Se atribuyen a Sant Narcís, obispo de Girona en el el siglo IV y patrón de la ciudad, innumerables milagros, siendo el más famoso el de las moscas, obrado en 1286 durante el asedio de la ciudad por las tropas de Felipe II de Borgoña. Dice la leyenda que de la tumba del santo salieron una multitud de moscas que atacaron a las tropas francesas, sembrando de cadáveres las huestes invasoras y evitando así la toma de la ciudad. Mucho más recientemente, en Girona se han obrado varios milagros. ¿O no es casi un milagro disponer del Celler de Can Roca, el mejor restaurante del mundo? ¿Y qué decir de la elección de Carles Puigdemont, un alcalde empático y con punch, como president de la Generalitat en un quiebro que acabó doblando la resistencia de la CUP?
La ciudad de los milagros necesitará de uno nuevo para rescatar a su nuevo alcalde, Albert Ballesta, foco de demasiadas noticias en muy pocas semanas y casi ninguna buena. En el tiempo de la velocidad de las cosas ya se sabe, lo de los cien días de gracia ha pasado a mejor vida. Lo cierto es que, en estos momentos, la percepción general es que ha entrado con mal pie y que le está faltando cintura negociadora. Cuando el debate en torno a un cartapacio negociador gira en torno al sueldo del alcalde -una diferencia de 5.000 euros al año, 300 euros al mes- y el número de asesores que puede tener, el manual de hombre público aconseja volver a empezar la negociación con otras bases y no llevarla a cabo a cualquier precio. Si además este pacto es de un alcalde convergente con el PP y Ciudadanos, en las antípodas políticas, las goteras del acuerdo van a ser tan grandes que la ceguera reside en no haberlas visto antes. Finalmente, si el remate es que C's se descuelga en el último minuto y te acaba dejando solo y sin cartapacio has recibido la primera lección en la recién estrenada poltrona municipal: lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.
Habrá que esperar que, aprendida la primera lección, el aprendiz vaya mejor preparado para la segunda. Porque lamentarse y criticar a la oposición, al final, sirve de bastante poco.