Va a ser un fin de semana intenso. La mayoría de la izquierda, la española y la catalana, se va de consulta. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han convocado una especie de “consulta absolución”. Se disponen a hacer un poco de penitencia y contrición por la falta de visión que les impidió acordar en julio, para bañarse luego en las aguas absolutorias y reparadoras del respaldo de sus militancias al acuerdo exprés de noviembre. Pase lo que pase durante la investidura, ambos ya podrán decir aquello que no pudieron sostener el 10-N y pagaron en las urnas: que hicieron todo lo posible para lograr un gobierno progresista y no fueron ellos sino otros quienes lo impidieron; cada uno que ponga a su culpable favorito o a sus sospechosos habituales.
ERC también se va de consulta. Pero en lunes, que es el nuevo domingo. La pregunta suena lo suficientemente enrevesada para justificar tanto el acuerdo como el desacuerdo. Socialistas y morados preguntan a su militancia si apoyan un pacto para gobernar. Los republicanos interrogan a los suyos sobre su disposición al rechazo. Es la distancia que va desde la certeza de saber que, o gobiernas ahora, o no gobiernas y la duda de no tener claro qué hacer.
ERC pide una mesa de diálogo y Pablo Iglesias y Moncloa dejan caer que diálogo es su primer apellido. Puede salir mal al final, aunque de momento los astros se van alineando. La abstención republicana abrirá de nuevo espacio para la política. ERC podrá decir que les ha dado la oportunidad reclamada y tendrá las manos libres para votar a favor o en contra del gobierno de coalición en función de cómo vayan yendo el diálogo y sus políticas. Cierto que habrá de soportar al principio críticas y reproches que les imputen ceder a cambio de nada, o apoyar al PSOE del 155. Pero vendrán de quienes, a la vez, se quejarán de que se les recrimine votar con la ultraderecha y reclamarán para sí la complejidad que niegan a los demás; se perderán en la lluvia.
Con las cosas de votar es mejor no jugar y hacer pocos experimentos. Se trata de dejar pasar, no de apoyar. JxCat y la CUP se disponen a efectuar una apuesta arriesgada
En JxCat no se van de consulta, que es una cosa muy de progres y de perder el tiempo. Su posición en contra de la investidura de Sánchez parece cantada para tratar de amortizarla en unos inminentes comicios catalanes, reclamando para sí la pureza y acusando de colaboracionismo a los republicanos. A largo plazo no parece preocuparles un escenario donde no les quedará más remedio que situarse una y otra vez junto a la ultraderecha española o rectificar voto y posición. Tampoco parece preocuparle ese desgaste a la CUP, muy segura de que sus electores entenderán que vote con la ultraderecha española, pero con razones muy diferentes; igual que iban a entender que votaran con el procesismo y en las catalanas de 2017 pasaron de 10 a 4 diputados.
Con las cosas de votar es mejor no jugar y hacer pocos experimentos. Se trata de dejar pasar, no de apoyar. JxCat y la CUP se disponen a efectuar una apuesta arriesgada. Necesitan que el futuro gobierno lo haga peor en Catalunya que los ejecutivos anteriores para justificar su rechazo al compromiso de diálogo que pueda ofrecer. Algo que se antoja difícil porque, dados los precedentes, lo más fácil será hacerlo siquiera un poco mejor.