Condenar el juicio a Lluís Companys y restituir su figura no es política, se llama justicia y no estará servida hasta que se anulen todas aquellas farsas franquistas que no fueron más que asesinatos. Así se llamará también cuando se anule la farsa que condenó a muerte a Alexandre Bóveda, otro héroe democrático a quien se deben décadas de honor.
Que dos presidentes se vean y acuerden buscar una “propuesta política de amplio apoyo” y que una sociedad civil que lleva tiempo reclamando exactamente eso se manifieste pacíficamente se llama normalidad democrática en todas partes, menos en España. De hecho, así se debe empezar a buscar las soluciones en todas partes, incluso en España. Que haya tensión en tales protestas y que la policía intervenga con mesura también forma parte del trato. Igual que el regateo de patio de colegio que se han traído entre Moncloa y Generalitat para fijar el formato del encuentro, cómo llamarlo o el color de las flores; eso no crea una crisis de Estado, solo da para un episodio de Los Roper.
Reconocer los problemas en vez de negarlos o dejarlos pudrir, pactar el desacuerdo para desde ahí dialogar en busca de una solución legitimada por un respaldo mayoritario y la movilización de una ciudadanía que practica el activismo político en defensa de sus objetivos e intereses sin cruzar la frontera de la violencia; a eso se le llama hacer política en todas partes, menos en España.
Reconocer los problemas en vez de negarlos o dejarlos pudrir y dialogar en busca de una solución; a eso se le llama hacer política en todas partes, menos en España
La razón de esta “excepción española” tiene una explicación tan sencilla como obvia: a la derecha española le viene mal que lo de Catalunya vuelva a la arena política y resulta que es la derecha española quien dicta en España qué es normal y qué no es normal. Así ha sido desde la Transición y así continúa siendo. Mientras la izquierda española se peleaba o se achantaba y los nacionalistas o se peleaban o no jugaban, la derecha que no pidió el sí para la Constitución se ha hecho con su monopolio y la ha convertido en un arma de destrucción masiva contra adversarios y discrepantes.
Todo cuanto lleve a una solución política debe ser exterminado de raíz porque, en su relato, en Catalunya se libra una batalla y solo pueden ganarla los buenos que, por supuesto, son ellos: sólo les vale la rendición incondicional. Es el mismo guion repetido una y otra vez: en el Nunca Máis, en el No a la Guerra, en el 11-M, en el 15-M… reducirlo todo a una cuestión de orden público y violencia mientras se demoniza todo cuanto huela a política.
A Albert Rivera y Pablo Casado les da igual cuanto pase de verdad en Catalunya. Los hechos nunca les van a estropear un tuit. Todo cuanto suceda siempre será o una humillación, o una traición o una rendición, Pedro Sánchez siempre será un traidor y un okupa y Quim Torra siempre será un golpista y un supremacista. No se puede contar con ninguno de los dos para construir una solución. Sólo les hará entrar en razón el fracaso electoral, porque lo único que les importa es tumbar al gobierno Sánchez e ir a unas elecciones donde ya se ven rozando el poder con las yemas de los dedos. Igual que había que dejar caer la España de Zapatero para levantar la suya, ahora hay que dejar caer a Catalunya para volver a levantar su España. Fin de la cita, que diría ya saben quién.