Dos semanas después de los terribles atentados de Barcelona y Cambrils ya podemos certificar oficialmente algo que muchos intuíamos. En general, sobra gente cuyo principal interés parece residir en que nos peleemos con nosotros mismos o entre nosotros y no con quien nos amenaza. Parece que hubiéramos dedicado más tiempo a combatirnos entre nosotros que a aprender de nuestros errores y combatir mejor la amenaza terrorista. A todos nos vendría bien usar un poco más la cabeza.
Ha habido y hay demasiada gente, medios de comunicación y responsables políticos más obsesionados con poner bajo sospecha todo cuando hacen, dicen o incluso imaginan las autoridades e instituciones catalanas, que en preguntarse con honestidad qué ha fallado y qué podemos hacer mejor. Si alguien cree realmente que un crimen donde han muerto dieciséis personas puede presentarse como ejemplo de eficacia y eficiencia en la gestión, debería revisar sus conceptos de ambas y, de paso, sus escalas éticas y morales. Sólo una inconfesable estrategia partidista puede explicar que los mismos que recibieron los mismos avisos y alertas que los Mossos, desde la Policía a la Guardia Civil y al CNI pasando por el ministro Juan Ignacio Zoido, guarden ahora silencio dejando que sean los policías catalanes quienes se quemen y tengan que dar explicaciones en solitario.
La contundente y rápida actuación de los Mossos no debería llevar a ignorar que se cometieron errores y evaluar cómo superarlos
Responsables e instituciones catalanas han debido o han querido dedicar demasiado tiempo a defenderse de tales sospechas, que a interrogarse con honestidad sobre qué ha funcionado mal y cómo se puede mejorar. La contundente y rápida actuación de los Mossos no debería llevar a ignorar que se cometieron errores y evaluar cómo superarlos. El papel de un jefe de una policía no es comportarse como un troll y señalar en público a los periodistas que no le gustan. Es un funcionario público. Forma parte de su deber dar explicaciones y hace muy bien en defenderse de cuanto considere malas informaciones, pero no lanzando acusaciones e insinuaciones personales que ni puede probar.
Ni protocolos de actuación claros, ni reglas de compromiso prefijadas, ni asunción o gestión clara de responsabilidades
Durante meses una célula terrorista con más de diez miembros activos se mueve por toda Catalunya y por media Europa manteniendo reuniones, recibiendo instrucción, ocupando chalets, comprando más de 500 kilos de acetona o acumulando más de doscientas bombonas de gas y lo único que sabemos es que los diferentes organismos que deberían haberlo detectado se ocultaban información, o se cruzaban notitas y correos como si fueran adolescentes en clase en el instituto y la culpa fuese de aquel a quién pillase el profesor pasándola. Ni protocolos de actuación claros, ni reglas de compromiso prefijadas, ni asunción o gestión clara de responsabilidades. Solo una confusa maraña de siglas y organizaciones más ocupadas en quitarse de encima responsabilidades que en asumirlas y gestionarlas.
Dos semanas después de los atentados aún estoy esperando una rueda de prensa de algún responsable donde no se saque pecho y se jacten de lo bien que lo hacen todo, lo eficaces que han sido, o lo rápido y bien que se han coordinado. Ni una mínima dosis de autocrítica por parte de nadie. Si alguien se ha equivocado o lo ha hecho mal, ha sido otro, es lo único que oímos. Ni siquiera hemos podido ver aún la mínima humildad para reconocer que, ni la información fluyó como debía, ni se gestionó con la inteligencia que se presumía y se esperaba; y lo peor es que parece que no aprenden.