Desde el 7 de octubre se están difundiendo por los medios de comunicación —y también por las redes sociales— mensajes que ponen en el mismo saco el antisemitismo y la crítica política a las actuaciones del Estado de Israel. O mensajes que quieren diferenciar entre antisemitismo y antisionismo, como si fueran dos conceptos totalmente diferentes sin ninguna conexión lógica entre ellos. Cuando se hace esto, en primer lugar, se confunde a la opinión pública, porque no se explican claramente los conceptos; y en segundo lugar, se transmite un discurso típicamente antisemita que esconde las verdaderas intenciones: criticar al judío por el hecho de ser judío.

El antisemitismo es un odio general hacia el judío que se focaliza básicamente en tres ejes. La judeofobia, que expresa una idea, un sentimiento o una pasión —como diría J.P. Sartre— contrario al judío por el hecho de ser judío o contrario a sus hechos diferenciales como colectividad individualizada dentro de la sociedad. El segundo eje es el negacionismo de la Shoah (Holocausto) con todas sus variables, desde su justificación o su enaltecimiento hasta la simple banalización del Exterminio. Y en tercer lugar, el antisionismo, que centra el odio en el Estado de Israel, también con diferentes variables que van desde el discurso que busca su desaparición, hasta el que critica Israel por el hecho de ser el hogar nacional judío. Ahora bien, también tiene que quedar claro que de todas estas formas de antisemitismo, de odio antisemita, algunas tienen que ser toleradas porque son compatibles con la libertad de expresión. En cambio, otras son delictivas al tratarse de conductas tipificadas en el Código Penal, esencialmente, cuando el discurso antisemita tenga intención de generar violencia hacia los judíos o busque discriminarlos o crear un clima de hostilidad contra ellos; o cuando se justifica o se enaltece el genocidio.

El problema esencial que genera el discurso antisemita de carácter antisionista es que precisamente tiende a simplificar el conflicto árabe-israelí y sitúa a los judíos como los culpables de su creación

Cualquier crítica política a las actuaciones del Estado de Israel no solo está amparada por la libertad de expresión, sino que, además, es necesaria en cualquier sociedad democrática sin que de entrada pueda ser calificada de antisemita. Se puede criticar Israel como se puede criticar España, Francia o los Estados Unidos. Pero si esta crítica se viste de elementos tendenciosos destinados a negar la posibilidad de que los judíos puedan disfrutar de un hogar nacional; cuando se define Israel como un estado racista; cuando se califican las explosiones producidas por los ataques de Israel a las infraestructuras de Hamás como "hornos crematorios"; o cuando solo se pone el foco en las víctimas palestinas olvidando a las israelíes, se está pronunciando un discurso antisemita que lo único que pretende es humillar y denigrar al colectivo judío.

Otro tipo de discurso antisemita de índole antisionista es aquel que quiere reducir el conflicto árabe-israelí a las "políticas colonialistas" de Israel contrarias al derecho internacional sin tener presente la gran cantidad de elementos presentes en el conflicto, olvidando torpemente que este se inició cuando los países árabes declararon la guerra a Israel el mismo día de su creación. Es un discurso antisemita porque miente sobre el origen del conflicto presentando Israel y los judíos como los que han provocado la situación sin explicar todo el contexto histórico del momento.

El problema esencial que genera el discurso antisemita de carácter antisionista es que precisamente tiende a simplificar el conflicto árabe-israelí y sitúa a los judíos como los culpables de su creación. Eso hace que se acabe si no justificando, al menos disculpando, determinadas actuaciones palestinas. Y no me refiero solo al pogromo del 7 de octubre sino a hechos que todo el mundo parece haber olvidado: cuando ciudadanos árabes entraban en Israel con cinturones explosivos y los hacían explotar en lugares llenos de gente. Es muy fácil hablar de proporcionalidad y exigirla a Israel porque es un estado y, como tal, tiene el monopolio de la fuerza. ¿Pero qué haces cuando la otra parte del conflicto utiliza medios no convencionales para atacarte? ¿Cuál es la respuesta adecuada a un ataque desproporcionado hecho a través de medios no convencionales?

 

Carles Grima i Camps, abogado y profesor asociado de Derecho Constitucional (UAB, UB y UOC). Asociación Catalana contra el Antisemitismo