar ser presidente del Gobierno. El hombre que llegó contra pronóstico en julio del 2014 a la secretaria general del PSOE después de recorrer todas las agrupaciones del partido para ganar las primarias, tiene un encargo envenenado, que él mismo ha pedido, que le acabará llevando irremediablemente a la Moncloa o directamente a su casa. A favor tiene que en las casi cuatro décadas de democracia en España todos los candidatos que se han sometido a una sesión de investidura en el Congreso de los Diputados han conseguido salir airosos de este trance. También, que la fortuna le suele acompañar en los momentos decisivos. En contra, todo lo demás.

El Rey ha desbloqueado la situación a la que le había abocado el tacticismo del Partido Popular y su candidato, Mariano Rajoy, de la única manera que podía hacerlo: driblando su resistencia a ser el candidato por no contar con los apoyos necesarios no ofreciéndole una segunda vez la investidura. La jugada de Rajoy tiene un enorme riesgo: ¿y si Pedro Sánchez consigue lo que hoy parece imposible? El presidente del PP entonces no saldrá vivo del enjambre en que se convertirá la formación conservadora, que hubiera visto con agrado que Rajoy hubiera dado un paso atrás antes de abrir un proceso del que se desconoce el final. Además, aunque la situación es nueva en España, no es seguro que su posición política no se debilite aún más en las semanas en que Pedro Sánchez gozará de todo el protagonismo político y mediático. También es posible que los adversarios socialistas de Sánchez —empezando por Felipe González y Susana Díaz— le concedan una mínima tregua. Entre otras cosas, porque no hay nada que cohesione tanto como el poder. Y lejos de él, los socialistas lo saben, hace frío. Mucho frío.