Los jóvenes politólogos suelen calificar la jornada de reflexión como una antigualla, un atraso que ya no existe en ninguno de los países que, en el fondo, nos gustaría ser. Meten a la jornada de reflexión en el saco de la prohibición de publicar sondeos la última semana o el voto rogado. Cosas pasadas de moda como las camisas con chorreras, el pantalón de campana o un gin-tonic que sólo lleve ginebra, tónica y limón. Claro que también se quejan de lo poco proporcional que resulta nuestro sistema electoral y cómo beneficia a los partidos grandes y a las circunscripciones más pequeñas, pero al día siguiente, con los resultados en la mano, se lamentan por la fragmentación y la inestabilidad que produce tener a tanto partido pequeño y a tanto nacionalista en el Congreso sin ningún partido grande de verdad como los que había antes.
Será porque voté por primera vez en las elecciones de 1986 y porque ya soy muy mayor, pero a mí la jornada de reflexión me gusta. Me pasa lo mismo que con el voto rogado, que también me agrada; será por vivir en Galicia y haber visto votar a los muertos en la emigración durante décadas. Viene bien que, al menos durante 24 horas, dejen de sonar los jingles en las radios, se detenga el agotador carrusel de candidatos y candidatas dando briosos dúplex televisivos y los tertulianos y analistas dejemos de dar la brasa con nuestras agudas interpretaciones de la realidad y nuestras sesudas proyecciones de resultados. Se agradece el silencio, aunque solo sea porque al menos no hay ruido.
Entramos en campaña tras una precampaña de meses donde el gobierno se excusaba en estar en funciones para quitarse de encima los problemas y la oposición se aprovechaba de que estaba en funciones para echarle todos los problemas encima
Si las campañas de quince días les parecían inútiles, supongo que estarán conmigo en que esta de una semana supone, además, un absurdo que solo sirve para generar una contaminación acústica exasperante. Entramos en campaña tras una precampaña de meses donde el gobierno se excusaba en estar en funciones para quitarse de encima los problemas y la oposición se aprovechaba de que estaba en funciones para echarle todos los problemas encima. Ahora vamos a votar el domingo tras una “campañita” donde los candidatos han dado muchos mítines y se han hecho muchos selfies, pero se han ahorrado muchas explicaciones porque no había tiempo y se tenía que ir al siguiente acto.
Aprovechen esta tregua momentánea en el alboroto en que se ha convertido la política española. Busquen, comparen y elijan y si encuentran algo mejor, vótenlo. Piense en las cosas que verdaderamente le importan y le afectan. Luego examine qué proponen las opciones que mejor le parezcan, cuál es su credibilidad al proponerlo, en cuál confía más y quién le representa mejor. Sostienen los gurús de la comunicación política que ahora lo que vende es apelar a los sentimientos de los votantes y mover nuestras emociones más básicas. Cuánto más nos busquen las entrañas las maquinarias electorales, más deberíamos empeñarnos en votar usando la razón y el cálculo. Es de sentido común. Ya lo cantaban Os Resentidos: estamos en guerra, pero hay que reflexionar.