Sabe uno que se le echa encima otra campaña electoral porque, en honorables sedes institucionales como el Congreso o el Parlament, tornan con fuerza las discusiones y debates que romperían la pana en una edición especial del Sálvame o en la casa de Gran Hermano VIP. Si existieran los premios a las interpretaciones políticas más desaforadas e hiperbólicas, la lista de nominados en España saldría tan larga como una guía telefónica de las de antes.
La detención y posterior entrada en prisión de los siete miembros de los CDR ha devuelto a la política española a ese territorio tenebroso, miserable, del terrorismo y la violencia magreados como recurso partidista –y un instrumento para marcar al adversario–. Era inevitable desde el momento que la Fiscalía decidió convertir la operación en un show en directo, donde los medios conocen antes o al tiempo que los detenidos o sus abogados de qué se les acusa o cuáles son las pruebas y la evidencia en su contra.
Lejos de la prudencia y la templanza que exige tratar delitos tan graves y de consecuencias tan potencialmente desastrosas, por estos lares se prefiere la ganancia partidista rápida y fácil al beneficio común sacrificado y costoso, el garrote y la brocha gorda al matiz y la finura, la carrera frívola por hacerse con la foto y el titular a la discreción del buen gobernante, el gesto melodramático y el verbo épico al pudor y la moderación de quien se siente responsable.
No parece que los detenidos integren precisamente la banda Baader Meinhoff. Pero tampoco parecen encarnar un ejemplo deseable de ese activismo pacífico y cívico acreditado una y otra vez por miles de independentistas. El ansia por encontrar la pistola humeante que vincule de manera palmaria independentismo y terrorismo ha llevado, y lleva a muchos, empezando por la Fiscalía, a patear la presunción de inocencia con más violencia que la policía las puertas de los detenidos. Lo peor de la violencia, precisamente aquello que más fácilmente se olvida, es que no desaparece ni se detiene cuando a uno deja de interesarle usarla.
,La prudencia empieza a convertirse por aquí en una virtud tan revolucionaria como la paciencia
Que tus objetivos sean legítimos no legitima todo cuanto haces ni a todos quienes lo hacen. No todos los presos son presos políticos. Pocas cosas más decentes que defender la presunción de inocencia. Pocas cosas preocupan tanto como tener un gobierno al cual le preocupa que otros la defiendan. Pero eso no quita que el nacionalismo catalán escoja con cuidado las causas y los héroes que reivindica para evitar el riesgo de acabar debiendo lamentar o rectificar su elección.
La prudencia empieza a convertirse por aquí en una virtud tan revolucionaría como la paciencia. Antes incluso de la detención de los CDR, Albert Rivera se fue a Vic a resucitar el fantasma de ETA y sacarse unas portadas y unos segundos en la televisión surfeando sobre el dolor y la memoria de las víctimas. Allí le reprochó al president Torra que no “ordenara” la detención de los violentos. Gracias a Dios, no lo hace. Primero porque no puede, pues solo en las dictaduras los gobiernos pueden ordenar detenciones, segundo porque sería anticonstitucional y tercero porque cometería un delito. Para hablar tanto de ella, al líder de Ciudadanos no le vendría mal leerse la Carta Magna española algún día. Pero completa, no sólo aquellas partes que le gustan.